Periódico AM (León)

Sueños cumplidos

- Alejandro Blanco

Hay recuerdos que siempre quedarán grabados en la memoria de un niño: el autógrafo de su futbolista favorito, tenerlo cara a cara, esa sonrisa tras la victoria o la derrota y ese sueño de que un día podrías ser ese que firma un balón o posa para una foto. Así me imagino a Carlos Uriel Antuna 10 años atrás, jugando en una cancha de tierra, soñando ser profesiona­l y algún día debutar con el Tri.

Ese día llegó, porque los sueños se alcanzan y más allá del hat-trick o lo que nos mostró en la cancha, sobresale la esencia, ese amor puro por

el deporte. Y cómo dejar de ser niño cuando se anotan tres goles con el Tricolor, cómo soltar el balón que besó las redes, cómo dejar de sentir esa energía cuando el balón besaba la red, cómo no seguir con la piel chinita. Y cuidado, que Antuna sigue soñando; por eso camina por todos lados bien abrazado al balón, bajando del autobús con la pelota bajo el brazo, imágenes que nos muestran esa inocencia que todavía vive un jugador profesiona­l. Un futbolista con el alma de niño aún intacta, el cual —se nos olvida— juega en el día a día con un hombre como Zlatan. Inició en La Comarca y fue adquirido por el Manchester City, para

Antuna aún disfruta jugar y sonríe con la verde

después ser prestado al Groningen holandés, hasta llegar a la MLS.

Ya en 2017 había sido convocado a la Selección Mayor por Juan Carlos Osorio, cuando aún jugaba en el viejo continente. El entrenador colombiano no estaba tan equivocado.

Dos años después, en la Liga estadounid­ense, el Tata le prestó atención y, por sus minutos en el Galaxy, se ganó un lugar.

¡Ojo! Nunca estuvo seguro y la incertidum­bre de saber si se quedaba o no con el grupo final nunca fue un factor de distracció­n o desánimo. Segurament­e, producto del bagaje mencionado y —para mí— lo más importante: se nota que, a diferencia de algunos selecciona­dos, aún disfruta jugar y sonríe al vestirse de verde y tiene esa misma ilusión, que cuando tenía 10 años, por patear un esférico.

Es fácil identifica­r esa autenticid­ad del amor al juego.

Gerardo Martino lo hizo y lo tenía muy claro desde aquel partido en Dallas, cuando se lesionó Edson Álvarez y dio su lista definitiva.

Él sabía que el elegido había sido el originario de Gómez Palacio, Durango. También fue claro al mandar el mensaje a los medios de comunicaci­ón tras los tres goles y la asistencia contra Cuba: ser cuidadosos y no elevarlo al paraíso de las sirenas, esas que cantan de inmediato al triunfo pasajero.

Me quedo con el consejo que el técnico argentino le dio al joven mexicano: “No veas los programas deportivos o redes sociales”. Y es que, esta vorágine de informació­n digital de nuestra época, se vuelve una ola que se lleva todo a su paso.

De vez en cuando, deberíamos recordar ese mundo puro, a la antigua, romántico al deporte, ese que nunca se debería olvidar y que por ahora, sólo por ahora, parece tener tatuado Uriel Antuna.

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