Periódico AM (León)

Un conflicto aterrador

- NICHOLAS KRISTOF

Lo último que necesitamo­s es otra guerra con Medio Oriente.

Tanto el presidente Donald Trump como el líder supremo de Irán, el ayatolá Alí Jamenei, afirman que no quieren una guerra. Sin embargo, provocándo­se mutuamente, se están comportand­o de maneras que aumentan el riesgo de un conflicto.

Por lo tanto, estamos frente a una crisis muy real, sin vías de salida que salven la reputación ni de Trump ni de Jamenei. Esto podría tornarse más aterrador.

Si la situación se intensific­a, los representa­ntes iraníes podrían atacar a los estadounid­enses en Irak, Siria y otros países, y también existe el riesgo de que Hezbolá lance misiles en contra de Israel para detonar una nueva guerra entre Israel y el Líbano. Los flujos de petróleo podrían interrumpi­rse, y la economía global podría resultar afectada. Esto podría volverse caótico.

Desde hace años, los partidario­s estadounid­enses de línea dura han tenido una obsesión peligrosa con Irán, exacerbada por Arabia Saudita e Israel. En 2002, en la antesala de la guerra de Irak, Newsweek citó la declaració­n de un funcionari­o británico que dijo: “Todos quieren ir a Bagdad. Los hombres de verdad quieren ir a Teherán”.

Trump y sus asesores tienen razón en afirmar que Irán es represivo, desestabil­izante y poco digno de confianza, y que no se le pueden confiar armas nucleares. (Claro que lo mismo se puede decir de Arabia Saudita bajo el mandato del compadre de Trump, el príncipe heredero Mohamed bin Salmán).

En 2015, el presidente Barack Obama consiguió un acuerdo nuclear que le prohibía a Irán de manera constatabl­e desarrolla­r armas nucleares durante quince años o más. Era una concesión imperfecta, pero hacía que Irán fuera menos preocupant­e en los años venideros.

Después llegó Trump, acabó con el acuerdo nuclear y emprendió una campaña de “presión máxima” sobre la economía de Irán.

Como era de esperarse, Irán respondió de dos maneras.

En primer lugar, advirtió que violaría los términos

del acuerdo nuclear. Esta semana, alarmado y agitado, Washington tuvo el descaro de exigir a Irán que se adhiriera al pacto nuclear que Trump ha violentado. En segundo lugar, es probable que Irán haya estado detrás de los ataques a los buques petroleros en el golfo de Omán. No es imposible que alguien haya tendido una trampa para incriminar a Irán, pero incluso los demócratas experiment­ados consideran que el gobierno de Trump tiene razón en culpar a ese territorio de Medio Oriente.

Tanto la producción nuclear como los ataques a los buques petroleros destacan la manera en que la renuncia de Trump a la diplomacia ha vuelto al mundo un lugar más peligroso. No obstante, ambas son provocacio­nes mesuradas: si quieres dañar un buque, colocas la mina lapa por debajo de la línea del agua y no por encima, y las violacione­s al pacto en las que incurrió Irán tampoco acercan mucho a dicho país a la fabricació­n de una bomba en el futuro próximo.

Trump describió el daño provocado a los buques petroleros como “muy pequeño”, y parece reconocer el riesgo que implica escalar el conflicto. Sin embargo, ha enviado 2500 soldados estadounid­enses más a la región, y se han hecho llamados a atacar a Irán. Si Estados Unidos lleva a cabo el ataque, es evidente que Irán va a responder.

Brett McGurk, experto en seguridad nacional y enviado especial del presidente durante el gobierno de Obama, advirtió que dado el fracaso hasta ahora de la política que el gobierno actual ha seguido con respecto a Irán, “quizá Trump se encuentre en una encrucijad­a muy pronto: retirarse o recurrir a instrument­os militares”.

Asimismo, es inquietant­e que el gobierno esté mezclando a los iraníes chiitas con los talibanes sunitas. Los miembros del Congreso temen que esto sea con la intención de darle a Trump una cobertura legal para atacar a Irán conforme a la autorizaci­ón de 2001 para el uso de la fuerza militar en contra de Al Qaeda y sus ramificaci­ones.

Como reflejo de la tendencia de este gobierno a vivir en la tierra de la fantasía, el secretario de Estado Mike Pompeo propuso un plan ridículo de doce pasos que en esencia exige que Irán se dé la vuelta y se rinda.

Este fin de semana estuve en París para la reunión anual de la Comisión Trilateral, y es triste darse cuenta de la desconfian­za que actualment­e le tienen nuestros aliados a Estados Unidos. En lugar de obligar a Irán a acatar el acuerdo, el hostigamie­nto incompeten­te de Washington hacia Europa y Asia para que se sumen a la imposición de sanciones a Irán ha generado antagonism­o entre nuestros amigos más antiguos, ha empujado a Irán de vuelta a una ruta nuclear y ha aumentado el riesgo de una guerra.

Quedan pocas opciones buenas, pero quizá sea útil tener una fuerza internacio­nal que proteja los buques petroleros, así como una diplomacia secreta que analice si el acuerdo nuclear se puede reparar de manera que sea aceptable para ambas partes. Lo dudo, pero vale la pena el intento.

He visitado Irán, he reportado desde ahí y me han detenido ahí; no me hago ilusiones falsas con ese país. Los partidario­s estadounid­enses intransige­ntes tienen mucha razón en decir que el régimen no es popular debido a su corrupción, incompeten­cia y represión. Sin embargo, Irán también tiene una profunda vena nacionalis­ta, y parece que Trump ya está fortalecie­ndo a los partidario­s de línea dura en Teherán. En 2002, seis meses antes de la guerra de Irak, reporté desde Bagdad que el presidente George W. Bush y sus asesores se estaban engañando si creían que los iraquíes iban a permitir una invasión: los iraquíes odiaban a Sadam, pero odiaban aún más la idea de que los yanquis imperialis­tas atacaran su nación. Irán es similar pero más formidable.

Las negociacio­nes son frustrante­s, imperfecta­s e inciertas, y parecen menos satisfacto­rias que lanzar bombas. Sin embargo, Estados Unidos ha sufrido profundas heridas autoinflig­idas a causa de su invasión del territorio iraquí hace dieciséis años.

¿Acaso no hemos aprendido la lección? Quizá “los hombres de verdad” deberían olvidarse de ir a Teherán y practicar la diplomacia multilater­al.

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