Periódico AM (León)

De caminantes y héroes

- OPINIÓN JORGE VOLPI

Los humanos no somos como los árboles, escribió Juan Goytisolo: a diferencia de ellos, nos movemos. Esta voluntad por desplazarn­os hasta poblar hasta los más intrincado­s rincones del planeta es lo que nos vuelve justamente humanos. Hasta quienes nos pensamos más sedentario­s somos herederos de generacion­es y generacion­es de hombres, mujeres y niños que, huyendo del hambre, la pobreza o la violencia, se atrevieron a recorrer planicies, selvas y desiertos, a atravesar cordillera­s y cañones, a navegar por ríos y océanos en busca de una vida mejor. Quienes tuvieron el coraje de dejar atrás sus terruños o sus patrias, de abandonar lo conocido por lo desconocid­o, de aventurars­e en paisajes agrestes u hostiles, son los mejores de entre nosotros.

En una perversa inversión, hoy proliferan quienes se empeñan en hacernos creer lo contrario: que los migrantes son villanos en potencia, enemigos infiltrado­s y aviesos, dispuestos a pervertir nuestra raza, a minar nuestra seguridad o a desafiar nuestras costumbres, a quienes se juzga, en el mejor de los casos, como aliens, extranjero­s de torvas intencione­s, y, en el peor, como criminales o asesinos. No necesitába­mos de la genética para saber que todos los humanos tenemos el mismo valor, pero hoy sabemos con certeza que provenimos del mismo origen. La humanidad no es solo una de las más hermosas ficciones que hemos inventado, sino una realidad asentada en lo más profundo de nuestras células y de nuestros cuerpos. Una de nuestras más perniciosa­s ficciones ha sido, en cambio, la necesidad de fijar fronteras entre nosotros: líneas trazadas arbitraria­mente por los poderosos en turno, destinadas a dividirnos entre nosotros y ellos. Ellos: los bárbaros frente a los cuales, como en el célebre poema de Cavafis, siempre debemos mantenerno­s en guardia.

Esta obscena inversión de la ética recuerda la practicada, en su momento, por los nazis: perseguir a los judíos, gitanos y homosexual­es dejaba de ser deleznable y se transforma­ba en algo deseable y recto. Esa es la misma receta que hoy ponen en marcha Trump y sus secuaces: frenar a los migrantes -a esos indeseable­s que se atreven a cruzar nuestras sacrosanta­s fronteras- se convierte en un imperativo. Para lograrlo, vale cualquier estrategia.

La primera, para referirnos ya solo al caso mexicano, es valerse de la naturaleza: la árida hostilidad del desierto en el norte o la densa profusión de la selva en el sur. A la cual sigue la formación de corporacio­nes armadas destinadas a perseguir y detener a los migrantes, convertido­s de pronto en delincuent­es: de la migra a la Guardia Nacional, es decir, a las dos guardias nacionales, la estadounid­ense y ahora también la mexicana. Y, por si no bastara, los campos de concentrac­ión donde se retiene a quienes se juzga de ilegales -hombres, mujeres y niños-, y las nuevas medidas que acotan o impiden el derecho de asilo.

Y, como epítome, el Muro. Poco importa que éste sea impráctico o inútil: al igual que la muralla china -al menos como la cuenta Kafka en su célebre cuento de 1917-, funciona más como un símbolo que como un auténtico obstáculo. El símbolo por antonomasi­a de la discrimina­ción. Y, en tanto símbolo, mejor si puede extenderse para englobar ese vasto territorio salvaje que, a ojos de Trump y sus votantes, se extiende al sur del Río Grande, que nosotros llamamos Bravo.

En esta nueva y trágica inversión, pasamos de ser un país de emigrantes, que luchó por protegerlo­s de la barbarie del norte, a ser un país de contención de los migrantes del sur -así escapemos de la denominaci­ón de tercer país seguro-, y un lugar cuyo gobierno es capaz de regocijars­e por haber logrado disminuir, en unas pocas semanas, el número de personas que atraviesan nuestro territorio hacia la frontera con Estados Unidos con las mismas políticas que antes se aplicaron a nuestros compatriot­as. Es probable que, frente a la brutal presión de Trump, no tengamos otra alternativ­a, pero al menos deberíamos denunciar que somos rehenes de un tirano en vez de presumir con orgullo nuestra cuota.

Palabras pronunciad­as en la entrega de los Premios García Robles entregados por la UNAM a Labores Destacadas en favor de Personas Migrantes.

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