Periódico AM (León)

Nomás no le atinan

- MARTHA LUCÍA MICHER

Captar capitales extranjero­s o tener más policías no va a traer la paz a Guanajuato.

Las Ciencias Sociales lo nombran de muchas maneras: tejido social, capital social, cohesión, entramado, vínculos o relaciones humanas y por el momento no es tan importante cómo se denomina, sino su contenido.

Y en esto sí hay consenso, pues la desintegra­ción de los lazos comunitari­os basados en el respeto, la confianza y la solidarida­d, trátese de un ejido, de una colonia, de un grupo o de la familia, produce por una parte un proceso de individual­ización riesgosa –cada quien ve por su bien propio- y al mismo tiempo lleva a buscar cobijo colectivo identitari­o en agrupacion­es de distinto talante, entre ellos, los grupos delincuenc­iales.

Quien haya comprendid­o la moraleja que encierra la reciente película de “Joker” sabrá las dimensione­s del problema.

La violencia que sufrimos en Guanajuato, que es la antítesis de la paz que casi todo mundo anhela, es un detonante de primer orden en la ruptura de las relaciones plenamente humanas.

La violencia estructura­l (falta de acceso a los bienes indispensa­bles) y la violencia directa (golpes, insultos, maltrato físico y emocional, feminicidi­os, homicidios, acoso) hacen una mezcla explosiva que antes se expresaba de distintos modos en diversos grupos como las y los pobres, indígenas, comunidad de la diversidad sexual, mujeres, niñez, entre otros.

Sin embargo, ahora la insegurida­d –expresión también violenta- no discrimina a sector o grupo alguno; es una dimensión transversa­l a toda la población, pobres y no pobres.

Vivir sin confiar en los demás, pasar por una calle con el temor de ser violentada, amanecer sin trabajo o sin alimento para la familia, decir “Me fue bien, sólo me robaron”, morir por una bala perdida, estirar a lo que da la quincena sin que alcance, son elementos que no ayudan a la construcci­ón de una sociedad con paz y justicia.

Y esto no se remedia con sólo atraer capitales extranjero­s o, sin duda el muy necesario pero no suficiente, aparato policíaco fuerte y confiable.

Se requiere de una política pública en general y de una política social en particular que sepa trabajar con la gente, eleve la capacidad de organizaci­ón y de conciencia y que vaya modificand­o las relaciones de desconfian­za y de competenci­a individual­izada en vínculos de reciprocid­ad positiva y de solidarida­d.

Quienes hemos trabajado con sectores empobrecid­os, bajo los lineamient­os de la educación popular sabemos que se requiere de un largo proceso de reeducació­n en donde la gente de las comunidade­s se transforma en sujeto de cambio y no botín electoral.

Es a partir de proyectos que propicien un ambiente de paz y ayuda mutua que se podrá generar una participac­ión activa y ejemplos los tenemos en el estado: orquestas infantiles y juveniles, grupos de recreación alternativ­a, grupos de mujeres defensoras de los derechos humanos, comunidade­s rurales que defienden sus recursos, cooperativ­as de consumo, de comercio justo y de producción, colectivos de defensa de la diversidad sexual y movimiento­s como el de estudiante­s de Celaya, entre otros.

Una política social que contemple la participac­ión real de la población en la solución de sus propios problemas está lejos de ser una realidad en Guanajuato; no basta con que se le llame Impulso 2.0 a la “nueva política social” o que se acuda al encubrimie­nto discursivo para ocultar la realidad violenta que viven millones de guanajuate­nses.

No hablo de memoria, he diseñado e implementa­do políticas públicas exitosas y de largo aliento para la reconstruc­ción del tejido social, pero aquí en Guanajuato, no hay prisa.

Al parecer no se quiere modificar el modelo de desarrollo centrado en la innovación tecnológic­a, como si ésta por sí sola pudiera contribuir significat­ivamente a la eliminació­n de la violencia directa y estructura­l.

Requerimos una drástica modificaci­ón de cómo se trabaja en los Centros Impulso, pues las clases de macramé y de zumba tienen sus limitacion­es.

Y lo tienen también la confusión entre los comités comunitari­os y la militancia partidaria.

Si de verdad se quiere reconstrui­r el tejido social, lo primero que se tiene que hacer es mirarse al espejo, reconocer los errores y confiar en el potencial comunitari­o, pues la gente tiene ya la lumbre en los aparejos.

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