¿Cómo frenarlos... sin destruirlos?
¿Cómo atajar el desbocado poder y apetito de estas empresas? Entre las fórmulas planteadas por los expertos hay varias opciones. Una sería limitar el número de sectores en los que los gigantes actúan; es decir, impedir que entren, por ejemplo, en el mercado financiero o en el transporte, ámbitos en los que ya empiezan a adentrarse, como Facebook con la criptomoneda Libra.
Una segunda alternativa trataría de controlar su compulsiva absorción de competidores en potencia -la compra de WhatsApp e Instagram por Facebook o de YouTube por Google-.
“Habría que sopesar la posibilidad de endurecer los controles en las fusiones cuando estas operaciones son llevadas a cabo por empresas dominantes de un mercado que sistemáticamente compran start-ups que podrían ser rivales”, opina Heike Schweitzer, profesora de Economía de la Universidad de Humboldt en Berlín.
“Cuando se aplican las reglas de la competencia, debemos tener cuidado para proteger y no poner trabas a la innovación”, señala Schweitzer, uno de los tres expertos a los que la Comisión Europea encargó un informe publicado en primavera sobre cómo regular el nuevo mercado.
Otra opción que está siendo debatida -la que dividiría literalmente las empresas- es
separar algunos de sus negocios en diferentes compañías. Fragmentar el negocio, “trocearlo”, tiene sus riesgos. Por ejemplo, si esto se aplicara a Apple y se separara la parte de los servicios y aplicaciones del resto del negocio (celulares, tabletas…), se estaría segregando el sector con más perspectivas de negocio (las aplicaciones) de la fabricación de los dispositivos en los que funcionan, un área más madura y, por tanto, con un menor crecimiento potencial.
“No me gusta la idea de castigar a las empresas por tener éxito”, advierte Michael Cusumano, del MIT.
Parece que el “divide y vencerás” no es la única fórmula para defender la competencia y castigar las malas prácticas. Heike Schweitzer considera
que sería útil crear una serie de normas simples específicas para las plataformas digitales, como prohibir que den preferencia a sus propios productos y exigir interoperabilidad con otros servicios.
En cualquier caso, hace falta una revisión de las reglas, porque las vigentes han quedado obsoletas y se pueden atascar en procesos que duran años en los tribunales.
No estaban pensadas en ningún caso para tratar de domar a los gigantes tecnológicos, cuyo negocio desborda lo conocido hasta ahora.
“Las dinámicas de la inteligencia artificial, los algoritmos, el comercio online llevan la competencia a un terreno desconocido”, explica Ariel Ezrachi, profesor de la Universidad de Oxford, en Virtual Competition (Competición virtual). La oferta disponible en las plataformas es amplia, parece por momentos inabarcable, pero no es transparente. La nueva dinámica de mercado ha generado un “espejismo de bienestar”, alerta Ezrachi. Los desequilibrios tienen casi siempre forma de algoritmo y tanto Google como Facebook tienen un gran poder para fijar los precios de los anuncios.
A esto se suma el espinoso asunto del uso y/o abuso de los datos, que abre el interrogante de cómo se comercializan y quién gana dinero con ellos. “En materia de competencia, ¿cómo podemos estar seguros de que las posiciones de hegemonía no son reforzadas y perpetuadas gracias al control de datos?”, se pregunta la profesora Schweitzer.
“Una firma que controla los datos puede tener amplia ventaja sobre otros competidores en sectores en los que ni siquiera está activa. Los nuevos intermediarios de la información, sea esta general (Google Search), de productos (Amazon) o medios (Facebook o YouTube), potencialmente pueden dirigir la atención de los consumidores de forma que beneficie sus intereses”, advierte Schweitzer.
Algunos expertos defienden que habría que forzar a las compañías a compartir los datos con sus rivales, sin tener que llegar a trocearlas para con el fin de evitar los monopolios.