VIAJE AL reino helado
Tocar el hielo azul del glaciar Engabreen, navegar por el poderoso maelstrom de Saltstraumen y admirar las auroras boreales. Una aventura por paisajes noruegos que han inspirado hasta a Disney
Tomine tiene 10 años y una trenza casi blanca de tan rubia. Se retira la capucha de la larga capa bordada y entona con seguridad: “La den gå, la den gå…”. En noruego, Let it go (Libre soy).
La niña canta dentro de una cabaña, en un bosque rojo y naranja de arces y abedules, al borde de un lago cristalino, frente a un precioso glaciar. Entre su público, una decena de periodistas internacionales y Peter del Vecho, ganador de un Oscar y productor de Frozen (2013. Está promocionando Frozen 2, que se estrena en noviembre, para lo que recrea con la prensa invitada parte del viaje de documentación que realizó el equipo cuando preparaba la secuela.
“Durante dos o tres semanas vimos glaciares, fiordos, cataratas y los colores del otoño que evoca la paleta de la película para subrayar que Anna y Elsa, nuestras protagonistas, han madurado. El paisaje nos inspiró, pero no tratamos de recrear lugares específicos, no queríamos ser realistas, ¡al fin y al cabo la heroína de la película lanza hielo con las manos y hay un muñeco de nieve parlante! Aun así, es importante que los detalles sean creíbles para que la gente sienta que el lugar que ve en la pantalla de verdad existe”.
Al perfecto decorado de la provincia de Nordland, al norte del país, no le hace falta un filtro hollywoodiense para seducir. El abuelo de Tomine, Steinar Johansen, lleva décadas recibiendo a viajeros en su granja de Svartisen, donde abrió un café en 1985. “Entonces llegaban sobre todo alemanes, en barco, hoy viene mucha más gente por carretera”.
No es de extrañar: desde la capital provincial, Bodø, se llega a Svartisen por la carretera de la costa. El viaje es un pasmo visual: el agua perfectamente plana de los fiordos refleja las enormes montañas de cumbres nevadas, los bosques van del verde intenso de los pinos al fuego de las hojas caducas, y, salpicadas por todas partes, aparecen pintorescas casitas de madera (blancas, rojas, mostaza), algunas con césped en el tejado. Hasta las áreas de descanso son divinas.
En Ureddplassen está el que ha sido denominado “el baño público más bonito del mundo”. El retrete de cemento y vidrio esmerilado corona un minimalista mirador con bancos de mármol rosa, su forma recuerda a un sombrero o a una boa comiéndose un elefante, dependiendo de si has leído o no El Principito.
Tras un par de horas de carretera panorámica, hay que coger un barco 10 minutos para atracar junto a la granja de Steinar: “Desde aquí los turistas practican senderismo, se suben al glaciar, se toman selfis…”.
A siete metros sobre el nivel del mar, es el glaciar con menos altitud de Europa continental. Resulta sorprendentemente sencillo llegar al hielo. Si brilla el sol de otoño, y en ocasiones lo hace, la travesía es una divertida caminata de un par de horas, con una primera parte muy sencilla y una segunda algo más agreste en la que hay que trepar un poco. Tras el desnivel, se alcanza el intenso azul de la lengua de hielo y su misterioso crepitar. Los gélidos recovecos y pináculos son el perfecto refugio para cualquier princesa que se quiera olvidar del mundo.
Paralelo 67
“Tenemos una cita con Lady Aurora, pero es una dama esquiva”. Henry Johnsen, guía de aventuras árticas, calienta el ambiente creando expectación. La noche cerrada y sin nubes en la playa de Langesanden está fresca. Fresca es un decir. Estamos en el paralelo 67 Norte. Por encima solo quedan Groenlandia, Laponia y Alaska.
“El paralelo 67 Sur está en plena Antártida, así que, para lo lejos que estamos del ecuador, este frío tampoco es para tanto”, dice nuestro guía. Lo que hace que este lugar no sea un páramo helado es la corriente del golfo de México. El microclima permite que en la isla de Sandhornøya haya montañas, árboles, casitas de madera, un camping.
Henry nació en la isla cuando aún no existía el puente de 374 metros que la une a tierra firme. Nació, cuenta, en un barquito mientras su madre trataba de llegar a la costa, pero huele a leyenda como casi todo por aquí. Por ejemplo: para los samis la aurora boreal es “la luz que se puede oír” (aunque la ciencia dice que no, aclara el guía); para los vikingos, era el puente que cruzaban los dioses para ver a los mortales. En el universo Frozen son los troles quienes la invocan. En realidad, se trata de partículas solares cargadas que chocan con el campo magnético de la Tierra. Cuando empieza a bailar la luminiscencia verde en el cielo, da igual que lo sepas: es magia.
A la mañana siguiente, Henry recorre el fiordo de Salt en una zódiac con una docena de pasajeros enfundados en trajes impermeables y gafas de esquí. Van a planear sobre el maelstrom de Saltstraumen, la corriente de mareas más poderosa del mundo y una gran atracción turística. La tarde anterior los pasajeros han visto una trepidante secuencia de Frozen 2 en la que Elsa, medio ahogada, lucha a muerte en el mar del Norte contra un imponente caballo de agua. Una batalla angustiosa.
Justo lo que necesitas antes de cabalgar sobre los violentos vórtices del fiordo en una lancha motora. El caballo de la película está inspirado en el nøkke del folclore escandinavo. Hay todo tipo de versiones sobre él, pero el productor de Disney se queda con una en la que el espíritu acuático se ofrece al viajero para cruzar un río: si eres honesto, te deja montar en su lomo; si no lo eres, te ahoga. Muy tranquilizador.
Sobre la zódiac, Henry se esmera en explicar la geología del fiordo formado hace unos 16 mil años por el deshielo, y de las montañas que rodean el antiguo valle glaciar. Es difícil concentrarse ante la promesa de remolinos de 10 metros de diámetro y 5 de profundidad que giran a una velocidad de 22 nudos (unos 40 kilómetros por hora). Los provoca el desnivel entre el mar y el fiordo.
En Frozen 2 las hermanas abandonan el coqueto pueblo de Arendelle para viajar al desconocido norte donde se tienen que enfrentar con los elementos, que se comportan como personajes por derecho propio. “Queríamos introducir la idea de que la naturaleza está viva, y el tema eterno de que te dirá lo que tienes que hacer, si te tomas el tiempo necesario para escucharla”. Los samis saben mucho de escuchar a la naturaleza.
“Por respeto y por agradecimiento al reno, te tienes que comer toda la carne del plato; si quieres puedes dejar las patatas”. Elin Christina y Anne Oskal, de 23 y 30 años, sonríen pero no están de broma. Son samis, el pueblo originario de Laponia, del que hoy forman parte unas 100 mil personas repartidas principalmente entre Finlandia, Suecia, Rusia y Noruega, donde viven cerca de 60 mil. En el parque nacional Saltfjellet-Svartisen (a dos horas de Bodø) se conservan muchos restos arqueológicos de asentamientos samis.
La familia Oskal, como sus ancestros, se dedica al pastoreo de renos a los que siguen en sus migraciones. “Usamos todo del animal, la carne, la piel, las uñas, los cuernos…, hasta tenemos uno de mascota, Angel, que es incluso más divertido que Sven”
El centro de interpretación de los parques nacionales de Nordland (en Storjord) rinde homenaje a esta cultura: hay reconstrucciones de sus goahtis y lavvus (chozas y tiendas de campaña con esqueletos de madera y coberturas de barro o piel) y se explica cómo, gracias al artista y activista Per Adde (un nonagenario que vive aislado en estas montañas), se consiguió, a finales de la década de 1980, salvar el pastoreo del reno ampliando la protección de sus zonas migratorias.
Pero no siempre fue así. Especialmente en el siglo XIX y principios del XX, los derechos del pueblo sami estuvieron amenazados. “Todos los países nórdicos trataron de asimilarnos, estuvimos a punto de perder nuestra lengua autóctona”, se lamenta Anne Lajla Utsi, directora del Instituto de Cine Sami.
Es uno de los seis consultores samis con los que Disney trabajó para Frozen 2. A petición del Parlamento sami se creó un grupo llamado Verddet (amistad). Se visitaron unos a otros en Noruega y en los estudios de Los Ángeles. Los animadores aprendieron detalles sobre cómo tenían que ser los trajes o las tazas de madera (guksi) que utilizan los Northaldra, el pueblo ficticio inspirado en los samis que habita el bosque encantado de la película.
Se corrigieron detalles tan sutiles como la forma de sentarse en el suelo de los personajes: los habían dibujado con las piernas cruzadas, pero los pastores de renos se sientan de rodillas sobre sus talones, para no mojarse el trasero con la nieve.
Como guinda a esta colaboración, el estudio apoyará el doblaje al sami de Frozen 2. Será el primer gran estreno en esta lengua milenaria que estuvo, no hace tanto, a punto de extinguirse.