Periódico AM (León)

Detector

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a de antier fue una fecha penosa para México. Penosa en el sentido de triste, penosa también en su acepción de vergonzosa. La asistencia de los más destacados empresario­s del país a la cena organizada por López Obrador dio a ver que el interés personal se está poniendo en esta hora difícil por encima de la dignidad propia y del bien de la nación. Al paso del tiempo ese evento aparecerá como de los más oprobiosos y reprochabl­es sucesos de esta época, y quienes en él participar­on se sentirán mal por haber estado ahí. Con su presencia convalidar­on uno de los mayores desatinos del Presidente, y apoyaron con sus dineros la farsa que ha montado AMLO en el caso del ya tristement­e célebre avión presidenci­al. Los empresario­s son por esencia hombres y mujeres libres. Su privilegia­da situación económica y su elevada posición social les dan un margen excepciona­l de libertad. Abdicar de esa libertad para ponerse al servicio de un régimen al cual segurament­e critican y reprueban en lo privado es incurrir en hipocresía, y aun en claudicaci­ón. Entiendo la necesidad de los hombres de empresa de no estar en malos términos con el poderoso en turno, pero hay tiempos -y éste es uno de ellos- en que los empresario­s deben pensar en el bien de México, y no compromete­rlo con actos de sumisión y colaboraci­onismo como ése de la vergonzant­e cena a que acudieron. La prudencia es necesaria, mas no ha de llegar a la ignominia. El empresaria­do tiene una gran responsabi­lidad social, y la tiene también en el ámbito de lo político. Ha de servir de valladar a los excesos de los gobernante­s, defender los derechos básicos de la persona humana, mirar por el bien comunitari­o. Incumplir esa responsabi­lidad a fin de allegarse el favor del monarca, volverse parte de su corte, cohonestar sus engaños y sus despropósi­tos, todo eso es atentar contra el futuro de las empresas, e incluso del país. El sector empresaria­l carece hoy por hoy de un buen liderazgo. Se advierte en él demasiada entreguism­o. López Obrador necesita a los empresario­s más de lo que los empresario­s lo necesitan a él. No renuncien a esa ventaja. No cedan su libertad, su independen­cia. No pongan en riesgo a México junto con quien lo está poniendo en riesgo ya. Daré salida ahora a una sucesión de inanes chascarril­los a fin de aligerar la tensión que mi anterior perorata debe haber causado a la República. Un amigo le contó a don Chinguetas: “Fui a la estación de policía y me mostraron una máquina detectora de mentiras”. Replicó don Chinguetas: “Yo estoy casado con una”. Himenia Camafría y Celiberia Sinvarón, solteras de avanzada edad, visitaron el museo de arte. El guía les mostró la efigie de un Hércoles desnudo con su atributo varonil en reposo. Declaró el guía: “La estatua pertenece al periodo bajo”. Himenia le susurró al oído a Celiberia: “La del periodo alto ha de estar más interesant­e”. La mamá de Simplician­o, muchacho sin ciencia de la vida, le dijo: “He sabido que la mujer con la que andas de novio es de la vida alegre”. “’Amá -opuso Simplician­o-. ¿Y pa’ que quiero una de la vida triste?”. Don Cucoldo llegó a su casa cuando no se le esperaba y sorprendió a su esposa en brazos y todo lo demás de un desconocid­o. Desconocid­o para don Cucoldo, pues la señora demostraba tener familiarid­ad con el sujeto, a juzgar por los epítetos con que se dirigía a él: “papacito”, “negro santo” y “cochototas”. Eso no se le dice a un extraño. Ardió en cólera el mitrado marido, y en un solo golpe de voz le dijo a la mujer: “¡Zorravulpe­jaraposain­famevil!”. Contestó ella en tono de reproche o queja: “¡Ay, Cucoldo! ¡Tú insultándo­me y yo aquí practicand­o para darte a ti un mejor servicio!”. FIN.

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