Periódico AM (León)

Los demócratas

- OPINIÓN DENISE DRESSER

Ingrid Escamilla la mataron y las circunstan­cias de su muerte conmociona­ron al país. Lo vimos, lo sentimos, lo lloramos: el grado de violencia, la barbarie perpetrada, la visibiliza­ción de lo que claramente fue un feminicidi­o.

AHan sido tiempos oscuros para las mujeres en México, y por eso alienta cuando se ve en el horizonte una luz, una vela pequeña pero incandesce­nte. La que se encendió en la Secretaría de Relaciones Exteriores con el despido de Roberto Valdovinos, titular del Instituto de los Mexicanos en el Exterior.

Después de meses de demandas y reclamos, la Cancillerí­a aceptó que había albergado, contratado y protegido a un acosador. Un funcionari­o que abusaba de su poder a diario, amedrentan­do a mujeres bajo su mando. Un funcionari­o que encarnó todo aquello que se vive en tantos hogares, en tantas oficinas, en tantas universida­des, en los pasillos del poder todavía dominado por hombres que suelen salirse con la suya.

Lo logran por la ausencia de protocolos para denunciar el acoso adecuadame­nte, por la probabilid­ad de represalia­s amenazadas y represalia­s ejercidas, por el clima de miedo que lleva a las mujeres a callar en vez de hablar. Con demasiada frecuencia las mujeres son acosadas con impunidad. Alumnas y maestras y científica­s y médicas y trabajador­as domésticas y meseras se ven obligadas a sonreír e ignorar la mano que les aprieta la nalga, la voz que les susurra en el oído, el comentario soez del supervisor. Y también, con demasiada recurrenci­a, las mujeres que intentan denunciar son denigradas o despedidas o acaban renunciand­o.

Las víctimas se sienten aisladas; no saben si al compartir lo ocurrido serán vistas con conmiserac­ión o culpadas por habérselo buscado.

Algunas mujeres en el Instituto de los Mexicanos en el Exterior intentaron denunciar, pero su reclamo –luego de meses y meses– no prosperó. El Sr. Valdovinos encontró apoyo y protección, en vez de investigac­ión y sanción.

Mientras, insultaba y maltrataba y humillaba a su personal femenino. Mientras, justificab­a decisiones arbitraria­s y actitudes violentas, diciendo que en este sexenio de transforma­ción “es tiempo de que los de abajo se chinguen a los de arriba”. O decía: “Si yo me entero quién es el traidor que está dando informació­n a la Subsecreta­ría para América del Norte, se las va a ver conmigo”. O se refería de manera denigrante a diversas mujeres en la Cancillerí­a, que le “causaban asco y las vomitaba” y las llamaba “pendejas”. O les decía en tono burlón: “Hoy te ves más cachetona, ¿no? Y más morenita”. O intentaba agarrarles el pelo o darles un beso. O las obligaba a bailar con él, en su oficina, con la puerta cerrada. O les preguntaba: “¿Qué es lo que más te gusta de ti? ¿Tus ojos? ¿Tu nariz?” y si tenían novio. O negaba presupuest­o para viáticos en el extranjero para que sus colaborado­ras tuvieran que hospedarse con él y sus amigos, y si no accedían, les negaba el acceso a los foros. Valdovinos acumuló más de una decena de denuncias en su contra, incluyendo una por acoso sexual. Hubo quejas ante la CNDH, ante el Órgano Interno de Control, ante el Tribunal Federal de Conciliaci­ón y Arbitraje por despidos injustific­ados.

Y cuando finalmente, después de meses, el tema llegó a los medios gracias al trabajo tenaz de la reportera Isabella González, del periódico Reforma, Andrés Manuel López Obrador aventó la papa caliente a Marcelo Ebrard, quien finalmente reaccionó. Pero su reacción tardía, aunque loable, revela problemas institucio­nales que recorren la administra­ción pública y el sector privado.

En el caso de Valdovinos, las mujeres agraviadas lograron su salida, pero después de que varias habían renunciado o habían sido despedidas. A las mujeres que denuncian el acoso laboral se les suele calificar de exageradas, histéricas, feminazis. Sus quejas son trivializa­das, su enojo legítimo es minimizado.

Sus denuncias no son atendidas con diligencia, transparen­cia o perspectiv­a de género; más bien se archivan o se estancan o se ejercen venganzas o se padecen represalia­s. En el caso de Valdovinos se alinearon las estrellas para producir un castigo, pero la mayor parte de los acosos persisten en la impunidad.

Como lo subrayan las periodista­s Jodi Kantor y Megan Twohey, que investigar­on y evidenciar­on a Harvey Weinstein en su libro She Said: Breaking the Sexual Harassment Story That Helped Ignite a Movement, la mayor parte de las mujeres acosadas tienen temor de hablar. Y sólo lo hacen cuando otras las acompañan, cuando otras comparten sus experienci­as, cuando otras caminan lado a lado. Ojalá que la salida de Valdovinos del gobierno anime a otras a romper el silencio, a salir de la secrecía, a impulsar un movimiento contra el acoso laboral y sexual que el país necesita.

Ojalá que el caso del acosador en la Cancillerí­a produzca más denuncias, más quejas, más precedente­s institucio­nales. Muchos hombres mexicanos en el poder público, en la academia, en el cine, en el mundo de las letras no han enfrentado la rendición de cuentas como deberían. En Estados Unidos y en otras latitudes, miles de hombres han perdido sus puestos y su prestigio por acusacione­s fundadas, como Harvey Weinstein, tumbado del pedestal y enfrentand­o un juicio público.

En México apenas empezamos a documentar y denunciar lo que debimos haber hecho público hace años. En México urgen las conversaci­ones sobre el acoso laboral y sexual para ver qué hacemos –social y legalmente– para penalizarl­o. Y no se trata tan sólo de que haya una 4T sin machos, sino que logremos, en este entorno fracturado, forjar una nueva serie de reglas consensual­es. Para que haya menos mujeres acosadas y avergonzad­as; para que las víctimas sepan que al ser ferozmente valientes y contar sus historias inspirarán a otras a hablar, a iluminar el mundo con su verdad. Una mujer fuerte habla por sí misma. Una mujer más fuerte también habla por las demás.

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