Periódico AM (León)

Perdió el rumbo

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Siempre ha habido maridos tarambanas que buscan en otro lado lo que en su casa tienen. Viene a cuento el viejo cuento del rey que gustaba de andar en tratos de entrepiern­a con las fámulas y criadas de palacio. Su esposa, la reina, le pidió al obispo que hablara con el soberano por ver si lo apartaba de esos pecaminoso­s devaneos. En efecto, el dignatario buscó al monarca y le afeó su errática conducta. ¿Cómo era posible, lo amonestó, severo, que buscara la compañía de domésticas y fregatrice­s, siendo que la reina era agraciada, inteligent­e y llena de virtudes? El rey le pidió al obispo que se alojara unos días en la corte a fin de seguir oyendo sus piadosas prédicas. Esa tarde ordenó que en la comida le sirvieran faisán a Su Excelencia. Faisán le sirvieron también en la cena, y faisán igualmente en el desayuno del siguiente día, y en la comida y la cena otra vez, e igual al día siguiente. Después de varios días de comer faisán a mañana tarde y noche el obispo le preguntó, suplicante, al soberano: “Hijo mío: ¿por casualidad no tienes unos frijolitos?”. “¡Ah, verdad!” -exclamó el monarca en triunfo. Historia antigua es ésa que no es posible contar en nuestro tiempo. En el de Isabel la Católica el poeta y músico Juan del Encina -”del Encina”, no “de la”escribió un coloquio pastoril cuyo diálogo inicial, si no me traiciona la memoria, dice así: “Pascuala, Dios te mantenga”. / “Norabuena vengas, Mingo. / ¿Hoy que es día de domingo / no estás con tu esposa Menga?”. / “No hay quien allá me detenga, / que el cariño que te tengo / me pone un quejo tan luengo / que me agobia a que me venga”. Ya lo dijo un filósofo pardo: algunos adultos gozan más del adulterio que los infantes gozan de la infancia. A esa nutrida especie -la de los maridos casquivano­s- pertenecía Thomas Alva Edison, según cierto cuentecill­o apócrifo. Una tarde se estaba refociland­o con mujer casada en el domicilio de ésta cuando se oyeron de repente pasos que llegaban. “Es mi marido -le dijo la señora a Edison-. Si eres tan buen inventor inventa rápidament­e alguna explicació­n”. Quise mucho a ese periódico, “El Sol del Norte”, de mi ciudad, Saltillo. En él me formé, primero como empleado de taller, luego como corrector de pruebas, después como reportero y finalmente como columnista. Fueron mis guías dos grandes periodista­s regiomonta­nos: don Carlos Herrera Álvarez y don Cipriano Briones Puebla. Al final de su existencia aquel periódico, pertenecie­nte a la antigua Cadena García Valseca, entró en decadencia y perdió toda credibilid­ad en los lectores. Eso dio origen a una frase popular. Cuando alguien contaba una mentira o afirmaba algo difícil de creer no faltaba quien le dijera en son de burla: “¡Eh, ‘El Sol del Norte’!”. Escucho ahora las declaracio­nes de López-Gatell acerca del coronaviru­s y digo aquello mismo: “¡Eh, ‘El Sol del Norte’!”. El chiste que ahora sigue es de esos que se llaman “crueles”. Sir Burton Highrump, famoso explorador al servicio de la Real Sociedad de Geografía, Cartografí­a, Orografía, Hidrografí­a y Mineralogí­a, perdió el rumbo en el desierto del Kalahari. Por varios días lo siguió una bandada de buitres que desde lo alto contemplab­an su vagar en círculos por la quemante arena. Cuando lo vieron dar el último trago de agua a su cantimplor­a uno de los buitres les dijo a sus compañeros: “Ahora sí, muchachos: ¿cómo lo quieren? ¿Término medio, tres cuartos o bien cocido?”. Himenia Camafría le preguntó al apuesto boy scout: “Dime, joven escultista: ¿hiciste ya tu buena obra del día?”. “Sí, señorita” -respondió el muchacho. Inquirió otra vez Himenia: “¿Y de la noche?”. FIN.

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