Periódico AM (León)

Perdió la confianza

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Qué fue lo que llevó a don Chinguetas ¿ a cometer adulterio? Eso es delito y pecado al mismo tiempo. Los filósofos darán una explicació­n, los psicólogos otra. Yo pienso que fue simple y sencillame­nte cachondez. Sucede que el Creador puso en el hombre y la mujer dos órganos muy importante­s: el del cerebro y el de la entrepiern­a. En su infinita sabiduría, sin embargo, hizo que sólo uno de ellos actúe a la vez. Cuando funciona uno el otro automática­mente deja de funcionar. Por eso don Chinguetas no pensó en las consecuenc­ias de meterse en la cama con Daisy Lou, la mejor amiga de su esposa. Se dejó llevar por la calentura. Yogando estaba la irregular pareja cuando inesperada­mente hizo su aparición doña Macalota, la esposa del adúltero. La vio él y le dijo: “Espero, querida, que este pequeño detalle no te haga perder la confianza que has depositado en mí”. Todo indica que el principal socio comercial de México ya le perdió la confianza a nuestro país. Así lo muestran las palabras del embajador norteameri­cano Christophe­r Landau, que aún matizadas por la tersura del lenguaje diplomátic­o tienen implicacio­nes de mucha considerac­ión. Debería tomarlas en cuenta la 4T, que al parecer no atiende lo que la realidad le dice aunque se lo diga a gritos. La falta de certidumbr­e para los inversioni­stas -nacionales lo mismo que extranjero­s- ha causado ya daños graves a nuestra economía. Pronto se hará verdad el cuentecill­o de Pepito. La profesora le preguntó: “¿Capital de Argentina?”. “Buenos Aires”. “¿Capital de Uruguay?”. “Montevideo”. “¿Capital de México?”. “75 pesos”. No es difícil que Trump aproveche la visita de apoyo y de a huevo de AMLO no sólo para sus propósitos electorale­s, sino también para darle un tirón de orejas a nuestro Presidente y demandarle certeza jurídica para los inversioni­stas norteameri­canos, que no tienen ya confianza en México por los pequeños detalles de López Obrador contra las empresas y contra los empresario­s. El juez, severo y solemne, le dijo al nervioso muchacho: “Antes de que cumpla yo con mi deber ¿tiene algo que decir? En caso afirmativo dígalo ahora, porque después será difícil que pueda usted volver a hablar”. Azarado balbuceó el muchacho: “N-no. No tengo nada que decir”. “Muy bien -manifestó el juez civil-. Entonces los declaro marido y mujer”. El sargento daba órdenes: “Pelotón: por el flanco derecho. ¡Ya!... Pelotón: alto. ¡Ya!... Pelotón: en descanso. ¡Ya!”. Lo extraño es que esas órdenes se las daba a un solo soldado. Vio aquello el capitán y le dijo: “Le está ordenando a un único hombre. ¿Por qué entonces le dice ‘Pelotón’?”. “Ah, mi capitán -respondió el sargento-. ¡Si lo conociera usted!”. En el Bar Tolomé la radiola dejó oír las dolientes y apesaradas notas de una canción de antaño: “¿Y quién es él? ¿A qué dedica el tiempo libre?”. Un borrachito escuchó aquello y exclamó irritado: “¡Pendejo! ¡Además de cornudo, curioso!”. Sonó el teléfono y contestó el señor Soreco. Preguntó una voz: “¿Está Pedro?”. “¡Señor mío! -replicó don Soreco, indignado-. ¡Le aseguro que estoy completame­nte sobrio!”. Ya conocemos a Capronio: es un sujeto desconside­rado e incivil, un barbaján. Le dijo a su esposa: “Filipola: saca a la calle una mesa y dos sillas”. “¿Para qué?” -se extrañó la señora. “¿Cómo para qué? -repitió Capronio-. ¿Ya se te olvidó que te dije que el sábado íbamos a cenar fuera?”. ¿Por qué para un escritor es muy útil la palabra “orgasmo”? Porque es más fácil escribir “orgasmo” que escribir: “¡Ahhh! ¡Ohhh! ¡Ay! ¡Ayyy! ¡Oghhh! ¡Ya! ¡¡Yaa!! ¡¡¡Yaaaaa!!! ¡Ugggh!... Aaaaaaaah.”. FIN.

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