Cuba: una ficción superada
Hace unas semanas, empredimos una discusión por Whatsapp varios abogados de un grupo especializado, sobre la probable implantación del comunismo aquí en México, ahora tan mencionado y promovido por el régimen actual, renaciendo íconos y héroes de izquierda tales como Fidel Castro Ruz, Ernesto “Che” Guevara, Salvador Allende y el gran símbolo de la utopía de la unión de América Latina Simón Bolivar. Sin embargo, ante la especulación de que a nuestro país le convendría dar un giro política e ideológicamente hacia el comunismo, se encontró que la mayoría de los participantes expresó su rechazo a esta posibilidad y solo una minoría apasionada trataba de sostener sus supuestas bondades.
No obstante, como haciendo una pausa en la discusión y a manera de ejemplo objetivo, el abogado y ex alumno de Derecho de su servidor, Jesús Arenas, recomendó, para omitir cualquier argumento contra el comunismo, viéramos la película que a modo de documental se exhibe en la plataforma Netflix, denominada “Cuba and the Camera Man”; a los pocos días recordé aquella recomendación y así lo hice en una tarde de la semana antepasada; y desde entonces estimé pertinente comentar con los amables lectores esa obra cinematográfica que logró obtener un premio Emmy para su autor Jon Alpert, pero como tenía en camino la segunda parte de otra publicación para el domingo pasado, lo diferí para hoy.
Como ya lo he comentado en pláticas informales con familiares y amigos, al terminar la primera hora del film mencionado, me vi sollozando y con un nudo en la garganta, pero al terminar la película en los siguientes minutos materialmente derramé lágrimas que escurrieron por mi rostro hasta mi mentón de lo cual me percaté hasta cuando cayeron sobre mi camisa.
Solamente atiné a expresar en voz alta: “qué forma tan estúpida de destruir un país y acabar con tres generaciones de personas”; ya que la filmación abarca los videos que durante 45 años de forma intermitente fue coleccionando con mucha paciencia, orden, rigor sistemático y perseverancia el autor Jon Alpert, sobre la vida en la isla a partir de 1971, poco más de diez años después de la Revolución Cubana.
Simultáneamente con el cineasta vemos como van envejeciendo, tanto Fidel Castro con una alegría inusitada en su visita a Nueva York a la Organización de las Naciones Unidas con parte de su discurso y cómo se fue apagando hasta cumplir 90 años y fallecer en el 2016 con los últimos periodos difíciles, de preocupación y deprimido por la situación económica de su patria, así como también el deterioro de los protagonistas, ciudadanos de carne y hueso, con identidad, su evolución y su hábitat durante todo ese lapso.
Por ello, nos resulta inexplicable que personajes tan talentosos, con un alto nivel cultural, político y social como los que participan actualmente en el gobierno federal en distintas áreas, tales como Secretarios de Estado, Directores de organismos descentralizados, Diputados y Senadores como Julio Scherer, Marcelo Ebrard, Juan Ramón de la Fuente, Olga Sánchez-Cordero, Mario Delgado, Porfirio Muñoz Ledo, Tatiana Clouthier, Ricardo Monreal, Martha Lucía Micher, Antares Vázquez, Ricardo Sheffield, Alfonso Romo, Alfonso Durazo, y tantos más, quieran arrastrar a México a un destino comunista como el que ha vivido Cuba en 60 años infructuosos y algunos otros países imitadores de ese modelo históricamente fallido.
Si los amables lectores se encuentran con ánimo y estabilidad emocional suficiente para pasar momentos difíciles y de impotencia vean esta película; dos horas de realidad histórica hablan más que una cátedra. Aunque se difunda que en Cuba se goza de uno de los mejores sistemas educativos del mundo, baste ver la escena en donde el cineasta pregunta a los jóvenes cubanos: ¿qué quieren estudiar? Y ellos contestan, con candidez e ilusión: Ingeniero, Médico, Economista, etcétera; y los espectadores nos preguntamos, ¿para qué? Si no es posible tener superación personal y mucho menos económica en ese ambiente de sometimiento tan cerca de la esclavitud.