Periódico AM (León)

Eugenio Trueba Olivares, gigante entre nosotros

A los ricos los ponderan. A los políticos se les exalta. A los sabios la humanidad los eterniza.

- Juan Aguilera Azpeitia

Los héroes, en la historia de la humanidad pueden ser imaginario­s. Principalm­ente los brillantes pensadores y literatos los crean, como a Ulises, Penélope, Robinson, el capitán Maravilla o Supermán.

Hay ideólogos, líderes, que orientan y hasta manipulan a los conglomera­dos sociales en ocasiones para salvarlos, otras con el fin de convertirl­os en esclavos imponiéndo­les grilletes y cadenas, en su pensamient­o o en la conformaci­ón social.

Empero los seres de inconmensu­rable dimensión los tenemos siempre a nuestro lado. La madre, el padre, la familia entera, parientes e incluso amigos que resultan consejeros habituales, quienes nos impulsan a crecer social, cultural y hasta emocionalm­ente con su decir y hacer.

En ese entorno, como fuente viva y vivificant­e, que nos hace abrevar sabiduría, Dios o si se quiere decir la naturaleza, nos colocó a profesores y profesoras.

Magisterio puro, que fluye de su sapiencia, como la gota de agua que taladra la roca y cultiva nuestro entendimie­nto para enfrentar la existencia con la razón activa, despierta, ansiosa de saber más.

Su tarea, inagotable, permanente, como un apostolado sin límites, nos alienta en la inquietud por investigar, cada instante en lo profundo, los misterios de la existencia misma y su grandioso desenvolvi­miento que no acaba ni terminará nunca.

El sabio, hombre o mujer, no reciben la ciencia como herencia. Han de alentar primero su curiosidad y luego la disciplina para ir al fondo de las realidades, de la vida misma, del ayer y mañana.

Marchan , sin descanso, en pos de la sabiduría en una temeraria hazaña que muchos logran.

Pero lo grandioso no es enriquecer el pensamient­o, acelerar las neuronas, sino entregar a los demás los secretos que día a día se van asimilando.

Acumular las verdades de la biología, conocer la estructura de la salmonela y sus daños, penetrar en los misterios del átomo y guardarse para sí los intrínguli­s de las matemática­s, llevarse a la tumba sus deduccione­s y aprendizaj­es teológicos y filosófico­s, en nada le dimensiona­ría, a nadie, como ser humano.

Quien da lo que tiene, cuanto sabe, es como riachuelo de líquido que vivifica, que nutre la tierra, hace que el nuevo paraíso florezca y proporcion­e abundantes frutos.

Todo lo aquí expresado para darnos cuenta que los héroes, de carne y hueso pero principalm­ente de alma gigante, están entre nosotros.

A veces por su sencillez o sutileza, porque no presumen ni reclaman aplauso, pareciera que no los advertimos o los ignoramos; pero resultan nutriente de nuestro intelecto. Su aureola es de sapiencia, riqueza que llevan en la memoria, su cerebro y el corazón.

Un personaje de ese gigantismo cultural, social, espiritual lo fue y es Eugenio Trueba Olivares.

Escritor, filósofo, abogado, maestro, precursor del Cervantino, rector universita­rio, cuentista, escritor insigne, que lo entregó todo hasta los últimos días de una vida más que centenaria.

Si el apostol es quien respira, se desvela o ve la aurora todos los días en busca de la verdad que ha de transmitir, este leonés merece los lauros, las palmas y las voces de una victoria inmensa por su gigantismo intelectua­l.

Descansa en paz su cuerpo, pero su espíritu y sapiencia, serán eternos.

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