Elimina el nudo de las emociones
›› ¿Te sucede que te enfadas por estar triste y no sabes salir del bucle? Manifestarlas sin control no sirven de nada y puedes pasar malos ratos ¿Controlar un accidente nuclear emocional? Mírate de frente
¿Reprimir tus emociones no va contigo? ¿Tampoco negarte a lidiar con ellas? ¿Nunca las has empujado disimuladamente debajo de la alfombra, como si así fueran a desaparecer? ¿No? Admítelo, tú también lo has hecho. Sigues haciéndolo.
Hay malas noticias: no desaparecerán. Un día vendrán a por ti, como si la alfombra te explotara en la cara. Pero aún hay esperanza. Aprende a gestionarlas y te ahorrarás un sinfín de disgustos.
Existen técnicas científicamente respaldadas para conseguirlo. Pero antes de convertirte en un maestro zen del dominio emocional, vale la pena describir el terreno en el que se librará la batalla.
Hay que saber que todo lo que nos ocurre genera emociones y que, en muchas ocasiones, ellas mismas se autorregulan. El combate no va a ser tan frenético.
Pero no siempre es así. Es entonces cuando hay que pensar, respirar y darnos un poco de tiempo para entenderlas.
Que tire la primera piedra el que no se haya salido de sus casillas con un enfado, no se haya paralizado por el miedo o no haya llorado desconsoladamente sin poder parar.
La falta de habilidades para gestionar las emociones, es un problema que no es ajeno a la ciencia: la psicología y la psiquiatría han desarrollado terapias respaldadas por estudios científicos para tratar distintos problemas emocionales.
Quizás la más extendida sea la cognitivo conductual, que actúa en la forma en la que interpretamos las situaciones, cómo reaccionamos ante ellas y las emociones que nos producen. Pero no es la única.
También está la terapia de aceptación y compromiso, que consiste en aprender a experimentar lo que sentimos sin juzgarlo; la dialéctica conductual, que pasa por aprender a observar y describir las emociones para aprender a hacerles frente; el protocolo unificado, con el que se tratan trastornos emocionales aumentando la conciencia de lo que experimentamos, identificando patrones y aprendiendo a ser más flexibles; y la terapia de regulación emocional, que busca regular las emociones a través de la aceptación. De todas se pueden extraer ayudas puntuales.
La primera lección de estas terapias es que hay que saber identificar las emociones. Sí, seguro que puedes distinguir la tristeza del asco, de hecho es probable que tengas un máster en las seis emociones básicas (la alegría, la tristeza, el enfado, el miedo, el asco y la sorpresa).
Pero resulta que ese tema es de primero de Emociones. Al juntarse pueden llegar a crear combinaciones infinitas de emociones complejas.
A veces una situación genera una mezcla de varias emociones, otras veces una muy básica puede producir otra, y luego otra, hasta que parece la reacción en cadena de una central nuclear: el origen deja de importar, el desenlace incontrolado es lo único que reclama ya tu atención.
Por ejemplo, “me molesta estar triste por algo y por lo tanto me enfado”.
Esto nos puede llevar a engaño y pensar que lo que sentimos es ira, cuando en realidad es tristeza. Se trata de un juicio personal hacia la primera emoción que debemos evitar.
Las emociones son instintivas, que irrumpen y no se pueden evitar. Y hay que dejarse sentirlas, comprenderlas y gestionarlas para que no nos dominen.
“Para reconocerlas debemos pararnos y ver dónde las sentimos en el cuerpo, observar si es agradable o desagradable y si tenemos una energía alta o baja”, aclara la psicóloga Silvia Álava.
La alegría, por ejemplo, se refleja en la cara con una sonrisa y sus consecuentes patas de gallo en los ojos; con el enfado fruncimos el ceño, se tensan nuestros músculos y aumenta nuestra energía; y el asco nos revuelve la tripa. Todas se expresan físicamente y a todas se les debe poner un nombre.
¿Que no logras discernir la emoción original? “Hay que buscar la clave del asunto.
Para ello debemos retroceder hasta el último momento en el que nos sentimos a gusto y, a partir de ahí, ir hacia adelante, analizando lo que ha ido ocurriendo hasta llegar al momento en el que estamos”, explica.
Olvídate de encontrar una respuesta espectacular, la avalancha de emociones se puede haber generado de algo tan simple como haber visto una película que te haya puesto de bajón.
Al final, todo se resume en aprender a escucharnos.
Una vez hecho el análisis de la situación, toca ponerse frente al espejo para ver cómo llevamos cada emoción. “Igual que debemos saber estar alegres, hay que saber enfadarse, estar triste o pasar vergüenza. Cuando evitamos las sensaciones incómodas es cuando nos atascamos”, aclara la experta. Hay que aprender a aceptarlas y no juzgarlas, porque las emociones no se pueden evitar. Si no sabemos lidiar con ellas, debemos buscar el motivo por el cual las rechazamos, todas tienen su historia.
Un ejemplo, es que quizás de niños nos incitaban a estar siempre felices y consideramos que lo opuesto es incorrecto. “Es necesario aprender a estar en el momento, no en el pasado ni en el futuro y no pelear contra lo que sentimos”.
En vez de un espejo, también vale pintar un autorretrato, “llevar un diario en el que debemos ir escribiendo sobre las situaciones y las emociones que nos han generado: cuándo la sentí, qué sentí (emocional y físicamente), cómo me sentí...”, dice Álava.
Aprender a identificar las emociones conlleva a expresarlas mejor. Y, como en toda buena comunicación, la clave está en la asertividad. Es la historia de siempre: no poner la culpa en el otro, sino hablar desde uno mismo.
“No decir ‘me estás encabronando’ porque la otra persona no es la que te enfada, sino ‘yo me siento enfadado por...’. Y si en un momento no queremos o podemos hablarlo, también es válido.
›› Las emociones son instintivas, no se pueden evitar. Hay que dejarse sentirlas, comprenderlas y gestionarlas para que no nos dominen. ‹‹