Sistemas de salud ‘de primer mundo’
La calidad de la atención en salud puede definirse como el grado en que sus servicios, para las personas y grupos poblacionales, incrementan la probabilidad de alcanzar resultados sanitarios deseados, ajustados a conocimientos profesionales y con evidencia probatoria. Los procesos de promoción, prevención, tratamiento, rehabilitación y cuidados paliativos, están incluidos dentro de este concepto y en cada uno de ellos debe existir certidumbre de que se han tomado en consideración las necesidades y preferencias de los diversos usuarios de estos servicios a nivel individual, familiar y comunitario.
La capacidad y trascendencia de un sistema de salud robusto, tiene su fundamentación en la accesibilidad a recursos y servicios, así como calidad en los mismos.
Estas variables están relacionadas y son interdependientes: no se puede pensar en calidad si no existe acceso a los servicios de salud y la sola garantía de acceso no es condición para que el servicio otorgado sea de calidad. El impacto positivo de un sistema de salud es real únicamente cuando hay acceso a los servicios y cuando estos corresponden y satisfacen las diversas necesidades de los diferentes individuos, grupos o poblaciones a las cuales atiende.
El impacto de un sistema de salud tiene también sus raíces en la integración de recursos y servicios desde el nivel individual (profesionales de la salud que proporcionan atención), pasando por el organizacional (establecimientos sanitarios, clínicas, consultorios, hospitales, laboratorios clínicos, servicios de farmacia, entre otros) hasta alcanzar un nivel sistémico. La correcta interacción e integración de cada uno de estos componentes, es lo que se traduce en servicios de calidad y resultados positivos para la salud poblacional.
Orientar los esfuerzos para diseñar y consolidar un sistema de salud robusto o de “primer mundo”, no es ni debe ser, un ejercicio basado en componentes subjetivos o simplones de percepción, al contrario, deben basarse en la atención de elementos específicos que, demostrado está, son generadores de calidad.
La suficiencia de personal sanitario calificado, competente, apoyado y motivado, sumada a la disponibilidad de medicamentos, tecnología y sistemas de información, integrados a un entorno de políticas públicas fortalecidas con un financiamiento robusto y una dirección estratégica sensata, son fundamentales en la consolidación de esta idea de “vanguardia” referida a los sistemas de salud.
Los servicios sanitarios deben orientarse a ser eficaces y seguros, es decir, que atiendan las diversas condiciones por las que un usuario solicita atención y que al recibir estos servicios no sufran lesiones.
Así mismo, deben centrarse en las personas, proporcionando atención adecuada a las diversas preferencias, necesidades y valores personales de las mismas, garantizándose su oportunidad al reducir los tiempos de espera y evitar las demoras.
También deben orientarse a la equidad, dispensando atenciones que no sufran variación por motivos de edad, sexo, género, raza, religión, ubicación geográfica, idioma, situación socioeconómica o afiliación política, sin dejar de lado la eficiencia, entendida como la maximización de beneficios de los recursos disponibles, evitando el despilfarro.
Entendidos estos conceptos, debe entonces ser claro que la única forma de integrar un sistema de salud de alto índice de desarrollo, obedece únicamente a estrategias claras que se orienten a mejorar el impacto y trascendencia de un sistema y acciones integradas a todos los niveles.
El deseo y las buenas intenciones no son suficientes para alcanzar la categoría de “primer mundo” en cuestión de calidad en los sistemas sanitarios.
Los servicios sanitarios deben orientarse a ser eficaces y seguros.