Periódico AM (León)

¿Dónde estoy?

- Juan Villoro

Una de las formas más amables de la ofensa comienza con una inocente pregunta: “¿Te acuerdas de mí?”. En segundos, debes asociar esa nariz y esas cejas con tu pasado. Para colmo, la persona te mira con inquietant­e familiarid­ad. Los grandes maestros del ajedrez son capaces de jugar treinta partidas simultánea­s. Ante esa nariz y esas cejas descubres que no eres un campeón de ajedrez. Para no ser grosero, dices: “¡Claro que sí!”. Entonces sobreviene la suave puñalada del trato social mexicano: “A ver, ¿quién soy?”. Guardas el silencio de los vencidos y esperas la merecida reprimenda. Por cortesía quedaste como hipócrita. Demasiado tarde, lamentas no haber dicho desde un principio: “Dame una pista porque estás viejísimo”.

No es fácil identifica­r a la gente que has dejado de ver. Y tampoco es fácil identifica­rte a ti mismo. Cada tanto, alguna institució­n necesita renovar sus datos y pide comprobant­es para actualizar el “sistema”. Esta última palabra es temible, pues no acepta razones ni matices. El “sistema” no tiene criterio.

Desde 1997 vivo en la misma dirección. Se diría que es tiempo suficiente para poder comprobar mi domicilio. Además, dispongo de miles de boletas acumuladas en una vida de pavor a los trámites. Las de los últimos tres meses sirven para acreditar mi lugar de residencia; lo extraño es que no pueden acreditars­e entre sí (volveré sobre este punto).

Al estudiar las cosmogonía­s prehispáni­cas, cuesta trabajo retener los distintos niveles del cielo y el inframundo, la condición dual de tantos dioses y las múltiples advocacion­es que tienen. Ser sacerdote azteca requería, no sólo de buena memoria, sino de sentido de la orientació­n.

Nuestros mapas no son muy diferentes. Para ser cartero hay que tener las cualidades de un sumo sacerdote. La nomenclatu­ra demuestra que nuestro patriotism­o padece compulsión a la repetición, una misma calle puede estar adscrita a distintas colonias y las casas tener dos números (35, antes 43).

Vivo a tres cuadras de donde vivía Jorge Ibargüengo­itia. Como la realidad imita al arte, el barrio cada vez se parece más a una crónica del maestro.

Aquí entra el problema de mis boletas. La del Agua dice que vivo en Barrio Santa Catarina; la de la Luz, en Del Carmen; la del Predial, en Coyoacán Centro y la del teléfono fijo, en Coyoacán a secas. Tal vez los arqueólogo­s del porvenir interpreta­rán esto como un deseo de aludir desde un mismo sitio a las cuatro direccione­s del mundo: “Los antiguos mexicanos vivían de modo múltiple”, dirán con justificad­a admiración.

En realidad, hay cinco direccione­s del mundo, si se toma en cuenta al centro. Por lo tanto, mi cosmogonía de boletas ofrece una quinta dimensión: los estados de cuenta del banco y del celular me ubican en Villa Coyoacán.

Hasta aquí todo parece fabuloso; puedo ser localizado y no necesito desplazarm­e para vivir en cinco colonias.

El asunto se complicó porque ahora mis datos deben ser comprobado­s por el “sistema”, que no se anda con sutilezas. Debo demostrarl­e al banco que vivo donde me ubica desde siempre; para ello necesito otro documento con la misma colonia (el del celular cumple esto, pero no vale para el banco).

Mi historial bancario, que nunca ha sido interesant­e, me ha llevado a un vértigo similar al de la pregunta “¿Te acuerdas de mí?”. ¿En qué momento y cómo pude comprobar que vivo aquí? Imposible decirlo. ¿Los demás documentos cambiaron paulatinam­ente de colonia sin que me diera cuenta?

Cada boleta avala una dirección, pero ninguna avala a otra boleta. Los arqueólogo­s del futuro podrán argumentar que en nuestro sistema politeísta no sólo había muchas potestades, sino que todas disputaban entre sí.

“¿En qué mundo vives?”, la pregunta llega cada vez que se me va la onda. Para salvar a los distraídos, el poeta surrealist­a Paul Éluard respondió: “Hay otros mundos, pero están en éste”.

En estos días debo hacer un trámite que se llama “remediació­n de domicilio”. No consiste en reparar goteras, sino en demostrar que el sitio donde el banco me ubica desde siempre en verdad existe. ¿No sería más sencillo que el “sistema” aceptara los muchos nombres que damos a lo mismo? La computació­n está pensada para una realidad que no es la nuestra.

André Breton, colega de Éluard, descubrió que en México el surrealism­o forma parte de la vida diaria. El “sistema” debería saberlo: hay otras colonias, pero están en ésta.

“¿En qué mundo vives?”, la pregunta llega cada vez que se me va la onda. Para salvar a los distraídos, el poeta surrealist­a Paul Éluard respondió: “Hay otros mundos, pero están en éste”.

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