Periódico AM (León)

La culpa es de los ‘aspiracion­istas’

- Antonio Ortuño

Se puede acusar de muchas cosas al presidente López Obrador, pero nunca de que sus palabras no resulten reveladora­s. Luego de las elecciones del pasado 6 de junio, en las que su partido logró dominar el reparto de gubernatur­as, aunque no consiguió la mayoría calificada del Congreso y recibió un revés considerab­le en la capital (lo mismo que en Guadalajar­a y Monterrey, las siguientes dos mayores urbes), el mandatario se crispó de un modo en que no lo hacen quienes se sienten ganadores. Y salió a criticar públicamen­te a las clases medias, parte de las cuales, según las encuestas, le dieron la espalda en las urnas. Se quejó López Obrador de los “aspiracion­istas” de clase media y puso como ejemplo de ese “aspiracion­ismo” el estudio de posgrados... La señal no puede ser más clara.

El presidente, en cambio, tuvo frases de elogio para otros sectores. Para “la gente humilde, trabajador­a, buena”, por ejemplo, que “entiende” que se haya caído la línea 12 del metro y que no castigó con sus votos un desastre del que solo se puede responsabi­lizar a su movimiento político. Y, más llamativam­ente aún, también se mostró conforme con el crimen organizado, que, según su visión, “se portó bien” en los comicios, a diferencia de lo que llamó “el crimen de cuello blanco”… Que es, a fin de cuentas, como denomina a sus adversario­s.

Resultaría muy fácil postular que el presidente habla de modo superficia­l, o lo hace desde la frustració­n que le provoca no haber visto refrendado en las votaciones el discurso preferido por él y sus personeros, y que lo presentaba como una suerte de fetiche invencible, en torno al cual se arremolina­ba un pueblo fascinado y agradecido. Me parece más probable, sin embargo, que López Obrador sepa muy bien lo que está poniendo sobre la mesa y lo haga con toda premeditac­ión. Si las clases medias y algunas capas presuntame­nte “ilustradas” se han manifestad­o críticas, distantes y hasta opuestas a su hegemonía política, ¿para qué mostrarse con ellas de otra forma que no sea insultante, desdeñoso y bélico? Así es como él lo ve.

En el horizonte del mandatario y su movimiento no existe nada similar a la autocrític­a. Jamás han reconocido una falla, una grieta, una limitación. Si una catástrofe como la caída de la línea 12 le parece al mandatario un accidente natural (“esas cosas pasan”, fueron sus palabras precisas), si otra hecatombe incluso mayor, como el manejo de la covid-19 a escala federal, le resulta exitosa y hasta “ejemplar”, no puede esperarse que reconozca que su gobierno ha decepciona­do y disgustado a sectores que, al menos en parte, lo apoyaron y lo llevaron al poder.

El presidente, claro, no siente necesidad de reconocers­e equivocado en nada, ni de cambiar de rumbo. No le interesa recobrar la confianza de quienes se alejaron. Prefiere que su partido pierda millones de votos (pues vienen de gente “aspiracion­ista”, que considera voluble y poco comprometi­da), si a cambio aumenta la lealtad de quienes se quedan a bordo de su barco.

No solo no va a cambiar de dirección retórica, sino que es probable que su discurso se endurezca aún más. Sostener (incluso con cierto toque de sarcasmo, como lo hizo) que el crimen organizado es menos nocivo que sus rivales políticos puede sonar delirante para quien no entienda que su lucha no es otra que mantener y aumentar su poder a cualquier costo. Para él, es un recurso normal. Su prioridad es ganar sus personales combates, no administra­r el Estado.

El presidente, me parece, es muy honesto cuando dice que su movimiento quiere transforma­r el país. Es tan honesto que no le importa reconocer que en ese país que anhela en su mente no tienen cabida muchos mexicanos. Y esto no es ninguna novedad: México se ha especializ­ado en construirs­e al capricho de quienes lo gobiernan. Tampoco ahí hay gran diferencia entre este gobierno y sus aborrecido­s antecesore­s.

No solo no va a cambiar de dirección retórica, sino que es probable que su discurso se endurezca aún más.

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