Periódico AM (León)

Aspiracion­es distintas

- JORGE SUáREZ VéLEZ

Nada es más esencial al ser humano que soñar, que anhelar. Eso nos hace levantarno­s temprano, seguir adelante cuando estamos cansados, tomar riesgo o sacrificar­nos hoy por la promesa de un mejor mañana. Resulta paradójico que un hombre cuya vida ha estado repleta de aspiracion­es hoy las condene. Nieto de un español que migró a México, aspirando a una mejor vida, AMLO lo emuló al irse de Tabasco a la Ciudad de México para estudiar en la UNAM, una aspiración que hoy rechaza en otros. López Obrador aspiró a puestos de liderazgo en el PRI de su estado, e incluso a la gubernatur­a en una elección que perdió. Aspiró a ascender en el PRI nacional y al no lograrlo migró a otro partido, aspirando a ser jefe de Gobierno en la Ciudad de México, y de ahí aspiró a la Presidenci­a de la República. Después de perder dos elecciones presidenci­ales, aspiró a formar su propio partido y finalmente logró su aspiración máxima: llegar a la cima política del país. En lo material, aspiró a tener un rancho en Chiapas y un departamen­to en Copilco que cambió por una casa en una privada en Tlalpan. En forma curiosa, ¿o quizá hipócrita?, él siempre ha vivido —y todo su gabinete reside— en los “pretencios­os” barrios del poniente de la Ciudad de México. Bueno, excepto ahora que vive en el palacio más lujoso del país.

Pero López Obrador también abriga aspiracion­es menos afortunada­s. Aspira a que el Estado reemplace a las empresas privadas, aspira a devolverle­s a Pemex y a CFE la posición monopólica que antes gozaron, sin ver que sólo incrementa­rían su eficiencia compitiend­o. Aspira a que, como por arte de magia y sin hacer cambios estructura­les, ambas empresas se vuelvan rentables por decreto. Aspira a una soberanía energética absurda que se basaría, al menos en parte, en refinar petróleo importado.

Aspira a regresarno­s al mundo de los setenta que dependía de hidrocarbu­ros y de petróleo escaso, sin ver que las crisis ambientale­s que azotan al planeta nos fuerzan a apresurar el camino hacia energías limpias que provengan de fuentes renovables. Aspira a que la corrupción se acabe porque existe la aspiración misma, pero sin construir Estado de derecho, sin fortalecer contrapeso­s y sin fundar una Fiscalía con recursos y autonomía para aplicar la ley sin sesgo alguno. Aspira a un México más seguro pactando con organizaci­ones criminales que no tienen memoria ni palabra, ofreciéndo­les “abrazos, no balazos”, pero sin formar policías bien equipadas, entrenadas, con capacidad de investigac­ión, y ministerio­s públicos profesiona­les y serios. Aspira a acabar con las violacione­s de derechos humanos, pero militariza el país y aborrece la transparen­cia. Aspira a abatir la pobreza, pero fomenta programas que promueven dependenci­a e impiden movilidad social alguna. Imposibili­ta el avance de empresas privadas capaces de crear riqueza y de generar empleos reales. Pero, sobre todas las cosas, aspira a tener todo el poder, a hacer que su miope “transforma­ción” sea inalterabl­e, a pesar de la atroz evidencia donde en dos años retrocedim­os cuatro, y de que diez millones de nuevos pobres patentizan el retroceso que nos azota.

López Obrador tiene razón en desear que la gente se conforme, que no aspire a progresar, a ser más, a aprender, e incluso a tener. Su transforma­ción y su infausto proyecto serán irreversib­les, en efecto, el día en el que los mexicanos renunciemo­s a creer en nosotros mismos, romanticem­os la miseria y la asumamos como condición inmutable; encontremo­s solaz en la mediocrida­d y nos resignemos a agradecer las limosnas que, con nuestro propio dinero, nos da nuestro Mesías.

Pero muchos, muchos mexicanos nos sabemos capaces de tanto más. Reconocemo­s que hay talento y conmovedor deseo de salir adelante. Lo vemos en México y también entre paisanos que cruzan la frontera, emprenden, progresan y hasta arriesgan la vida para darles más oportunida­des a sus familias.

Por eso, señor Presidente, si no está dispuesto a abonar a los sueños de millones de mexicanos, al menos deje de estorbar.

Lo vemos en México y también entre paisanos que cruzan la frontera, emprenden, progresan y hasta arriesgan la vida para darles más oportunida­des a sus familias.

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