Periódico AM (León)

Siembra de odio

- Perspectiv­a Enrique Gómez Orozco “Les va a ir muy mal, hipócritas, ruines.” No es difícil. En los últimos me-

Claudia Sheinbaum on un poco de curiosidad podemos buscar denominado­res comunes en la política, tal como lo hacíamos en los quebrados. ses la retórica de las autocracia­s tiene algo en común: el odio. Vladimir Putin siembra el odio a Occidente entre los rusos con mentiras tan enormes como la lucha por “desnazific­ar” a Ucrania. Con falsedades tan grandes como decir que Occidente quiere despedazar a su país.

En un extremo espeluznan­te, un presentado­r de televisión explica cómo Rusia puede desaparece­r del mapa con un cohete de múltiples ojivas nucleares a Inglaterra. O destruirla con una súper bomba atómica lanzada desde un submarino “que provocaría un tsunami con olas de 500 metros suficiente­s para no dejar vida en muchos años”.

La burda amenaza es para complacer al tirano Putin y sembrar odio entre rusos e ingleses. Lo que no dice el fanático es que Rusia, por más grande que sea, tampoco sobrevivir­ía una guerra nuclear.

En nuestro país tuvimos la cosecha de esa siembra. Después de que la oposición paró la contrarref­orma eléctrica, los de Morena comenzaron a insultar a los contrarios con el adjetivo de “traidores”. Llevamos tres años y medio de odio, descalific­aciones y división.

Una buena campaña de Vamos X México sería la de sembrar concordia, unidad y el proyecto de una nación para todos, en beneficio de todos.

Mientras buscaba informació­n sobre Cuba, brincó el sitio oficial de su gobierno con los temas del día. La nota principal es sobre las celebracio­nes del primero de mayo. Raúl Castro y Miguel Díaz Canel mencionan la “resistenci­a” y todos los rollos de la lucha antiimperi­alista. La nota pudo ser escrita hace un año, dos o sesenta. El discurso de odio sigue vigente, es el recurso y el método para someter a los once millones de isleños.

Ese común denominado­r de odio a enemigos reales o inventados también lo tiene Kim Jongun, de Corea del Norte, Nicolás Maduro, de Venezuela y Daniel Ortega, de Nicaragua.

Otro denominado­r común de estos autócratas es que siempre llevan a sus pueblos al sufrimient­o y a la miseria. Ninguno de sus países logra prosperida­d, paz y desarrollo. Al pueblo ruso le esperan años de empobrecim­iento, aislacioni­smo y desprecio de la comunidad internacio­nal. Putin, enfermo de parkinson y de odio, se ha convertido en el criminal del siglo.

A México tampoco le ha ido bien con el discurso de la división y el enfrentami­ento. La administra­ción elimina la confianza y el sentido de unidad nacional, ideales para la inversión, el crecimient­o y el desarrollo. Un gobierno peleado con periodista­s, feministas, empresario­s, servidores públicos y la clase media, no puede funcionar.

Hace tiempo pregunté a Enrique de la Madrid por qué no era un opositor más crítico. Dijo, con sabiduría, que su discurso y la narrativa de su campaña sería de construir y no de confrontar. Contrasta con la semanal aparición de Ricardo Anaya quien siempre se refiere a López Obrador con sincero odio. El panista tiene razón en estar molesto porque lo persiguen y lo tienen exiliado. Pero, con la claridad que expone problemas, podría iniciar un discurso de unidad y esperanza.

La guerra es una tormenta impredecib­le. Puede amainar o estallar en un conflicto mundial. México no tiene forma de influir en mucho sobre esa desgracia externa pero puede parar el temporal interno. La oposición tiene esa alternativ­a porque no nos imaginamos que los de Morena puedan cambiar si no cambia su líder.

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