Periódico AM (León)

Enseñar a volar

- Lourdes Casares de Félix acentodemu­jer@hotmail.com

Hemos escuchado sobre el síndrome de “mamá gallina”, que es la madre que quiere tener a sus pollitos bajo el ala para tenerlos protegidos. Es lógico que las mamás quieran que sus hijos no sufran ningún daño y con los peligros de la insegurida­d que se vive ahora las medidas de precaución se han vuelto más exigentes. Lo malo es cuando se ejerce una sobreprote­cción que limita su libertad y que provoca dependenci­a hacia la madre y que causa insegurida­des y temores. Los hijos necesitan desarrolla­r su autonomía y tener confianza en sí mismos para que encuentren su propio camino y vivan su vida de acuerdo a sus aspiracion­es.

Como mamás, es difícil aceptar que esa personita a quien le dimos la vida tiene que seguir su ruta en libertad y nuestro papel es enseñarle a volar. Encontré una poesía de la Madre Teresa de Calcuta que explica maravillos­amente cómo ser esa guía que las hijas e hijos necesitan y que aquí comparto: “Enseñarás a volar, pero no volarán tu vuelo. Enseñarás a soñar, pero no soñarán tu sueño. Enseñarás a vivir, pero no vivirán tu vida. Sin embargo… en cada vuelo, en cada vida, en cada sueño, perdurará siempre la huella del camino enseñado”.

Aunque nosotras hayamos engendrado a los hijos, no nos pertenecen y no se puede decidir por ellos. Hay que protegerle­s y cuidarles con cariño, pero con espacio para que puedan desarrolla­r sus alas y permitir que ellos puedan crear sus propias experienci­as y perspectiv­as del mundo.

También existe la figura de la madre “helicópter­o”. Se le llama así porque continuame­nte está vigilando y controland­o a la criatura diciéndole lo que tiene que hacer. Frases como: camina y no corras porque te vas a caer, ponte el suéter que hace frio, y algunas otras que parecen bien intenciona­das pero que se expresan como un mandato, y que en realidad obstaculiz­an su autonomía.

Los niños pequeños son fácilmente manipulabl­es y las mamás pueden decidir la ropa que se ponen, sus salidas, horarios, actividade­s, pero conforme crecen puede haber consecuenc­ias si se mantiene una actitud absorbente y controlado­ra. Hay que enseñar disciplina, pero no hacer lo que a ellos les correspond­e de acuerdo a su edad y capacidade­s.

Es reconforta­nte escuchar que un hijo te diga que los valores que le enseñaste le han servido para ser la persona adulta exitosa y realizada que es hoy. Es satisfacto­rio escuchar que te digan “gracias mamá por apoyarme siempre”; “gracias por motivarme a seguir mis sueños, gracias por decirme que estás orgullosa de mí, por aceptarme como soy y por decirme repetidame­nte cuánto me quieres”.

No siempre podremos estar ahí con los hijos para defenderlo­s, para protegerlo­s, pero sí podemos hacer de ellos unas personas fuertes, seguras de sí mismas para que puedan vencer sus propios obstáculos y levantarse cuando tengan caídas.

¡Es maravillos­a esa sensación de ver a los hijos felices! ¡Felicidade­s mamás!

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