Periódico AM (León)

El golpe de Estado de Donald Trump

- León Krauze

La semana pasada, después de meses de trabajo, la comisión encargada de investigar el ataque al Capitolio del 6 de enero de 2021 comenzó a presentar sus conclusion­es. Al menos 20 millones de personas vieron el principio de las audiencias, que ofrecen el retrato más detallado de lo que sucedió aquel día inédito, en su gravedad, en la historia de Estados Unidos.

La comisión (que debió ser plenamente bipartidis­ta, pero enfrentó la resistenci­a irracional de la mayoría del partido republican­o) remite a otras dos comisiones que investigar­on momentos similares: el asesinato de John F. Kennedy y los ataques del 11 de septiembre de 2001. Como ocurrió con las anteriores, lo que establezca esta comisión debería suponer consecuenc­ias legales, modificaci­ón de protocolos y, sobre todo, incidir en la manera como se escriba la historia de lo que fue un intento de golpe de Estado planeado desde la Casa Blanca, con el respaldo de distintos actores afines en el poder legislativ­o y hasta los medios de comunicaci­ón.

Aunque el análisis de la comisión no ha concluido, lo que presentó en el primer par de audiencias es alarmante, por lo que ocurrió entonces y por la relevancia capital que todavía tienen, dentro del partido republican­o, muchas de las figuras involucrad­as, empezando por Donald Trump.

Lo primero que queda claro es que, a pesar de los delirios que mantiene hasta el día de hoy, Trump sabía que había sido derrotado en la elección presidenci­al de noviembre del 2020. Así se lo hicieron saber varias personas de alto rango, incluido el fiscal general William Barr, figuras de su campaña como Jason Miller y hasta Ivanka Trump, su hija y asesora cercana.

A pesar de saber que había perdido y que sus reclamos carecían de fundamento, Trump echó leña al fuego del agravio y la conspiraci­ón. Por semanas azuzó sin ambages a sus simpatizan­tes más radicales, los convocó a la capital y luego, en un discurso sin sutilezas, les indicó que marcharan al Capitolio.

De acuerdo con la comisión, varios de esos grupos de inspiració­n supremacis­ta blanca, como los llamados Proud Boys, coordinaro­n su despliegue durante el 6 de enero. Lo que ocurrió en el Capitolio tuvo poco de improvisad­o. Tras bambalinas, Trump y sus asesores habían considerad­o un plan detallado para revertir el resultado democrátic­o de la elección que había ganado Joe Biden. Una de las piezas clave era el vicepresid­ente Pence, que debía complicar el proceso de certificac­ión final. Cuando se negó, Trump lo acosó hasta la ignominia. No solo eso: cuando la turba del 6 de enero comenzó a insinuar enardecida que a Pence había que (literalmen­te) colgarlo, Trump se dejó llevar. “Quizá tienen razón”, dijo Trump sobre su vicepresid­ente, de acuerdo con las revelacion­es de las audiencias de la comisión.

Todo esto es la descripció­n de un golpe de Estado y la responsabi­lidad de varios de los funcionari­os que estaban ese día en la Casa Blanca, y por supuesto del propio Donald Trump, está más allá de cualquier duda.

La figura de Trump no podría salir más maltrecha. No solo por su conducta irresponsa­ble y peligrosa el día de la insurrecci­ón, sino por el hecho innegable de que, sin la patraña de un fraude electoral, producto directo de la obstinació­n trumpista, nada de esa tragedia en el Capitolio habría ocurrido. Fue Trump quien decidió ignorar el diagnóstic­o de su círculo cercano e incluso de su familia para sumergir a Estados Unidos en una crisis institucio­nal sin precedente­s, de la que no sólo no ha emergido, sino que puede hundirse mucho más.

Aquella mentira se mantiene hasta el día de hoy. Es enorme el porcentaje de votantes republican­os que cree, contra toda evidencia, solo porque Trump así lo dice, que Joe Biden es presidente ilegítimo de Estados Unidos. Esta desgracia ha pervertido injustamen­te la historia de una democracia que tardó 200 años en construirs­e.

La gran pregunta ahora es cómo reaccionar­á el partido republican­o en las revelacion­es de la comisión del 6 de enero. Por desgracia, no se puede esperar nada bueno. Trump sigue siendo amo y señor del partido, y la única medicina para eso será su derrota electoral, si es que llega, en 2024.

Eso deja todo en manos de los verdaderos protagonis­tas de la democracia de Estados Unidos y cualquier otra: los ciudadanos. Después de escuchar los detalles del horror y la patraña, la conspiraci­ón y la indignidad, ¿una mayoría de estadounid­enses castigará a quien ha tenido la osadía de tratar de derribar los pilares institucio­nales del país o los recompensa­rá con su voto de nuevo, cuando Trump se presente en la boleta en el 2024, como segurament­e lo hará? De esa respuesta depende el futuro de Estados Unidos como país y proyecto.

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