Periódico AM (León)

Los amos de Chilpancin­go

- En Tercera Persona Héctor de Mauleón @hdemauleon

El 30 de enero pasado, integrante­s del grupo criminal Los Ardillos rociaron con gasolina un inmueble de la colonia Loma Bonita, en Chilpancin­go, Guerrero. Adentro se hallaban tres jóvenes que formaban parte de las autodefens­as conocidas como Los Tlacos. Los Ardillos le prendieron fuego al domicilio y aseguraron la puerta por fuera, para que sus víctimas no pudieran salir.

Era la respuesta a un enfrentami­ento entre Ardillos y Tlacos, ocurrido tres días antes en Buenavista de la Salud. Ese día el tiroteo duró más de dos horas y dejó ocho muertos.

La guerra entre ambos grupos ha ido creciendo en su intensidad a lo largo de 2022. El combate no sucede en los pueblos de la sierra, sino en la misma capital del estado, que en días pasados se halló sumergida en un virtual toque de queda: calles vacías al anochecer, negocios cerrados, apagones en diversas colonias y retenes de la delincuenc­ia que pasaban revista a vehículos incluso en las calles céntricas…

El sábado pasado, ninguna de las 32 pollerías del mercado Baltasar R. Leyva Mancilla alzó sus cortinas. Sobre los mostradore­s de azulejo blanco, inquietant­emente vacíos, solo pendían mandiles negros colgados. Una protesta a la serie de asesinatos ocurridos en los últimos días: una “protesta de mandiles caídos”.

Los casos de extorsión a los distribuid­ores de pollo, por parte de grupos de la delincuenc­ia organizada, se habían hecho visibles desde mediados de mayo pasado, cuando personal de la fiscalía general del estado detuvo a tres integrante­s de Los Tlacos, entre los cuales se hallaba un policía ministeria­l.

Las extorsione­s siguieron, sin embargo.

El lunes 6 de junio, frente a decenas de personas que siguieron realizando sus compras, un distribuid­or de pollo fue asesinado de cuatro tiros en uno de los andadores del mercado. Acababa de volver hacía apenas tres días, después de huir debido a las amenazas de muerte que había recibido.

Los ataques siguieron durante las 24 horas siguientes. Los extorsiona­dores mataron a una mujer en una reciclador­a del sur de Chilpancin­go, y dejaron además a dos heridos de bala; incendiaro­n un local de ropa en el centro y quemaron dos Urvan y tres taxis.

Para colmo, el jueves siguiente se registró otro ataque a las puertas del mercado: los agresores abrieron fuego en contra varios distribuid­ores: hubo un muerto y un herido.

El sábado 11 de junio hombres armados ingresaron en una granja en la localidad de Petaquilla­s, la cual pertenecía a familiares del distribuid­or asesinado el lunes 6 en el mercado central. En menos de un minuto rafaguearo­n a seis personas ¡que se encontraba­n desplumand­o pollos…! Entre ellas, una menor de solo 12 años de edad.

La alcaldesa de Chilpancin­go, Norma Otilia Hernández, se limitó a decir que “se reforzará la vigilancia”. La gobernador­a morenista del estado, Evelyn Salgado, cuya familia política, según se ha probado, mantiene nexos con el crimen organizado, sencillame­nte brilló por su ausencia.

Según el obispo emérito de la diócesis de Chilpancin­go, Salvador Rangel, las autoridade­s “saben quiénes son los responsabl­es” de la violencia desbordada que recorre la capital del estado. “Incluso yo sé quiénes son –dijo–, pero no lo puedo decir”.

Chilpancin­go está dividido criminalme­nte en dos porciones. Una la controlan Los Ardillos. La otra, Los Tlacos.

Hace unos días uno de estos grupos retuvo nueve horas a 30 elementos del Ejército, la Guardia Nacional y la Policía Estatal.

La imagen resulta elocuente. El crimen organizado, que exprime a la población, dispone de una amplia y sólida base social, y goza de la protección y la complicida­d del poder político, se ha convertido hoy en el amo verdadero de la capital del estado.

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