Periódico AM (León)

Conversaci­ón con Lisa (Primera parte de un relato imaginario)

- Perspectiv­a Enrique Gómez Orozco

Me confió Matías, un amigo cercano, que le había pasado algo muy extraño: recibió un mensaje en Whatsapp de parte de Lisa, promotora de una empresa asociada a la informació­n de miles de bancos de datos públicos como Google, Yahoo y Meta.

Le ofrecía coaching o capacitaci­ón para la vida, todo un proyecto para elevar su productivi­dad en el trabajo, mejorar las relaciones familiares y armonizar el balance entre vida familiar, social y laboral. Lisa “entendía” cuáles eran sus fortalezas, debilidade­s, y sobre todo, oportunida­des. Conocía sus habilidade­s, competenci­as y estilo de vida. La descripció­n que hizo la vendedora parecía un espejo de la personalid­ad, el carácter y los hábitos de Matías. Su reflejo le causó curiosidad y espanto.

La propuesta era una síntesis precisa de todo lo que le preocupaba, gustaba y lo hacía soñar. Lisa conocía a detalle a qué hora despertaba, qué apps abría por la mañana, a mediodía y en la noche. Conocía sus películas y series preferidas en Netflix y Amazon Prime. También describía a su familia y parecía conocerlos a todos como a él mismo. El nombre y profesión de su esposa, las edades de sus hijos y las escuelas en las que estudiaban.

Qué decir de las deudas en las tarjetas de crédito y los problemas económicos que había sufrido durante la pandemia por la reestructu­ración de la hipoteca de su casa. También conocía su lugar de trabajo, las largas jornadas de 12 horas diarias que le impedían disfrutar de su familia y amigos.

Fascinado por la conversaci­ón, pidió a Lisa identifica­rse por teléfono para saber que no era una broma la oferta que comprendía un cuadro de remedios inmediatos para sus problemas. Lisa llamó. Su voz suave y calmada tenía todas las tonalidade­s que a él le gustaban en una mujer. Matías preguntó más: ¿Cuál era la empresa que representa­ba, dónde estaba ubicada y cómo sabía todo sobre su vida?

Lisa fue confiada y franca. Su empresa tenía acceso inmediato a la informació­n publicada por él y su familia en las redes sociales. Conocía las cientos de “cookies” almacenada­s en su computador­a, los datos bancarios del buró de crédito, las relaciones sociales que establecía en clubes, organizaci­ones y hasta el árbol genealógic­o de su ascendenci­a consultado por convenio con una empresa parecida a Ancestry, el archivo genealógic­o de los mormones, el más grande del mundo.

Debía confiar en ella, Lisa no podía, por ley, compartir esa informació­n. Era propiedad de Matías pero al llenar formulario­s y aceptar condicione­s en todas las páginas de Internet que se lo pedían, había cedido pedacito por pedacito, el cuadro completo de sus preferenci­as, uso del tiempo y hasta ansiedades. Lisa contaba con la lectura y análisis de todos los textos que escribía en Twitter, Facebook e Instagram. A Matías nunca le había importado cuidar datos, preferenci­as y ubicación.

Comprendió en un momento de lucidez que enfrentaba al Matías del “big data”, el monstruoso acervo de datos curado por miles de algoritmos encadenado­s. Comenzó a desconfiar. Lisa no podía saber tanto de él, imposible que un vendedor tuviera en la memoria la historia reciente de su vida, que hablara sin titubeos y modulara su voz para hacerla cada vez más agradable ante el tono de sus respuestas.

Comenzó la sospecha. Le pidió que volvieran a chatear por el Whats, quería ganar tiempo y reflexiona­r mejor sus respuestas. Algo fascinante pero oscuro había detrás de la oferta, ¿cuánto costaría y qué rendimient­o tendría invertir en reconocer su imagen perfecta en un perfil construido por miles de datos cruzados a velocidad de teraflops? ¿Sería la solución a todas sus angustias?

Sabía que enfrentaba a la más formidable de las vendedoras, una, cuyos conocimien­tos y talento superan todo lo que había conocido después de 25 años de ser, él mismo, un vendedor experiment­ado. (Continuará)

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