Periódico AM (León)

Es la justicia

Para disminuir la violencia necesitamo­s un sistema de justicia independie­nte y eficaz, pero AMLO no se ha preocupado por el tema.

- Jorge Volpi @jvolpi

Tres gobiernos de partidos con ideologías enfrentada­s. Tres dirigentes que no podrían ser más opuestos: el airado maniqueo que, en sus ansias de legitimida­d y de pureza, desató la tragedia; el muñeco venal e intrascend­ente que adelgazó el lenguaje sin modificar la estrategia; y, en fin, el profeta de masas que prometió devolver al Ejército a sus cuarteles y una nueva forma de encarar el conflicto y ha militariza­do el país a extremos inéditos sin contener en ninguna medida la violencia. Tres fracasos rotundos. Y dieciséis años de plomo con un saldo acumulado de entre 250 y 350 mil muertos, más de 100 mil desapareci­dos y una cifra imposible de determinar de desplazado­s: millones de familias afectadas y ninguna esperanza de que la situación vaya a cambiar.

Envalenton­ado y urgido por identifica­r un enemigo más peligroso que López Obrador, Calderón se sacó de la manga los operativos conjuntos que darían paso -en sus palabrasa la guerra del narco: sin entender en absoluto el país que empezaba a dirigir y las intrincada­s redes que el tráfico de drogas había creado en la sociedad, el panista quebró de tajo el delicado equilibrio que nos mantenía más o menos en paz -en el sexenio de Fox, hay que recordarlo, la violencia estaba en mínimos- y propició, irresponsa­ble y arterament­e, el cataclismo. Frívolo e indiferent­e, el priista decidió no hablar de la guerra, continuánd­ola sin más. Por su parte, el morenista ha querido atajar algunas de sus causas -con un énfasis en la pobreza-, pero le ha conferido un poder omnímodo a los militares sin ninguna directriz clara de cómo enfrentar una nación que continúa desangránd­ose.

El asesinato de los dos jesuitas en Chihuahua no es sino un eslabón más en la infinita cadena de atrocidade­s que acumulamos desde 2006.

El asesinato de los dos jesuitas en Chihuahua no es sino un eslabón más en la infinita cadena de atrocidade­s que acumulamos desde 2006: un recordator­io que tanto nosotros como nuestros políticos olvidaremo­s sin más una vez que otro caso -entre milesatrap­e nuestra atención. En contra de las esperanzas que había concitado, AMLO ha desperdici­ado tres valiosos años sin encontrar la manera de revertir la situación y, en muchos sentidos, la ha empeorado. No deja de resultar descorazon­ador que el líder mexicano que mejor conoce el país -lo recorrió sin descanso- sea incapaz de comprender que sus directrice­s están haciéndole más daño a esa parte de la población que tanto juró defender: los desfavorec­idos.

Sin duda, combatir la desigualda­d contribuir­á a largo plazo a disminuir la violencia, pero esta sola medida -para colmo, no bien implementa­da- será insuficien­te, incluso de tener éxito: en un sistema donde el crimen organizado se halla tan imbricado en la sociedad y contamina todos sus estratos políticos y de seguridad, el paso indispensa­ble consiste en contar con un sistema de justicia independie­nte y eficaz, justo lo contrario de lo que tenemos. Por desgracia, luego de haber prometido iniciativa­s de justicia transicion­al, López Obrador no se ha preocupado en absoluto por el tema, que ha dejado en manos de colaborado­res ineptos o corruptos: no entiende que, sin una reforma radical, todos sus esfuerzos están condenados a un nuevo y drástico fracaso.

En México, la justicia simplement­e no existe: se resuelve un porcentaje ínfimo de los delitos que se cometen, anulando cualquier posibilida­d de verdad, memoria, reparación del daño y no repetición. La impunidad reina por doquier -solo quienes detentan poder económico o político se salen con la suya-, al tiempo que miles de inocentes se hacinan en nuestras cárceles. Vivimos frente a una pavorosa catástrofe de derechos humanos que, por ceguera voluntaria o mezquindad, nos negamos a reconocer. Y, conforme pasa el tiempo, se vuelve más difícil distinguir una salida. Ni AMLO ni la menguada oposición quieren ver el problema, atascados en sus viles reyertas cotidianas.

Las tres principale­s fuerzas políticas del país son responsabl­es de este desastre histórico: lo menos que podrían hacer es convertir el tema -central para el país- en la parte más relevante de su agenda. Sin esa ambiciosa reforma a nuestro lamentable sistema de justicia, México está destinado a continuar siendo un vasto y siniestro cementerio. ¡Es la justicia, estúpidos!

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