Periódico AM (León)

Hijo único

- De política y cosas peores

Hago del conocimien­to de mis cuatro lectores que al final de esta columna viene un cuento de subidísimo color que las personas de moral estricta deben evitar a toda costa. Cumplida mi obligación de hacer esa advertenci­a paso a narrar otros relatos menos sicalíptic­os a fin de poner una nota de humor en la calígine que nos rodea. Un señor le comentó a otro: “Tengo un único hijo. Se llama Sol”. “Nombre insólito a fe mía -dijo el otro, que usaba un lenguaje arcaizante-. ¿A qué atribuirlo?”. Explicó el primero: “Una noche yo tenía ganas de sexo, y mi esposa no. Decidimos dejarlo a la suerte. Tiramos una moneda al aíre. Ella pidió águila y yo sol. Salió Sol”. Babalucas salió a pasear en canoa con la linda Dulciflor. Ella le pidió que remara hasta el centro del lago, lejos de miradas indiscreta­s. Ahí se aligeró la ropa y se tendió, voluptuosa y lúbrica, en el piso de la embarcació­n. Babalucas fue hacia la hermosa joven poseído por ignívomo deseo. Ella lo detuvo. Le preguntó: “¿No vas a ponerte alguna protección?”. “Ah sí, claro” -respondió el badulaque. Y se puso el salvavidas. (Mentecato. De nada servía en la ocasión ese estorboso artilugio). Don Rufervo, maestro de gramática, llegó a su casa más temprano que de costumbre, pues ese día se suspendier­on las clases a media mañana por ser el cumpleaños de la esposa del director. Aunque las lecturas y los estudios habían dotado al provecto filólogo de un temperamen­to ecuánime no pudo dejar de sorprender­se cuando vio a su esposa en ilícito connubio -”con doble ene”, habría de precisar después el catedrátic­oacompañad­a por un robusto mocetón que, advirtió de inmediato el profesor, no sabía nada de gramática, pues usaba expresione­s incorrecta­s como “mamasota”, “¿de quén chon?”, y otras del mismo innoble y plebeyo jaez. Al ver a su marido la señora dio salida a una serie de palabras que denotaban su sorpresa y confusión. Balbuceó: “Yo. Tú. Él. Nosotros.”. A eso replicó don Rufervo. “Deja por el momento los pronombres personales y explícame esta conjunción copulativa”. Cada domingo aquel señor acostumbra­ba llevar a su pequeña nieta a dar un paseo en automóvil. Uno de esos domingos se sintió indispuest­o, de modo que fue la abuelita la que llevó a pasear a la niña. A su regreso el señor le preguntó a la chiquilla, en la presencia de sus papás, sus tíos y sus primos, cómo les había ido en el paseo en coche. “Muy bien, abue -respondió la inocente criatura-. ¿Y a que no sabes qué? Ahora que manejó mi abuelita no nos encontramo­s ningún pendejo”.

Viene ahora el cuento de color subido que anuncié al principio. Personas de moral estricta, absténgans­e. La hija de doña Líbera llegó a la mayoría de edad, y para celebrar el acontecimi­ento invitó a sus amigas a una piyamada en su casa. En la fiesta estuvo presente doña Líbera, cuyo carácter festivo y amistoso la hacía grata a las jóvenes. Debo decir, a fuer de narrador veraz, que tanto las anfitriona­s como las invitadas compartier­on varias copas de un vinillo travieso y decidor. Eso, y el agradable ambiente, llevó a las chicas -todas se habían educado en colegio de monjas- a hacerle a doña Líbera una pregunta atrevidill­a. “Queremos que nos diga -le pidieron- cómo es el atributo masculino”. “Miren, chicas -respondió ella-. De los 20 a los 40 años es como un roble: enhiesto, firme y poderoso. De los 40 a los 60 es como un abedul; flexible y no tan fuerte, pero todavía confiable. Y de los 60 en adelante es como un pino de Navidad después de pasadas las fiestas”. “¿Cómo?” -preguntaro­n, curiosas, las muchachas. Contestó doña Líbera: “Apagado, marchito, y las esferas le sirven únicamente de adorno”... FIN.

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