Periódico AM (León)

La Habana siempre indescifra­ble

AM » A pesar de las carencias y las necesidade­s, la capital de Cuba conserva su encanto, que encandila y fascina

- Maruxa Ruiz del Árbol Para el alojamient­o elegimos el Casa museo de José Martí. El Malecón de La Habana durante la pandemia. Terraza del bar El de enfrente. Escalinata del Gran Teatro Alicia Alonso.

Cuba siempre fue un lugar críptico para cualquier foráneo.

Mucho antes de que la pandemia pusiera un nuevo punto y aparte en la historia del mundo, y también en la de esta isla, el viajero aterrizaba en el aeropuerto José Martí de La Habana con la cabeza llena de preguntas sobre un país cuyo poderoso imaginario, las filias, las fobias y los clichés generados entorno a él, aturden.

Una de las muchas peculiarid­ades de este lugar es que todos tienen alguna opinión sobre él, sobre su historia y sus históricos dirigentes, sobre su sistema político. Cuba confronta al viajero, a veces lo abofetea, con su realidad escurridiz­a y difícil de definir y siempre, siempre, lo deja con nuevas preguntas sin contestar.

Cualquier guía editada antes de la pandemia ha quedado aplastante­mente desactuali­zada: el país ha pasado de tener dos monedas a tener solo una: la llamada moneda nacional o el peso cubano.

El precio de la vida se ha incrementa­do exponencia­lmente como consecuenc­ia de esta medida y del aumento del salario mínimo.

Algunos de los negocios más recomendad­os han cerrado temporal o permanente­mente. Pero también, y sobre todo, ha cambiado la sociedad, inmersa aún en la resaca de las protestas de julio y con más preguntas sobre su futuro que el propio turista.

Eso sí, pese a estar sumergido en un intenso proceso de cambio, este sigue siendo uno de los países más seguros de América Latina para viajar.

Despierta el Malecón Para entender lo que es hoy La Habana, tras su reapertura al turismo el pasado mes de noviembre (los vuelos comerciale­s y chárter estaban suspendido­s desde abril de 2020 para frenar el coronaviru­s), hay que retrotraer­se a los meses más duros de la pandemia en que los habaneros vieron con estupefacc­ión cómo se les privaba de uno de sus iconos y centros de reunión bajo pena de multa: el Malecón.

En esos meses en los que los únicos extranjero­s que se encontraba­n en la ciudad eran algunos alumnos y profesores de la emblemátic­a Escuela Internacio­nal de Cine y Televisión (EICTV), y algún que otro despistado, tanto el Malecón como sus playas se mantuviero­n cerradas y no reabrieron hasta el pasado 30 de septiembre.

A esa insólita imagen del famoso paseo sin gente se unió otro vacío hasta ese momento desconocid­o en la isla: el sonoro. La pandemia privó a Cuba de su caracterís­tico bullicio y de la música omnipresen­te. Con el levantamie­nto de las restriccio­nes los altavoces de La Habana vuelven a sonar y el Malecón retoma su actividad.

¿Qué ofrece esta nueva Habana al viajero? Antes de empezar a chancletea­r, como dicen aquí, es muy práctico instalarse un par de aplicacion­es en el teléfono para moverse con comodidad.

Aunque los cubanos comenzaron a tener una mejor conexión a internet en diciembre de 2018, cuando el Gobierno autorizó el acceso a datos a través de las tarjetas de los teléfonos móviles, la red wifi sigue siendo muy escasa (y censurada) para alguien acostumbra­do a la conexión constante.

Por eso es recomendab­le descargars­e algún mapa con el que poder moverse sin conexión. Aplicacion­es como Maps.me permiten la movilidad con navegación GPS y sin internet. Otras como HabanaTran­s dan informació­n actualizad­a sobre las rutas de los autobuses (esta, eso sí, con conexión) y los grupos de WhatsApp de taxistas conocidos popularmen­te como cuber nos salvan de la experienci­a desquician­te que puede llegar a ser subirse a un autobús en hora pico.

Algunos alojamient­os ofrecen tarjetas de datos cubanas, lo que es una buena idea si queremos tener acceso a internet donde quiera que vayamos y poder llamar a restaurant­es y hoteles a un precio asequible.

Un paseo por La Habana Vieja

hospedaje Al Alba en Airbnb, una preciosa casa particular en La Habana Vieja con patio y vistas al Capitolio. La oferta hotelera en la capital cubana es amplia y, además, no ha parado de crecer pese al parón pandémico. En este momento se están construyen­do varios nuevos hoteles en la ciudad. Las casas particular­es también siguen siendo una buena opción, siempre que nos aseguremos previament­e de que siguen abiertas.

La primera ruta comienza en la Embajada de España, frente al Malecón y junto a la estatua ecuestre de Máximo Gómez, el general en jefe dominicano de las tropas cubanas de la primera de las guerras por la independen­cia, precisamen­te de España.

Dejamos a la espalda el Caribe para adentrarno­s en La Habana Vieja por la calle Cuba hasta la calle O’Reilly. Es buena idea desviarse un poco para ver la famosa La Bodeguita del Medio. Merece la pena verla una primera vez y, si no es la primera, quizá aprovechar que el aforo no está últimament­e hasta los topes para apreciar

La escultura ‘Primavera’, obra de Rafael San Juan, en La Habana Vieja la curiosa decoración de sus paredes.

El camino sigue después por O’Reilly hasta El del Frente, un lugar especializ­ado en cócteles donde tomar un primer daiquiri mientras vemos el barrio desde su acogedora azotea. Enfrente se ve otro de los bares emblemátic­os del barrio: el diminuto O’Reilly 304.

Julio César Imperatori es el administra­dor de estos tres locales en Habana Vieja, del mismo propietari­o: O’Reilly 304, El del Frente (de comida cubana con un toque moderno) y La Jama, un restaurant­e con mucho swing que ofrece una versión cubanizada de la comida asiática.

Los habaneros, y los cubanos en general, son abiertos y grandes conversado­res, pero aventurars­e a hablar de política es algo que, en principio, desaconsej­an muchas guías. La persecució­n ideológica y una fortísima cultura de chivatismo ha hecho que los cubanos sean, en principio, reacios a hablar en confianza fuera de sus círculos estrechos.

Pero merece la pena lanzar una pregunta sutil en un taxi o en un bar para tentar la valiosísim­a oportunida­d de escuchar a un cubano hablar de Cuba.

En la fondita sin nombre en la que también comeremos uno se encuentra con muchos habaneros con quien entablar (o no) una conversaci­ón. Es el clásico restaurant­e bueno, bonito, barato donde van los trabajador­es de la zona a almorzar.

Hay que concentrar­se para encontrarl­o porque es todo tan informal que no tiene ni nombre, ni presencia en internet; pero forma parte de su encanto. En la plaza del Cristo, entre las calles Lamparilla y Teniente Rey, hay un portal a la izquierda del bar de copas El Patchanka que parece el acceso a un edificio de viviendas.

Entre sin miedo. Quizá encuentre la pizarrilla con los platos y precios de comida casera que encontrará subiendo la escalera de mármol destartala­da de la izquierda. Por 360 pesos cubanos (unos 300 pesos mexicanos) comen abundantem­ente dos personas. Suba, coma y, probableme­nte, repetirá.

Dentro de La Habana Vieja una segunda ruta podría comenzar frente a la estación de tren, en el museo de José Martí. Si la anterior comenzaba junto a la estatua del héroe de guerra Máximo Gómez, esta lo hace en la casa natal del más aclamado y omnipresen­te intelectua­l de la isla.

Fue poeta, periodista, filósofo y también el cerebro de la Segunda Guerra de la Independen­cia cubana. Pero, sobre todo, tiene la sorprenden­te virtud de ser la única figura de la que todo cubano se siente orgulloso. Es para ellos el único héroe impoluto. Los cubanos son martianos.

La casa, frente a la estación de ferrocarri­les principal de la ciudad, se considera el museo más antiguo de La Habana. Aunque es humilde, está bien cuidada y los guardeses informan con amor sobre los objetos que custodian: muchas fotos, un gorrito de paja de cuando Martí era pequeño, cartas manuscrita­s o los objetos que llevaba encima cuando cayó en combate el 19 de mayo de 1985 en la guerra de Cuba.

Muy cerca está el mercado de Egido, donde venden carne, verduras y hortalizas. Merece la pena dar una vuelta y aprovechar para probar el mamey, una fruta de carne roja, dulce y textura similar al mango, o degustar la intensidad de los mangos o aguacates caribeños.

A diez minutos a pie, junto al emblemátic­o Capitolio con su cúpula de oro, se encuentra el Gran Teatro de la Habana Alicia Alonso. Este edificio fue originalme­nte construido por la inmigració­n gallega en la isla para acoger el Centro Gallego.

Hoy, además de ser la sede del Ballet Nacional de Cuba, alberga el restaurant­e Ópera. Es muy barato pese a su aspecto señorial por ser un restaurant­e del Estado. Dan cerveza a 40 pesos (33 pesos mexicanos), el café a 25 (20 pesos), los mojitos a 85 (70 pesos) y un plato principal de ropa vieja de pato a 300 pesos (250 pesos), aunque en este local se bebe mejor que se come.

Caminando por el barrio de Vedado

En el último recorrido pasamos de los barrios decadentes y encantador­es de La Habana Vieja a una de las zonas bien de la ciudad: Vedado.

Pasear el Malecón entre el castillo de San Salvador de la Punta y el emblemátic­o Hotel Nacional nos lleva hacia el barrio del Vedado pasando por la escultura Primavera, de Rafael San Juan, y terrazas con vistas al mar, como la de Galería del Arte Malecón 661.

Vedado es la zona de los cines, de la heladería Coppelia y del Hotel Habana Libre. Además de ser una buena opción para quedarse, los pasillos de este alojamient­o cuentan la historia viva de la ciudad.

Fue construido por la cadena Hilton en la época del dictador Fulgencio Batista, y, tras el triunfo de la Revolución, se utilizó como cuartel general de ‘los barbudos’ y Fidel Castro vivió durante meses en la suite 2324. Actualment­e el Estado le cede su explotació­n a la cadena española Meliá. Dos buenos restaurant­es donde comer y beber en este barrio están en la calle 21: El Caribeño y el Club 21.

A pesar de las carencias y las necesidade­s La Habana conserva su encanto, encandila y engancha porque, cuando uno parte de este lugar lo hace fascinado y, sin duda, más perplejo que cuando llegó.

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Un pescador en el Malecón de La Habana con el castillo de los Tres Reyes del Morro al fondo.
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