Periódico AM (León)

Gershwin y el tráfico de la ciudad

- @macaarenad­o

Antes solía gustarme manejar por la ciudad. Me relajaba. Me daba espacio para expresarme creativame­nte, es decir, gritar a todo pulmón la melodía de mis canciones favoritas. Era catártico y meditativo al mismo tiempo. Claro, esa experienci­a tan grata era cuando vivía en León. Ahora que vivo en la Ciudad de México, la historia es un poquito… bastante diferente.

Conducir en esta megalópoli­s es un reto. Salir ileso, un reto agregado. Cuando piensas que lo has visto todo, pasa un camión en sentido contrario con gente hasta en el techo y con un remix a todo volumen de “Se compran colchones, refrigerad­ores…”. El colmo es cuando se ríe en tu cara al ver tu estupor y por la clara muestra de que tu origen es provincian­o. Uno de aquí le pitaría el claxon, pero con la absoluta certeza de que todo es posible y que ya nada le asombra.

En mi intento por mimetizarm­e entre la población y su comportami­ento urbano, se me ocurrió que lo que me ayudaría a experiment­ar la conducción por sus calles largas e infinitas era poner una música acorde a ellas.

No tardé mucho en recordar una hermosa y vibrante pieza que le quedaba perfecta: ‘Rapsodia en azul’ de George

Gershwin (1924). Una de mis piezas musicales preferidas que descubrí gracias a la película de Fantasía 2000 donde la música acompañaba una historia que sucedía en otra gran ciudad: Nueva York. Si esta música podía acompañar el caos de la Gran Manzana, también podía acompañar el tráfico de la CDMX.

Pues bien, todo cambió de color en mi peculiar y personal percepción. Todo se volvió un poco azul y dejó atrás ese perpetuo gris que acompaña cada centímetro del periférico.

De repente, un coche que se pasaba el alto no era un imbécil (que lo es) poniendo a todos en riesgo, sino una nota coqueta que hacía de puente musical. O un grupo de coches que se quedaron a mitad del camino bloqueando el paso a una calle entera se volvió el clímax donde las trompetas y las percusione­s luchan por llevar el ritmo de la música.

O el señor histérico, el que debe de producir una cantidad masiva de bilis cada vez que transporta su persona en auto, se vuelve un solo de chelos mientras me recrimina por haber respetado la señal del tránsito y haberlo hecho esperar cinco minutos más de su gran e importante vida.

Una anécdota de Gershwin que me encanta imaginar es que compuso esta gran obra maestra en solo cinco semanas. 16 minutos de jazz sinfónico con un solo inigualabl­e al piano interpreta­do por el mismo. La cuestión es que toda la parte orquestal estaba lista el día de su estreno. El solo a piano, pues… no. Eso quiere decir que Gershwin tuvo que darle una señal a los músicos y a Paul Whiteman, director de orquesta, para que al finalizar su solo entraran a tiempo con todo el ritmo que la pieza exigía.

Nada como un poco de improvisac­ión en el jazz. Casi similar que cuando sales a conducir por la ciudad y las normas viales pasan a ser sugerencia­s para los coches que te rodean. Ah, pero como ayuda la música de fondo y ese toque azul para disfrutar el camino de una caótica pero vibrante ciudad.

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