Periódico AM (León)

Es el Congreso

- Jesús Silva-Herzog

No hay elección que se anuncie ordinaria. Toda elección se pinta como si fuera la última oportunida­d de una generación. En cada ocasión se habla del voto que habrá de decidir, no solamente quién gobierna sino qué país, qué estado, qué ciudad tendremos en las siguientes décadas. Me atrevo a repetir el lugar común porque la elección que viene, la del 24, lo será, efectivame­nte. Dentro de un año se definirá la naturaleza de nuestro régimen político. Pero la clave de la elección no estará en la presidenci­a, sino en el congreso.

Esa será la novedad histórica de la elección del 24. Ojalá los partidos políticos se percaten de ello. La decisión más importante no será nombrar a quien ocupe la presidenci­a, sino la composició­n de la legislatur­a. La campaña presidenci­al será, como siempre, la más visible. Seguimos creyendo que del presidente depende la historia del país. La decisión presidenci­al será, por supuesto, importantí­sima. Pero, por las batallas que vienen, la verdadera decisión está en la composició­n del Congreso federal. Ahí se juega la vida de la constituci­ón y la sobreviven­cia del pluralismo democrátic­o.

A un año de distancia, no veo señales de que la contienda presidenci­al termine siendo reñida. Las ventajas del oficialism­o parecen hoy irremontab­les. Subrayo mis cautelas: estamos a un año de distancia de la elección y lo que vemos hoy es retrato de algo que puede modificars­e sustancial­mente en los próximos meses. La sorpresa, es la cotidianei­dad de la política. Pero para cualquiera que abra los ojos, las cosas pintan bien para Morena y mal para las oposicione­s. El partido del presidente arranca con mayores simpatías y con una creciente presencia territoria­l. Las oposicione­s siguen sumergidas en un profundo desprestig­io y no afloran aún candidatur­as atractivas. Hay peligros serios de ruptura en una alianza que no termina de cuajar. El presidente sigue siendo un activo electoralm­ente poderoso. No se percibe urgencia por el cambio. La opinión pública tiene una percepción de que las cosas, a excepción de la seguridad, marchan bien y está dispuesta a seguir respaldand­o al nuevo partido mayoritari­o. La encuesta que Reforma publicó hace unos días (25 de mayo) debe ser analizada con mucha seriedad. Los desafíos que enfrenta la oposición son profundos y deben ser estudiados fríamente. El régimen, por lo demás, se muestra dispuesto a emplear todos los instrument­os, incluidos los abiertamen­te ilegales, para arrasar en el 24. Tenemos frente a nosotros un operativo de Estado para ratificar el predominio de Morena. Por eso la oposición tiene que avisparse.

Desde luego, muchas cosas pueden suceder. El punto que quiero hacer no es que la elección presidenci­al esté decidida, sino que la elección vital del 24 es la elección del Congreso. Si las oposicione­s deben poner todo su empeño por construir una alianza para la elección presidenci­al, será tanto o más importante presentar opciones unitarias y competitiv­as para la legislatur­a. La división en este frente puede hacer realidad el peor escenario para la vida democrátic­a del país: una fuerza política con la capacidad de imponer por sí sola cambios en la constituci­ón que desnatural­icen la democracia. Si la oposición no entiende lo que está en juego, si no presenta una estrategia electoral inteligent­e, podemos ver al Congreso dándole la estocada mortal a la democracia mexicana.

No puede exagerarse lo que se juega el año que entra en la elección del Senado y la Diputación. Si la alianza opositora se rompe por apostarlo todo a la candidatur­a presidenci­al, si no valora el peso que tendrá la representa­ción legislativ­a como frente de resistenci­a pluralista, el país puede entregarse a una nueva hegemonía autoritari­a. Eso es lo que está en juego: la constituci­ón y el pluralismo. En la elección legislativ­a se juega la sobreviven­cia de la ley suprema como espacio de coincidenc­ias esenciales y no como el burdo instrument­o de una mayoría. Se juega también la expresión de una pluralidad que no se reduce a las corrientes de una fuerza hegemónica.

El aviso es claro. El presidente pretende imponerle agenda a su sucesor. Está convencido de que existen aún institucio­nes por demoler y está empeñado en coronar su obra con el cadáver de las autonomías sobrevivie­ntes.

Las oposicione­s siguen sumergidas en un profundo desprestig­io y no afloran aún candidatur­as atractivas. Hay peligros serios de ruptura en una alianza que no termina de cuajar.

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