Periódico AM (León)

Ideas y consejos para Xóchitl

- Jorge G. Castañeda * Excancille­r de México

Creo que Xóchitl Gálvez tiene toda la razón en exasperars­e ante la nube de consejos que le ofrecen sus asesores para los debates presidenci­ales. En efecto, cuando no se cuenta con un equipo compacto, homogéneo, imbuido de un espíritu de cuerpo construido a lo largo de varios años, la cacofonía de opiniones encontrada­s puede frustrar, o enloquecer, a cualquiera. Los ensayos son cruciales, pero todo depende de quienes ocupan los lugares de los contrincan­tes: si no son verosímile­s, o si se tornan complacien­tes, no sirven. Y si se pasan de rudos, enrabian al candidato o candidata.

Siempre surgen varios peligros. Tratar de aprender todo de memoria -casi nadie puede: sólo vi a Ricardo Anaya capaz de semejante faena, pero perdió espontanei­dad al hacerlo- o llevar todo por escrito -lo que obviamente le sucedió a Xóchitl durante el primer debate, en el que leyó incluso su cierre: pecado imperdonab­lese antoja contraprod­ucente. El punto intermedio, a saber, algunas tarjetas, algunas frases aprendidas de memoria, mucha espontanei­dad, y mucha disciplina para ceñirse al mensaje central, se dice fácil, pero en general resulta extremadam­ente difícil, si no imposible.

Pude participar en distintas medidas en la preparació­n de debate de varios candidatos o precandida­tos en 1994, 2000, 2006 y 2018. Sé lo complicado, frustrante y exaltante que puede ser. Pero como sigo siendo metiche, van algunas ideas para que el equipo de Xóchitl (no ella: para qué atosigarla más) los considere.

La única estrategia es el ataque, constante e inmiserico­rde. Debe hacer caso omiso de las reglas del debate previament­e acordadas por sus representa­ntes, e interrumpi­r repetidame­nte a Sheinbaum, con una sola pregunta: “¿Por qué no contestas?” Justamente lo que no hizo en el primer debate, cuando teniéndola contra las cuerdas, la dejó escapar: se le fue viva. Si el tema central de la campaña opositora es la seguridad -creo que debe serlo- cada vez que hable Xóchitl debe abordar el tema, y enfrentar a su adversaria. Y cada vez que Sheinbaum esquive el tema, o se niegue a responder, o pase a otro asunto, debe interrumpi­rla: “¿Por qué no contestas?” Una y otra vez. Más aún: cuando sienta, con su gran agilidad y tino para el botepronto, que la candidata oficial dice alguna barbaridad, no hay que esperar su turno: increparla, con un par de palabras. Ningún ganador de debates respeta las reglas; pasarse de violarlas cuesta, pero respetarla­s a pie juntillas cuesta más.

El exceso de temas pactado por los equipos perjudica a Xóchitl. No hay más remedio que los fenicios. Debe escoger uno, dos o tres -la seguridad, la salud, la corrupción- y volver incansable­mente sobre ellos. Lo peor que puede hacer es alinearse ciegamente con los lineamient­os del INE, aunque hayan sido aceptados por sus abanderado­s. Y más que nada, soltarse: como le dijo un amigo en una comida a mediados de junio del año pasado: ¡Que Xóchitl sea Xóchitl!

El primer debate que vi en televisión fue el de Valéry Giscard d’Estaing con François Mitterand en 1974. Era yo demasiado chico en 1960 -Kennedy contra Nixon- y no hubo debates en Estados Unidos en 1964, en 1968 y en 1972. El siguiente debate que observé tuvo lugar en 1976, entre Gerald Ford y Jimmy Carter. Tuve la suerte de participar en varios pos-debates en 2000 y 2018: en unos me fue bien, en otros regular. No creo que hubiera podido aportarle mayor ayuda a Xóchitl en esta ocasión -ni me lo pidió, ni se lo ofrecí-, pero sí me permito un consejo, además de los ya descritos. Ojalá haya conversado con Diego, Fox, Calderón y Anaya, sobre todo este último: estuvieron allí, saben cómo es, y la experienci­a es una gran maestra. Suerte.

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