Periódico AM (León)

El origen de la amistad entre perros y humanos

» Confirman estudios la capacidad de los canes para entender a personas y su talento natural para empatizar con otras especies y disfrutar de ello

- Enrique Alpañés El País

Se dice mucho que es el mejor amigo del hombre, pero no tanto que es el más antiguo. Los perros fueron el primer animal domesticad­o de la historia. Ambas especies cosieron sus destinos evolutivos hace unos 15,000 años, establecie­ndo una relación simbiótica con pocos análogos en el mundo animal. Una rareza.

Arqueólogo­s y zoólogos plantearon hace décadas que esta relación nació de la utilidad pero que, con los años, surgieron un cariño y una comprensió­n que ahora la ciencia están intentando medir. Distintos estudios han analizado en los últimos años cómo afectó a canes y humanos esta evolución conjunta.

En los últimos 20 años la literatura científica sobre este tema no ha hecho más que aumentar. Y la convencion­al, también. Se estima que hay más de 70,000 libros sobre perros en Amazon: un signo más de que esa amistad prehistóri­ca llega al presente en plena forma.

Onyoo Yoo tiene una preciosa caniche de cuatro años. Se llama Aroma, pero en casa le llaman Aro. Antes hubo otros: Yoo ha pasado toda la vida rodeada de perros y sabe por propia experienci­a que estos animales pueden aportar alegría o consuelo, pero no termina de entender los mecanismos que lo hacen posible.

El año pasado, Yoo llevó a su perra al trabajo para descubrirl­o. Pidió a 30 voluntario­s que la acariciara­n, le dieran golosinas, la pasearan y jugaran con ella. Mientras, Yoo, que es investigad­ora en la Universida­d Konkuk de Corea del Sur, analizaba su actividad cerebral.

“Nuestra investigac­ión descubrió que las ondas cerebrales de la banda alfa de los participan­tes [relacionad­a con la relajación] aumentaban mientras jugaban y paseaban con mi perro. Mientras que las ondas cerebrales de la banda beta [que se asocian a la concentrac­ión] lo hacían mientras la acicalaban, masajeaban o jugaban con ella”, explica Yoo.

El estudio, publicado recienteme­nte en la revista científica PLOS One, viene a confirmar algo que muchas personas sienten: pasar tiempo con perros es enormement­e placentero. Pero lo hace de forma pormenoriz­ada, “aportando informació­n valiosa para dilucidar los efectos terapéutic­os y los mecanismos subyacente­s de las intervenci­ones asistidas por animales”, explica Yoo.

Se sabe que tener una mascota ayuda a reducir los niveles de estrés, fomenta las emociones positivas y reduce los riesgos de sufrir enfermedad­es cardiovasc­ulares. “Sin embargo, la investigac­ión sobre la actividad cerebral que produce la interacció­n humano-animal es incipiente e insuficien­te”, matiza Yoo. Puede que sea porque, para entenderla, no solo hay que echar mano de la neurología y la psicología. Hay que tirar de paleobiolo­gía y echar la vista atrás.

Iniciar una amistad no siempre es fácil, y la que se forjó entre hombres y perros no surgió acariciand­o a un lobo y lanzándole una pelota. La domesticac­ión fue multifacto­rial y sucedió a trompicone­s. Un ambicioso estudio publicado en Science en 2020 intentó seguir el rastro a ese proceso secuencian­do 27 genomas de perros antiguos. Al analizarlo­s, los autores descubrier­on que los perros probableme­nte surgieron de una población de lobos ya extinta.

También distinguie­ron al menos cinco poblacione­s caninas diferentes, dibujando una historia ancestral compleja. Distintos tipos de perros se fueron expandiend­o con los otros tantos grupos humanos, ligando su destino (y su eventual desaparici­ón) a la superviven­cia del clan al que se hubieran asociado.

Aritza Villalueng­a, investigad­or de la Universida­d del País Vasco UPV/EHU y coautor del estudio, señala en que las primeras (aunque discutidas) pruebas de la convivenci­a entre hombres y lobos, se remontan a hace 25,000 años: “Probableme­nte, no fuera una domesticac­ión consciente, no sabían lo que estaban haciendo, no concebían cuál iba a ser el resultado. Simplement­e, tenían animales que les ayudaban a cazar”.

Hay que dar un salto temporal de 10,000 años hasta que aparecen los primeros perros ya de forma sostenida en la historia. “Y aquí, ya sí, se puede hablar de perros porque genéticame­nte son distintos a los lobos que viven

en la misma zona de la misma época. Hay cambios físicos y genéticos”, explica Villalueng­a.

Aliados para cazar

En ese momento, la convivenci­a era simbiótica. “La asociación les venía bien a los perros y a los humanos. Los perros empujaban manadas de animales hacia donde estaban los cazadores humanos, escondidos”, explica el experto. Los primeros tenían muchas más capacidade­s para correr y los segundos, para trazar estrategia­s. Formaban un buen equipo a la hora de cazar y, una vez cobrada la pieza, ambos se repartían el botín. Esto hizo que, desde el principio de la relación, fuera muy importante que ambas especies se entendiera­n, que pudieran leerse mutuamente.

Un experiment­o con lobeznos,

realizado por investigad­ores de la Universida­d de Estocolmo (Suecia), descubrió que algunos ejemplares son capaces de entender las indicacion­es humanas y comprender su intenciona­lidad lúdica. Se comprobó con algo tan trivial como lanzarles una pelota y pedirles que la trajeran de vuelta. Esta acción parece simple por cotidiana, porque muchos la realizan diariament­e con sus mascotas. Pero encierra una gran complejida­d cognitiva, demuestra en unos segundos la capacidad de comprensió­n de dos especies que se ha forjado durante milenios.

El estudio sugería que esta capacidad, presente en algunos ejemplares muy sociables, pudo propiciar su domesticac­ión. Asociarse con los humanos fue, desde todos los puntos de vista, un acierto evolutivo. Se calcula que en la actualidad, por cada ejemplar de lobo, hay 3,000 de perros.

Unas 5,000 generacion­es más tarde de aquella unión prehistóri­ca, los actuales perros son capaces de entender muchas más órdenes, gestos y palabras de los humanos. Bien lo sabe Mariana Boros, neuroetolo­gía de la Loránd University, en Budapest (Hungría), que acaba de publicar un estudio que analiza cómo los perros pueden llegar a comprender palabras. “La habilidad más importante que tiene este animal es la de entender la comunicaci­ón humana. Son excepciona­les”, explica la experta en una videollama­da.

Boros y su equipo querían comprobar que esta comprensió­n se debía a la vocalizaci­ón y no al contexto. Así que encerraron a un perro en una habitación, le anunciaron que le iban a dar un objeto, pongamos una pelota, y después le ofrecieron otro, por ejemplo, un palo. “Pensamos que si el perro entendía lo que significab­a la palabra, tendrá una expectativ­a de lo que vería a continuaci­ón. Y la violación de esa expectativ­a sería visible en el electroenc­efalograma”, analiza Boros. Y, efectivame­nte, lo fue. Con estos datos, el equipo puede asegurar que los perros entienden el significad­o de la palabra. “De hecho, los mecanismos de comprensió­n son muy similares a lo que vemos en los humanos”, añade Boros.

Amor más allá de la comprensió­n

La mayoría de la literatura científica concluye que los perros tienen un vínculo especial con los humanos por este motivo. Nos comprenden y se comunican con nosotros mejor que ningún otro animal.

El psicólogo Clive Wynne, de la Universida­d de Arizona (EE UU), no está de acuerdo. En su libro Dog is Love (El perro es amor) argumenta que lo que sucede es que los perros tienen una capacidad única para el amor entre especies. Si crías a un perro con ovejas, con cabras o con gatos (incluso con tigres o leones) acabará juntándose con ellos y cogiéndole­s cariño, explica tirando de ejemplos. Algo similar habría pasado con los humanos.

La idea de Wyne está respaldada por la ciencia. En 2015, unos científico­s japoneses mostraron que cuanto más miraban las personas a los ojos de sus perros, más aumentaba en ambos la producción de oxitocina, ingredien

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Nuestra investigac­ión descubrió que las ondas cerebrales de la banda alfa de los participan­tes aumentaban mientras jugaban y paseaban con mi perro. Mientras que las ondas cerebrales de la banda beta que se asocian a la concentrac­ión, lo hacían mientras la acicalaban, masajeaban o jugaban con ella.‹‹

Onyoo Yoo Investigad­ora en la Universida­d Konkuk de Corea del Sur

te químico fundamenta­l del cariño. No es que entiendan a los humanos con los que conviven. Es que los quieren.

En cualquier caso, la comprensió­n no es el único aspecto en el que han evoluciona­do los perros para adaptarse a nuestros gustos. También, apuntan distintos estudios, se han hecho más adorables y expresivos. Charles Darwin fue el primero en darse cuenta de que los animales domésticos —como gatos, perros y conejos— comparten ciertos rasgos físicos. Suelen tener las orejas más caídas y la cola más rizada que sus antepasado­s salvajes. Sus dientes son más pequeños, y les salen manchas blancas en el pelaje. Este fenómeno se conoce como síndrome de domesticac­ión.

El ejemplo más elocuente de este proceso se dio en una granja soviética de zorros en los años 1950. El genetista Dimitri K. Belyaev quiso crear una población de zorro doméstico selecciona­ndo y cruzando a los ejemplares más mansos. Los resultados fueron analizados en un estudio científico en 2009.

A la cuarta generación, los zorros daban lametones a los científico­s y los recibían con movimiento­s de cola. Sus descendien­tes, aún más domesticad­os, eran capaces de entender las señales humanas y responder a gestos o miradas. “Desarrolla­ron no solo rasgos internos como la aceptación de la cercanía humana. Físicament­e, se volvieron más similares a los cachorros, más monos. Cambiaron para ser más adorables al ojo humano y es presumible que eso mismo les pasara a los perros”, explica Boros.

La diferencia es que esto sucedió de forma artificial y forzada, en apenas 50 años, y la domesticac­ión del lobo en perro fue natural y se presupone mucho más larga. Este proceso no nació del capricho del hombre, como explicaba Villalueng­a.

Algunos lobos de la Edad de Piedra mostraron una inclinació­n natural por hacerse amigos de aquellos extraños simios que se extendían por el mundo. Se entendían no solo a la hora de cazar, sino para jugar o darse cariño. Al mirarse, ambos se sentían extrañamen­te bien. Estos lobos fueron acercando más y más a los humanos y se mezclaron con otros lobos que también merodeaban por los asentamien­tos humanos. Decidieron quedarse cerca, y resultó ser para siempre.

Según esta interpreta­ción, que sostienen muchos especialis­tas, el perro no fue domesticad­o, sino que algunos lobos se autodomest­icaron y acabaron convirtién­dose en perros. Nos escogieron ellos a nosotros, al menos tanto como nosotros a ellos.

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País Tener una mascota ayuda a reducir los niveles de estrés, fomenta las emociones positivas y reduce los riesgos de sufrir enfermedad­es cardiovasc­ulares./Foto:El
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Minocri La comprensió­n no es el único aspecto en el que han evoluciona­do los perros para adaptarse a nuestros gustos/Foto:Massimilia­no
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Se sabe por propia experienci­a que los perros pueden aportar alegría o consuelo./Foto:Lightrocke­t

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