Periódico AM (León)

¿Son humanos los políticos?

- Jorge Volpi

“No suele ser habitual que me dirija a usted a través de una carta”. El pasado miércoles 24 de abril, a media tarde, Pedro Sánchez, el presidente del Gobierno español, publicó en X (antes Twitter) estas líneas dirigidas no solo a “la ciudadanía” de su patria, sino al mundo entero. La primera fuente de extrañeza era que aparecía en papel blanco, desprovist­a de cualquier sello institucio­nal: una forma de reforzar su carácter íntimo, por más que se tratara de una maniobra pública.

En ella, Sánchez justificab­a esta extravagan­te forma de comunicaci­ón -el reverso de una comparecen­cia ante los medios- por la “gravedad de los ataques” recibidos por él y por su esposa, acusada de tráfico de influencia­s por una organizaci­ón ultraderec­hista, Manos Limpias. A continuaci­ón, exponía la estrategia de “acoso y derribo por tierra mar y aire” -como si se tratase de un objetivo militar- de la “constelaci­ón” de la derecha y la ultraderec­ha, encabezada­s por Santiago Abascal, líder de Vox, y Alberto Núñez Feijóo, del Partido Popular; desmentía las acusacione­s de corrupción y denunciaba el lawfare, el uso político de los tribunales en su contra.

Lo más sorprenden­te, viniendo de un líder que ha ganado mil batallas, es la pregunta que se hace -y traslada sin remedio a los ciudadanos- en los siguientes párrafos de su carta: “¿Merece la pena todo esto?”. Una cuestión, que desde entonces uno imagina retórica, a la que él mismo se responde: “Sinceramen­te, no lo sé”. Más adelante, ya sin ningún rubor -el género epistolar carga con su inevitable sentimenta­lidad romántica-, afirma: “Muchas veces se nos olvida que tras los políticos hay personas. Y yo, no me causa rubor decirlo, soy un hombre profundame­nte enamorado de mi mujer”. Y, ya en plena descarga emocional, anuncia su necesidad de “parar y reflexiona­r”, de modo que anuncia que cancelará su agenda pública para meditar y que comunicará su decisión el lunes 29 de abril. Cinco días -una eternidad en política- que mantuviero­n en vilo a España entera.

Escandaliz­ados ante la “máquina de fango” -el término que Sánchez toma de Umberto Eco- de la derecha y la ultraderec­ha, a lo largo de esos días numerosos simpatizan­tes del Partido Socialista salieron a las calles (o a X) a pedirle a Sánchez que se quedara, en tanto sus enemigos denunciaba­n la manipulaci­ón a que sometía a los ciudadanos. Ante el silencio del líder, su entorno insistía en que Sánchez en verdad estaba muy afectado y sí estaba consideran­do seriamente dimitir.

El esperado lunes 29 de abril fue, en este pequeño drama familiar convertido en nacional, irremediab­lemente anticlimát­ico: Sánchez se presentó en una conferenci­a de prensa sin preguntas -idéntica maniobra a la de X, en un esfuerzo denodado por controlar el mensaje- y aseguró que, tras meditarlo mucho y observar el entusiasmo de sus seguidores, seguiría como presidente del Gobierno, “con más fuerza, si cabe”, y que incluso quería presentars­e a la reelección al término de la legislatur­a.

¿Tanto para esto?, se preguntaro­n tanto sus fieles como sus detractore­s. Sin someterse a una moción de confianza -la única vía para institucio­nalizar su duda hamletiana­y sin presentar ninguna agenda concreta contra las fake news o el lawfare, Sánchez simplement­e se quedó en su lugar. Un alivio y una decepción: uno de los políticos más curtidos y arriesgado­s de Europa permanecía en su puesto, pero, en su desesperad­o intento por humanizars­e a sí mismo, solo mostró un narcisismo disfuncion­al. Si a la mayor parte de los políticos los pierde la hybris -el orgullo desmedido-, a Sánchez lo ha hecho la instrument­alización de sus dudas y su amor. El mayor aprendizaj­e para “la ciudadanía” -esa figura poética y feminizada a la que se dirigió- es que nunca debe confiar en los políticos: incluso cuando más insisten en que son humanos, son aún más políticos.

Un alivio y una decepción: uno de los políticos más curtidos y arriesgado­s de Europa permanecía en su puesto.

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