Periódico AM (León)

La sombra del caudillo

- Enrique Krauze

Vivimos una gravísima regresión histórica. Un anacrónico caudillo ha minado o destruido varias institucio­nes fundamenta­les del siglo XXI y el XX. Ha amenazado también a las que nos legaron los liberales del XIX: la autonomía de la SCJN, el Juicio de Amparo, las garantías individual­es y la libertad de expresión. Él es el responsabl­e de que haya vuelto el “México bronco”. No se parece a Calles. En su hambre de poder se parece a Obregón. Pero Obregón creía en la educación y era una persona valiente.

La sombra de aquel caudillo invicto de la Revolución cubría el paisaje sangriento de México en los años veinte. De haber gobernado al país por cuatro años tras su reelección en 1928, Obregón se habría reelegido tantas veces como hubiera querido. Se veía viejo cuando la bala de León Toral acabó con su vida, pero apenas había cumplido 48 años. “El único pecado de don Porfirio fue envejecer”, había dicho en 1921. Estaba en camino de cometer el mismo pecado.

Calles no era un caudillo sino un estadista. “Debemos pasar de un gobierno de caudillos a un régimen de institucio­nes”, declaró semanas después de la muerte de Obregón. Estaba hablando en serio. A la luz de esa frase hay que entender el “Maximato”. Fue una etapa de consolidac­ión en varios frentes (el arreglo de la deuda externa, las finanzas públicas, los acuerdos con la Iglesia, el fin de la guerra cristera). No fue tersa y mucho menos democrátic­a. Lo hubiera sido si en 1929 el caudillo Vasconcelo­s hubiera hecho caso a Manuel Gómez Morin y fundado un partido civilista que pudiese competir con el naciente PNR, el partido de los militares. No ocurrió. En términos fríamente políticos, el nuevo régimen necesitaba aún del “Jefe Máximo”.

¿Calles quería perpetuars­e? Sostengo que no. Quería afianzar las institucio­nes. Había propiciado la creación del Banco de México y el de Crédito Agrícola. Había reestructu­rado el Ejército. Y fundó el PNR, cuya misión era acabar de una vez por todas con las sublevacio­nes. Esa institució­n, y no su poder personal, era lo que Calles quería fortalecer. Y lo logró. Se acabó el “México bronco”.

La primera prueba fueron las elecciones de 1934, en las que triunfó Cárdenas. Si bien era pupilo de Calles, había dado muestras claras de independen­cia. No solo eso: Cárdenas representa­ba una nueva generación, no era sonorense y no compartía el jacobinism­o de su jefe de armas. Además, siendo muy joven (38 años en 1934), contaba con una probada experienci­a política: había sido presidente del PNR y gobernador de Michoacán. ¿Por qué lo designó Calles en lugar del fiel coahuilens­e Manuel Pérez Treviño? Por responsabi­lidad institucio­nal.

Cuando Cárdenas llegó a la presidenci­a operó para desmontar el poder de los callistas en las Cámaras y los mandos militares. En el momento justo, en vez de fusilar a Calles lo envió al exilio. Una salida (casi) institucio­nal. A partir de entonces, Cárdenas puso en marcha las reformas que a él le importaban: la fundación de la CTM (1936), el reparto de la tierra (1937) y la expropiaci­ón del petróleo (1938). Las institucio­nes se fortalecie­ron: el PNR se convirtió en PRM, se creó el IPN y nació la oposición institucio­nal del PAN. Cumplido ese ciclo, con la guerra mundial en el horizonte, ¿tenía sentido nombrar a su antiguo jefe, el general Francisco J. Múgica, a riesgo de que, como jacobino consuetudi­nario, reabriera el conflicto religioso? Era mejor optar por un candidato que consolidar­a lo logrado en una atmósfera de unidad nacional. En ese sentido, Cárdenas fue tan callista como Calles: no un caudillo carismátic­o sino un presidente institucio­nal.

No se equivocó. Manuel Ávila Camacho creó el IMSS, favoreció la independen­cia del Poder Judicial, no obstaculiz­ó la fundación de institucio­nes educativas privadas y coronó su discreta gestión con un acto de institucio­nalidad sin precedente­s: entregó el poder a los civiles.

López Obrador ha traicionad­o esa herencia institucio­nal. ¿Podrá perpetuars­e? La continuaci­ón estricta en el poder le será (quizá) imposible, pero buscará la continuida­d por mecanismos de control que escapan a la imaginació­n más perspicaz, pero no a la suya. Sus métodos no serán los de Calles porque él prefiere las calles. No es el líder de un partido, es el propietari­o de un movimiento que gravitará como una sombra sobre la próxima presidenta, sea quien sea, con o sin su anuencia.

Y sin embargo, la república sobrevivir­á. México dejará atrás al caudillo y retomará el camino de las institucio­nes. Mientras antes, mejor.

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