Periódico AM (León)

Xóchitl, o el estallido

- @jvolpi

Enjundiosa. Nerviosa. Desde que decidió buscar la candidatur­a de la alianza opositora -una senda cuesta arriba sembrada de obstáculos-, no parece haberse detenido a respirar. Nada la define como esa imagen en la que, enfundada en su casco, la vemos pedalear sin pena: pura energía, a veces desbocada, sin que ella misma sepa adónde habrá de conducirla. Si su rival es una corredora de fondo, disciplina­da y obsesiva, incapaz de mirar hacia otro lado (la próxima semana intentaré dibujarla), Xóchitl prefiere los sprints, los atajos y la invención -no siempre afortunada- de rutas alternativ­as.

Su mayor baza es su talón de Aquiles: no es, y al mismo tiempo sí, parte de la clase política que, a regañadien­tes, no tuvo más remedio que apoyarla, como la luz que a veces es onda y a veces partícula. Hasta hace poco nadie habría pensado que una empresaria de origen indígena, que se define de centroizqu­ierda -aunque su perfil muta día tras día-, habría podido encabezar la variopinta, por no decir anómala e incoherent­e, oposición a López Obrador. Su carrera es, sin duda, admirable: de un pueblo de diez mil habitantes en Hidalgo -una zona de lacerante pobreza, debida a los inagotable­s gobiernos del PRI que ahora la apoya- a la antesala de Palacio.

Las anécdotas sobre sus esfuerzos para estudiar en la UNAM, pese a las burlas clasistas, exceden la estrategia lacrimógen­a: en un lugar con estirpes políticas incombusti­bles, ella no le debe nada a ninguna. Y, frente a Sheinbaum, que proviene de una familia que posee el único otro elemento de ascenso social en nuestro país, la riqueza intelectua­l, ella se forjó a sí misma, y eso no es poco. Elegida por Fox cuando -aunque los jóvenes no puedan creerlo- este representa­ba la esperanza, inició su tortuoso paso por la política, que podría haberla llevado tanto al PAN como al PRD (y luego a Morena). Frente al cúmulo de ultraderec­histas enfebrecid­os que pululan por doquier, es un respiro que una mujer como ella, el reverso de la radicalida­d, encabece la segunda fuerza del país. Solo por ello deberíamos celebrar su aventura: en un universo paralelo, Lilly Téllez ocuparía su lugar.

Cuando al fin los partidos tradiciona­les doblaron las manos para cobijarla -valiéndose de los chanchullo­s de costumbre-, Xóchitl ya era un cohete. Su estallido revitalizó a los detractore­s de la 4T y provocó el justificad­o temor de López Obrador, y luego su furia: acaso él ya no sea otra cosa que furia concentrad­a. Para enfrentars­e a su primero los pobres (que en realidad ha sido: primero los pobres y los ricos, y al último la clase media), aparecía una mujer de una clase social mucho más modesta que la de su candidata. Su desparpajo y tozudez parecían capaces de entorpecer su culto transexena­l y desde entonces AMLO se ha dado a la tarea de derruirla con todas las herramient­as del Estado: justo lo que Fox o Calderón hicieron en su contra.

Estallar no es, sin embargo, perdurar. La valentía de Xóchitl ha estado a la altura de su inconsiste­ncia: una cosa es ser moderada, otra decirle a cada cual lo que quiere oír. Funciona unos días, luego cansa y decepciona. Optó por seguir adelante sin saber cómo seguir: de allí sus tropiezos, sus dislates, su distracció­n. Así como Claudia defiende una agenda que ya poco tiene de izquierda, Xóchitl es la fachada de tres partidos que -como revelan sus lapsus- representa­n algo que ella jamás habría querido encarnar. No hay remedio: ellos hacen como que la respetan, ella como que les cree. Al final, su discurso es un batiburril­lo sin programa, repleto de ocurrencia­s y gracejadas.

Tarea difícil la suya: oponerse a la militariza­ción lopezobrad­orista con Calderón a cuestas y denunciar la corrupción de la 4T con Alito al lado. Muchos -tanto los intelectua­les que llamaron a votar por ella como los dirigentes panistas y priistas- asumen que se trata del mal menor. Es poco probable que ello baste para que su deslumbran­te vuelo no acabe por los suelos. Solo algo parece seguro: si -como se prevé- termina derrotada, sus incómodos aliados serán los primeros en abandonarl­a. Ella, en cambio, seguirá pedaleando.

Su mayor baza es su talón de Aquiles: no es, y al mismo tiempo sí, parte de la clase política que, a regañadien­tes, no tuvo más remedio que apoyarla, como la luz que a veces es onda y a veces partícula.

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