Comamos y bebamos…
~ El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día. ~
Si nos resulta difícil comprender que Jesús proponga ser comido, solo recordemos que en la experiencia del amor, no hay límites. Comer y beber significa asimilarse a Jesús; vivir nuestro amor al modo suyo, expresado en la vida (nuestra propia carne) y en la muerte (el don de nuestra sangre). Recordemos también, el éxodo: la sangre del cordero fue señal de liberación, y la carne alimento para la salida. En la nueva liberación que nos procura Jesús, su cuerpo y su sangre, se convierten en alimento permanente y en vida definitiva.
Entendamos además, el contexto eucarístico: más allá del nuevo maná y nueva norma de vida que es Jesús, está nuestra identificación con él y con su entrega. Y es que Jesús, vivido así, no es un personaje exterior a quien imitar, sino una realidad interiorizada. Los que creemos, vivimos la vida de Jesús, la misma que viene de su Padre. La clave para comer la carne y beber la sangre de Jesús, radica en seguir su mismo designio, comunicar vida definitiva.
Comer la carne de Jesús, y beber su sangre, más allá de provocarnos rechazo, como a los judíos de Cafarnaúm que pudieron imaginar una condición de antropófagos; y superando la interpretación metafórica y simbólica de los protestantes; hemos de entenderla desde el realismo sacramental. Comulgamos eucarísticamente, y Dios se encarga del resto, de actual su misterio de salvación. Él es quien nos asocia a la comunión del cielo y a la comunión con los demás por el amor.
Oración:
Señor Jesús, gracias por el don de tu cuerpo y tu sangre; descubrimos con alegría, que tu comunión eucarística nos arranca del individualismo y nos llena de tu Espíritu.
Permite que en nuestra familia vivamos para este misterio de comunión. Amén.