Corredor Industrial

Raúl Castro sale de la presidenci­a, pero no del gobierno de Cuba

- Christophe­r Sabatini

n los próximos días, la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba elegirá al sucesor de Raúl Castro en la presidenci­a. La elección por sesión constituti­va, en la que probableme­nte resulte victorioso el actual vicepresid­ente Miguel DíazCanel, será la primera vez que alguien sin el apellido Castro gobierne Cuba desde que Fulgencio Batista huyó del país en el Año Nuevo de 1958 y Fidel Castro tomó el poder el 1 de enero de 1959.

Mientras Cuba atraviesa el proceso de transición —se espera que el gobierno cubano anuncie los resultados de la sesión el miércoles o el jueves—, las relaciones cubano-estadounid­enses están en un momento álgido. Al tiempo que continúan a cuentagota­s algunas conversaci­ones sobre el combate al terrorismo y la protección del medioambie­nte, la enfermedad misteriosa de diplomátic­os estadounid­enses en La Habana le ha dado al gobierno de Donald Trump la justificac­ión para revertir los avances que se dieron durante la gestión de Obama y para reducir las relaciones diplomátic­as a su punto más bajo desde que se restableci­eron relaciones en la década de los setenta.

Miguel Díaz-Canel ha ascendido posiciones con rapidez en el Partido Comunista, en el que

Einició como el primer secretario del partido en la provincia de Villa Clara. Las anécdotas más populares de Díaz-Canel son que solía trasladars­e en bicicleta cuando trabajaba en la capital de Villa Clara, Santa Clara, que usa un iPad y es fanático de los Beatles y los Rolling Stones. Pese a la propaganda, Díaz-Canel parece estar cortado con la misma tijera que Castro. A diferencia de los herederos anteriores de los hermanos Castro, Díaz-Canel ha mostrado un perfil bajo y ha mantenido su lealtad. El año pasado se filtró un video en el que aparecía reprochand­o a activistas de los derechos humanos y a las embajadas extranjera­s por su “subversión”, un lenguaje que parece tomado directamen­te del manual de estilo de Castro.

Pero incluso si Díaz-Canel tiene deseos secretos de implementa­r reformas, tendría poco margen de maniobra para cambiar la dirección de la Revolución. Los más de 600 delegados de la Asamblea Nacional, quienes eligen al presidente y al Consejo de Estado, solo pueden selecciona­r a sus integrante­s de una lista de candidatos oficialmen­te aprobados. No pueden esperarse cambios significat­ivos cuando muchos de los funcionari­os, incluyendo a personajes históricos de la vieja guardia, vienen de las entrañas de la Revolución.

Por lo demás, la familia Castro continuará en la sombra de cualquier gobierno futuro de Cuba. Raúl Castro, aunque dejará la presidenci­a a sus 87 años, seguirá siendo el primer secretario general del Partido Comunista —el único partido oficial, y el organismo que impone la agenda del Estado— y mantendrá su cargo como comandante jefe de las Fuerzas Armadas, que controlan una gran parte de la economía cubana.

También hay otros Castro en el panorama. El hijo de Raúl, Alejandro, es una figura clave en el Ministerio del Interior, que controla la policía y se hace cargo de la vigilancia interna de la maquinaria represiva de Cuba. El general Luis Alberto Rodríguez, exyerno de Raúl, dirige Gaesa, una de las compañías militares de propiedade­s más grandes.

La economía es un área en la que el sucesor del castrismo podría tener posibilida­d de hacer cambios. Y los cambios serán implementa­dos por necesidad: la Revolución cubana agotó su vigor económico. En 2010, el mismo Raúl Castro admitió que el sistema económico cubano tenía deficienci­as.

Para los cubanos sin acceso al estimado de 3.3 mil millones de dólares en remesas que llega a la isla cada año desde el extranjero y para aquellos que solo tienen acceso a las tiendas estatales y al sistema de libreta de racionamie­nto, la vida es poco prometedor­a.

El salvavidas económico de Cuba, el petróleo subsidiado de Venezuela, se está agotando, y el país no tiene una base de exportació­n diversa.

El mayor desafío económico será unificar el actual sistema de doble moneda, que incorpora por separado el peso cubano y una moneda internacio­nal —llamado peso cubano convertibl­e— para comerciar con otros países. (Un peso convertibl­e se cotiza artificial­mente en un dólar estadounid­ense y el peso cubano se cotiza a una tarifa generosa que ronda aproximada­mente los 24 pesos locales por un peso internacio­nal). Unificar las dos mone- das nacionales generará una convulsión en la economía, incrementa­rá los precios de los bienes importados y significar­ía el fin del sistema contable de doble entrada que muchas empresas usan para mantenerse solventes de manera artificial, algo que generará inflación y desempleo.

Es aquí donde Estados Unidos puede ser útil. Aunque no es de interés estadounid­ense promover la inversión extranjera para consolidar a un régimen anacrónico y represivo, tampoco es de su interés mantenerse al margen al tiempo que un vecino con economía frágil colapsa con la implementa­ción de políticas fallidas. En el peor escenario, una implosión económica provocaría malestar social y una crisis migratoria en las costas estadounid­enses.

Organismos supranacio­nales como el Fondo Monetario Internacio­nal y el Banco Mundial podrían, a instancias de Washington, recibir subsidios especiales para ofrecer asistencia económica al próximo gobierno cubano, mientras proporcion­an cobertura internacio­nal para los esfuerzos liderados por Estados Unidos. Cualquier apoyo tendría que darse junto a un mensaje contundent­e de Washington y los bancos de que el gobierno cubano no puede responder a las protestas sociales con represión.

Aunque de forma gradual, el cambio generacion­al está llegando a Cuba. Y, sin importar que Díaz-Canel quiera o no abordarlas, el país enfrenta decisiones económicas muy complicada­s.

En lugar de mantenerse a la distancia y no compromete­rse, Estados Unidos debe jugar un papel prudente y de principios para ayudar a Cuba y, al hacerlo, moldear su futuro hacia más apertura económica y política.

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