Periódico AM Express (Guanajuato)
El triunfo
Imaginemos que no estamos en abril, sino en julio o agosto. Imaginemos que las condiciones de la contienda electoral no han variado, o no lo suficiente. Imaginemos que la encuesta publicada por Reforma hace unos días no se equivoca y sus tendencias se mantienen. Imaginemos que ninguna de las estrategias del PRI o del Frente tienen éxito. Imaginemos que el debate de hoy apenas tiene efectos sobre los votantes. Imaginemos, pues, que López Obrador gana la elección. Y, una vez ahí, calibremos las razones de su victoria y evaluemos su posible desempeño.
Dejando de lado su personalidad o sus propuestas, se impondría reconocer, de entrada, que su triunfo es producto de una elección racional. Desde nuestra atropellada transición a la democracia, PAN y PRI se han sucedido en el poder: entre el 2000 y el 2012, los ciudadanos le concedieron al principal partido de oposición y, entre 20012 y 2018, otra vez al antiguo partido oficial, la oportunidad de gobernarnos. ¿Y qué ocurrió? Ambos partidos lanzaron a México hacia uno de los periodos más oscuros de su historia: cientos de comunidades deshechas, un país moralmente desquebrajado, incontables violaciones a los derechos humanos y una corrupción que mancha a toda la clase política.
Las solas cifras de la guerra contra el narco son espeluznantes: 200 mil homicidios ligados a la violencia, a los cuales habría que sumar un altísimo número de desaparecidos y desplazados. Esta sola razón debería bastar para que los ciudadanos le entregasen el poder a cualquiera que no fuese el PRI o el PAN. Esto es, quizás, lo que no acaban de paladear los detractores de López Obrador: a la mayoría le resulta difícil imaginar que el país pueda ser gobernado de peor manera que hasta ahora. Desde esta perspectiva, una segunda alternancia que por fin le conceda la Presidencia al eterno outsider se vuelve la opción natural. La encuesta de Reforma es clara: el gran peligro para México sería mantenerse como está. Por desgracia, la historia nos enseña que siempre puede ocurrir algo peor.
A estas alturas, ya pocos se creen que AMLO vaya a convertirnos en otra Venezuela: nada en su trayectoria lo acerca a Chávez, Maduro o Correa y, de hecho, ya no defiende casi ninguna posición de izquierda. Para este tercer intento, el caudillo ha limado sus aristas -reservándose alguna rabieta, por ejemplo, hacia el nuevo aeropuerto-, se ha reconciliado con viejos rivales, ha sumado a sus huestes a los prófugos de los demás partidos y ha construido una alianza tan variopinta que recuerda, en efecto, al PRI de los cincuenta que hoy ve con honda nostalgia (al menos económica). Sus peligros son otros. El primero, su carácter dogmático y su talante de redentor: esa creencia de que su mera integridad personal bastará para acabar con la corrupción, perdonando graciosamente a quien se le ocurre, en vez de decantarse por una Fiscalía Anticorrupción -o como quisiera llamarle- en verdad independiente, con capacidades para investigar y perseguir los delitos. Más grave es su pasión por la democracia plebiscitaria: la posibilidad de consultar cada una de sus decisiones con el pueblo, incluyendo los derechos civiles: una postura propia no de un izquierdista, sino de un ultraconservador.
Y aún más grave: no entender que, si México está destruido por la violencia, es porque nuestra política contra las drogas ha sido profundamente errada y porque carecemos de un sistema de justicia confiable y eficaz. López Obrador tendría que entender desde ahora que, si resulta elegido, será para emprender una estrategia radicalmente distinta de la de sus predecesores, la cual debe comenzar con la legalización urgente de la mariguana, un tema que parece aterrarle tanto como el matrimonio igualitario o el aborto, y por la construcción de un sistema de justicia sólido e independiente, otro tema que apenas aborda en sus discursos. Si hoy su victoria se aprecia casi ineludible, nos corresponde obligarlo a encarar estos desafíos. Si no lo hace, lo más probable es que su gobierno sume un nuevo desastre a los provocados por sus archienemigos.