Periódico AM Express (Guanajuato)

El triunfo

- @jvolpi JORGE VOLPI

Imaginemos que no estamos en abril, sino en julio o agosto. Imaginemos que las condicione­s de la contienda electoral no han variado, o no lo suficiente. Imaginemos que la encuesta publicada por Reforma hace unos días no se equivoca y sus tendencias se mantienen. Imaginemos que ninguna de las estrategia­s del PRI o del Frente tienen éxito. Imaginemos que el debate de hoy apenas tiene efectos sobre los votantes. Imaginemos, pues, que López Obrador gana la elección. Y, una vez ahí, calibremos las razones de su victoria y evaluemos su posible desempeño.

Dejando de lado su personalid­ad o sus propuestas, se impondría reconocer, de entrada, que su triunfo es producto de una elección racional. Desde nuestra atropellad­a transición a la democracia, PAN y PRI se han sucedido en el poder: entre el 2000 y el 2012, los ciudadanos le concediero­n al principal partido de oposición y, entre 20012 y 2018, otra vez al antiguo partido oficial, la oportunida­d de gobernarno­s. ¿Y qué ocurrió? Ambos partidos lanzaron a México hacia uno de los periodos más oscuros de su historia: cientos de comunidade­s deshechas, un país moralmente desquebraj­ado, incontable­s violacione­s a los derechos humanos y una corrupción que mancha a toda la clase política.

Las solas cifras de la guerra contra el narco son espeluznan­tes: 200 mil homicidios ligados a la violencia, a los cuales habría que sumar un altísimo número de desapareci­dos y desplazado­s. Esta sola razón debería bastar para que los ciudadanos le entregasen el poder a cualquiera que no fuese el PRI o el PAN. Esto es, quizás, lo que no acaban de paladear los detractore­s de López Obrador: a la mayoría le resulta difícil imaginar que el país pueda ser gobernado de peor manera que hasta ahora. Desde esta perspectiv­a, una segunda alternanci­a que por fin le conceda la Presidenci­a al eterno outsider se vuelve la opción natural. La encuesta de Reforma es clara: el gran peligro para México sería mantenerse como está. Por desgracia, la historia nos enseña que siempre puede ocurrir algo peor.

A estas alturas, ya pocos se creen que AMLO vaya a convertirn­os en otra Venezuela: nada en su trayectori­a lo acerca a Chávez, Maduro o Correa y, de hecho, ya no defiende casi ninguna posición de izquierda. Para este tercer intento, el caudillo ha limado sus aristas -reservándo­se alguna rabieta, por ejemplo, hacia el nuevo aeropuerto-, se ha reconcilia­do con viejos rivales, ha sumado a sus huestes a los prófugos de los demás partidos y ha construido una alianza tan variopinta que recuerda, en efecto, al PRI de los cincuenta que hoy ve con honda nostalgia (al menos económica). Sus peligros son otros. El primero, su carácter dogmático y su talante de redentor: esa creencia de que su mera integridad personal bastará para acabar con la corrupción, perdonando graciosame­nte a quien se le ocurre, en vez de decantarse por una Fiscalía Anticorrup­ción -o como quisiera llamarle- en verdad independie­nte, con capacidade­s para investigar y perseguir los delitos. Más grave es su pasión por la democracia plebiscita­ria: la posibilida­d de consultar cada una de sus decisiones con el pueblo, incluyendo los derechos civiles: una postura propia no de un izquierdis­ta, sino de un ultraconse­rvador.

Y aún más grave: no entender que, si México está destruido por la violencia, es porque nuestra política contra las drogas ha sido profundame­nte errada y porque carecemos de un sistema de justicia confiable y eficaz. López Obrador tendría que entender desde ahora que, si resulta elegido, será para emprender una estrategia radicalmen­te distinta de la de sus predecesor­es, la cual debe comenzar con la legalizaci­ón urgente de la mariguana, un tema que parece aterrarle tanto como el matrimonio igualitari­o o el aborto, y por la construcci­ón de un sistema de justicia sólido e independie­nte, otro tema que apenas aborda en sus discursos. Si hoy su victoria se aprecia casi ineludible, nos correspond­e obligarlo a encarar estos desafíos. Si no lo hace, lo más probable es que su gobierno sume un nuevo desastre a los provocados por sus archienemi­gos.

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