El presente del muralismo mexicano
Para que el muralismo mexicano mantenga su relevancia artística en el presente es indispensable develar sus mitos y aceptar su término.
Vanguardista, original y contradictorio, el muralismo no es ni la repetición de temas épicos, cívicos, socialistas o costumbristas representados con insignificantes lenguajes realistas, que se desarrolló a partir de la segunda mitad de la década de los cincuenta, ni la intervención pictórica en paredes de espacios público-privados, habitados por comunidades de escasos recursos –como vecindades– que formó parte de las estéticas conceptuales de los años setenta, ni las expresiones callejeras con representaciones acertadamente políticas o lamentablemente estereotipadas de “lo mexicano” que caracterizan al postgraffiti o Street-art de nuestro país.
El muralismo mexicano es un movimiento artístico de pluralidad poética que tuvo como aliados a políticos posrevolucionarios y empresarios extranjeros. Con base en lo que apunta la historiadora del arte Esther Acevedo, “se empieza a gestar en el periodo postrevolucionario y termina cuando se desgastan los planteamientos que dieron origen” a la revolución. Un rango temporal que define entre 1921 y 1954. Su objetivo: legitimr la ideología de la revolución como movimiento popular, construyendo una identidad colectiva basada en la cultura popular y nacional.
Y si bien los creadores del muralismo mexicano son artistas que, como el Dr. Atl, José Clemente Orozco, Roberto Montenegro, Diego Rivera, Ramón Alva de la Canal y David Alfaro Siqueiros, nacieron en las últimas décadas del siglo XIX, entre 1875 y 1896 respectivamente, ¿quiénes son los últimos muralistas? Con base en la relación de ayudantía y colaboración que tuvieron con protagonistas tan relevantes como Orozco y Rivera, considero que son los muralistas nacidos en la década de los veinte del siglo pasado , entre ellos Rina Lazo, Arturo García Bustos, José Gordillo, y los nonagenarios Arturo Estrada y Guilermo Monroy.
Alegre, vital y con 98 años de edad, Guillermo Monroy compartió con Proceso –en entrevista con Niza Rivera– interesantes aspectos de su creación mural que permiten reubicar
tanto lo que implicaba ser “ayudante” de Diego Rivera como el significado institucional del muralismo en la actualidad.
Para empezar, se develó que no sólo fue ayudante de Rivera, sino creador autónomo, o sea colaborador. Saber que los microorganismos representados en el piso del mural El agua, origen de la vida (1951) que se encuentra en el Cárcamo de Dolores, en la Ciudad de México, fueron trazados y pintados por Monroy, y que los retratos de cuerpo entero de los ingenieros que construyeron la obra hidraúlica son obra de José Gordillo, cambia la percepción de la obra, ya que no es en su totalidad de Diego Rivera, es un trabajo colectivo.
Y en este contexto de colaboraciones es indispensable incluir en la valoración del muralismo mexicano el trabajo que han realizado los restauradores, ya que sin ellos las obras no existirían. Como está sucediendo con el trabajo colectivo que realizó Guillermo Monroy en el mirador de la Presa Miguel Alemán, en Temascal, Oaxaca. Una obra dividida en dos campos de distintos cromatismos en la que se representan escenas que remiten a la historia, cultura e inundación de San Miguel Soyaltepec, lugar originario en donde, por decreto, se creó Temascal.
Ajeno a la creación de imágenes de contenido político a pesar de haber sido militante de izquierda, Guillermo Monroy desarrolló una poética de colores intensos y luminosos que rodean narraciones de vivencias tradicionales y cotidianas. Fuera de la vista del público, un mural con el tema del amor se encuentra en el surrealista Hotel Posada del Sol (cerrado al público), en la capital del país.