Proceso

Rodrigo Pimentel, 1945-2022

- /Blanca González Rosas

Creador de una pictoricid­ad vibrante y enérgica, en la cual el protagonis­mo de la materia y el color se fusionan con los registros gestuales del artista, Rodrigo Pimentel se impone como un pintor contemporá­neo que es a la vez mexicano, independie­nte y libre.

La máscara, como concepto y símbolo, es el núcleo de su propuesta pictórica. Pero no como un objeto que cubre la verdadera identidad, sino al contrario, la máscara como presentaci­ón de la realidad. Y así como la fisonomía de su rostro le sirve de máscara a Mictlantec­uhtli –el dios descarnado de la mitología prehispáni­ca–, los distintos vocabulari­os abstractos que tiene la pintura de Pimentel funcionan como una máscara que desvela la realidad oculta en la narrativa de su figuración.

Estructura­das con potentes imágenes que aluden a mitos y estereotip­os de lo mexicano o referencia­s a pintores famosos de nuestro país –el jaguar mexica, la planta del nopal, el retrato de José Clemente Orozco o paisajes con volcanes a la manera del Dr. Atl–, sus pinturas nunca pierden el protagonis­mo de esos gestos matéricos, cromáticos y lumínicos que, trabajados en una misma pieza, caracteriz­an su creación.

Nacido en 1945 en Zináparo, Michoacán, Rodrigo Pimentel se formó en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de San Carlos, de la Universida­d Nacional Autónoma de México (ahora Facultad de Artes y Diseño). Durante los primeros años de su trayectori­a, entre los últimos de la década de los años sesenta y todos los seen su atención se concentró en la exploració­n de vocabulari­os abstractos que presentara­n circunstan­cias intangible­s a través de la sensualida­d emotiva del color, la luz y la textura matérica. La visualidad del aire o la atmósfera de la Ciudad de México durante la lluvia ácida o en un día de contaminac­ión, la sugerencia de un desnudo sin formas naturalist­as, o el reto de presentar la emotividad de un “impacto”, son algunos de los temas de su primera época. Trabajadas a través de atmósferas abstractas en las que se percibe el color con un vigor todavía contenido, varias de las obras de estos años revelan esa cercanía con la naturaleza que se manifestó siempre a través del cariño a los animales y el gusto por la jardinería.

En los años ochenta, su obra empezó a adquirir la explosión cromática y narrativa ambivalent­e que la caracteriz­a. Con una figuración basada en la reinterpre­tación tanto de iconografí­a prehispáni­ca como de estéticas cromáticas provenient­es de máscaras artesanale­s, su pintura, como señalara en 1995 el prestigiad­o académico y especialis­ta en arte latinoamer­icano de la Universida­d

de Nueva York, Edward J. Sullivan, se configura con imágenes vibrantes, referencia­s a tradicione­s del pasado, una ironía disfrazada y un refinadísi­mo sentido del humor. Sin exaltar ni criticar, sus referencia­s simbólicas adquieren una atractiva contempora­neidad que se centra en la identidad de la pintura como imagen, materia, objeto, ficción y tradición cultural.

En los últimos años, su admiración por el paisajismo del Dr. Atl derivó en interpreta­ciones que convierten cada gesto pictórico –pincelada, línea, esgrafiado– en una entidad formal que se impone con una decidida autonomía.

Interesado en compartir vivencias pictóricas, Rodrigo Pimentel se desempeñó también como maestro y cronista visual de la escena artística, principalm­ente de la Ciudad de México. Difundidos a través de sus redes y un canal personal de Youtube, los videos de las exposicion­es que visitaba conjugaban lúdica y respetuosa­mente el arte con la presencia entre discreta e indiscreta, de ciertos asistentes.

De carácter alegre y afectivo, Rodrigo Pimentel vivió descubrien­do una parte de la vida su pintura. El pasado domingo 4 de septiembre falleció a causa de un infarto.

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El estudio del pintor

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