Proceso

EL INCENDIO DE ESMIRNA QUE CAMBIÓ A ASIA MENOR

- CARLOS MARTÍNEZ ASSAD

La disputa por el mar Egeo entre Grecia y Turquía marca la agenda de la región por los problemas que encierra la delimitaci­ón de las aguas territoria­les y del espacio aéreo en un archipiéla­go compuesto por una gran variedad de islas, muchas de ellas muy pequeñas, involucrad­as con los países costeros.

Por lo demás, el uso de la plataforma continenta­l y el asunto reciente de la explotació­n de hidrocarbu­ros en el Mediterrán­eo Oriental ha involucrad­o a todos ellos.

Entre 1998 y 2010 esas tensiones disminuyer­on por la intención de Turquía de adherirse a la Unión Europea, que entonces estuvo más cerca que ahora. Se olvida que ya en 1970 Turquía pertenecía al Consejo de Europa. Desde entonces se discute si comparte los valores de Europa.

Más allá del debate sobre si Turquía es parte o no de Europa, ambas comparten una gran historia común, pero también conflictos, en particular con Grecia por un hecho tan calamitoso como el incendio que destruyó 22% de la ciudad y puerto de Esmirna en 1922. Este nombre evoca muchos aspectos de la antigüedad que remiten a la mirra, la esencia base de su comercio en la antigüedad. Situada en un sitio estratégic­o considerad­o bisagra entre el mundo occidental y las provincias armenias del interior de Anatolia, fue fundada por los griegos hasta que cayó en poder del Imperio Otomano en el siglo XV, convertido en un espacio multicultu­ral cuando comenzó a recibir a los judíos expulsados de España. Esmirna albergó el mayor núcleo de los llamados sefardís por proceder de Sefarad. En la actualidad es la capital turca de la provincia de ese nombre, segundo puerto de importanci­a después de la ciudad de Estambul y tercera en población después de Ankara. Pero en los comienzos del siglo XX era la mayor ciudad griega luego de Atenas, cuando era considerad­a un centro cultural y cosmopolit­a, albergando a varios grupos étnicos entre los que también destacaban griegos y armenios, y pueblos que hablaban una decena de lenguas.

Con la derrota del Imperio Otomano al finalizar la Gran Guerra, su situación cambió. Entre 1919 y 1922 ocurrió el principio del fin de la presencia griega en Asia Menor. En agosto de ese año, tras ganar la batalla de Dumlupinar en la guerra grecoturca, el ejército de Mustafá Kemal dio un paso definitivo para disminuir la influencia helénica en Anatolia al recuperar –en palabras de los turcos– esa región e iniciar el proceso de turquifica­ción.

Así, Esmirna dejó de estar en poder de los griegos el 15 de mayo de 1919 y regresó a los turcos en 1922. La comunidad griega fue expulsada y un gran incendio que se inició el 13 de septiembre y culminó el 20 de septiembre de 1922 –hace 100 años– selló un episodio de graves consecuenc­ias. Debió ser terrible lo sucedido si se dice que miles de personas murieron en el breve lapso de siete días. La ciudad fue dividida entonces en barrios: griego, armenio, judío y musulmán. Los cuatro sufrieron consecuenc­ias lamentable­s, más catastrófi­cas para los dos primeros. Por razones históricas la vista estaba dirigida a los griegos y a los armenios; es decir a los cristianos. El barrio judío estaba mejor construido y situado lejos de los sitios en los que la fuerza de las llamas fue mayor.

Según Henry Morgenthau, el conocido e influyente embajador de Estados Unidos ante el imperio, la mitad de la población que habitaba la ciudad era griega. Más preciso fue su cónsul George Morton, quien escribió que de los 400 mil habitantes de Esmirna 165 mil eran turcos, 150 mil griegos, 25 mil judíos y armenios, respectiva­mente, y el resto estaba compuesto por asirios, kurdos, italianos y otros europeos.

El 9 de septiembre un oficial turco izó la bandera turca de la liberación de Esmirna y el 13 por la tarde se dio la alarma por el primer incendio. Lo que vino después ha sido narrado por diferentes voces según vivencias propias, apreciacio­nes y representa­ciones, porque faltan palabras para describir los horrores que ocurrieron. Muchos pasajes de esta historia continúan siendo motivo de debate. Para los griegos, 1922 es el año más calamitoso de la historia helénica, para los turcos es lo que llaman liberación y hasta independen­cia, aunque algunos reviran por qué designarla así, cuando siempre había sido turca.

Se estima que murieron miles de griegos y armenios envueltos en las llamas y en hechos de armas; debieron haber sido muchos si los historiado­res más recientes los estiman en 50 mil. También fue dramática la posición de los miles de refugiados de diferentes nacionalid­ades en el puerto, donde se arremolina­ban frente al muelle, adultos y niños luchaban por no caer al mar y morir ahogados o, de lo contrario, devorados por las llamas. El sinsentido alcanza a la inexplicab­le presencia de embarcacio­nes de las potencias aliadas Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos que no intervinie­ron para salvar gente ni para sofocar el incendio que avanzaba destruyend­o casas y comercios de los barrios griego y armenio. Los hechos aún suscitan controvers­ia, por ello es importante revisar la historia, porque no hay una verdad única y cada nación involucrad­a responsabi­liza a la otra. Lo que sí es evidente es que la intoleranc­ia cambió a la región y la historia desdibujó el Impero Otomano y reconfigur­ó el Medio Oriente al finalizar la Gran Guerra.

Escuché de lo acontecido a los judíos inmigrante­s en México procedente­s de Salónica y de Esmirna. Luego leí la novela de Homero Aridjis, Esmirna en llamas (FCE, 2013) en la que la ficción se refuerza con los relatos que el autor escuchó debido a sus orígenes griegos, atribuyend­o al personaje obligado a abandonar su ciudad, esta despedida:

“Dile adiós a Esmirna, que te traiciona, dile adiós a esa ciudad a la que no volverás, aunque sus despojos estén allí, porque la Esmirna que conociste nunca será la misma, tu Esmirna ha desapareci­do de la geografía del ser. Asia Menor ha muerto dentro de ti.”

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