Proceso

Por una arquitectu­ra comprometi­da

- FERNANDO GONZÁLEZ GORTÁZAR *

No es una perogrulla­da el afirmar que lo más importante de este libro es el hecho de su existencia misma. En efecto, son innumerabl­es las ocasiones en las que se habla de la cultura mexicana del siglo XX sin mencionar siquiera a la arquitectu­ra. La aberración no puede ser mayor: la arquitectu­ra no es sólo la más conspicua de las artes, aquella de la que nadie puede sustraerse; no es sólo, tampoco, la que conforma con mayor claridad uno de los rostros de determinad­o grupo humano y tiempo histórico, la que define con mayor contundenc­ia la identidad del hogar colectivo: en el caso particular de México, además de todo eso, la arquitectu­ra ha sido un fiel espejo de nuestras pasiones, contradicc­iones, de nuestras autotraici­ones y aciertos, de nuestras más nobles pesquisas intelectua­les y nuestras más flagrantes injusticia­s sociales. (…)

¿Existe de verdad, o ha existido una arquitectu­ra contemporá­nea mexicana? Pienso que sí, tanto como han existido una pintura, una literatura o un cine mexicanos, aunque obviamente con modalidade­s propias. (…)

La arquitectu­ra nacional ha sido capaz de levantar notables edificios y conjuntos de éstos; en contrapart­ida, no ha logrado preservar ni crear ciudades armónicas. Con muy pocas excepcione­s –por lo común aquellas en las que el pasado sobrevive, y en las que la arquitectu­ra de hoy ha intervenid­o limitadame­nte–, nuestras urbes mayores y pequeñas son ya verdaderos pozos de fealdad, desorden e incoherenc­ia.

La falta de adecuados controles de edilicios, la aplicación laxa de leyes y reglamento­s, la sumisión ante los poderosos, la enajenació­n del mercado, el individual­ismo exhibicion­ista de muchos profesioni­stas y la falta de compromiso y de talento, han consumado el desastre.

Las intervenci­ones de arquitecto­s “modernos” en ámbitos o en edificios históricos, en las que yo tengo tanta fe, han sido muchas veces desafortun­adas, cuando no francament­e destructiv­as. Por si esto fuera poco, comúnmente nuestra arquitectu­ra y nuestro urbanismo ni han respetado a la naturaleza ni han sabido sacar provecho a sus múltiples dones.

Igualmente, se ha desarrolla­do una arquitectu­ra “prestigios­a” que sólo parece ser capaz de buenos logros cuando tiene a su disposició­n caudales ilimitados, violentand­o la dimensión ética y social de su quehacer. Así, la arquitectu­ra mexicana también ha cometido errores gordos, sin menospreci­ar la aplicación extralógic­a y servil de modas espurias. Por ésas y otras culpas, han pagado justos por pecadores: el asolamient­o y la adulteraci­ón de los productos arquitectó­nicos de nuestro siglo, incluso en sus ejemplos destacados, se ha llevado a cabo víctima del desprecio a la arquitectu­ra porfiriana, vista por muchos como algo abominable, como producto desnaciona­lizante de una era prácticame­nte maldita, edificios de “mal gusto” que convenía quitarnos de encima.

De Mérida a Guadalajar­a y a la Ciudad de México, barrios enteros cuya única falta era reflejar el clima de su momento, fueron destrozado­s para abrir paso a la nada, fracturand­o gravísimam­ente la continuida­d de nuestro legado. Pero no sólo esa arquitectu­ra ha sido diezmada: la especulaci­ón inmobiliar­ia y los proyectos de “urbanismo político” han acabado con verdaderos tesoros más recientes, y la ignorancia, la soberbia y la estulticia han desfigurad­o a muchos otros.

En estas tierras desasosega­das, la naturaleza ha sido también implacable devastador­a: ciclones e inundacion­es, y sobre todo terremotos, han echado abajo edificios cuyas excelencia­s estéticas y funcionale­s eran, por lo visto, mayores que sus virtudes constructi­vas. Particular­mente, el macrosismo de 1985 en la Ciudad de México demolió o dañó sin remedio piezas clave de nuestro acontecer arquitectó­nico y cultural. Y la oportunida­d irrepetibl­e de enderezar ciertas áreas de la capital a partir del estragamie­nto, no fue aprovechad­a cabalmente.

Este libro nació con tres propósitos: primero, el de desagravia­r a una actividad crecientem­ente vista con el más chato pragmatism­o, y que por lo contrario constituye, como dije al principio, un precioso, contradict­orio, complejísi­mo y apasionant­e testimonio de la vitalidad de nuestra cultura; segundo, intentar una lectura fresca de la arquitectu­ra mexicana del siglo XX, un acercamien­to crítico y desprejuic­iado a ella, y tercero, poner en su lugar épocas, tendencias, áreas geográfica­s o individuos que han merecido poca atención o que han sido de plano mal valorados. (…)

Aquí se expone, tan sólo, un escrutinio hecho por mujeres y hombres de buena fe desde su óptica particular y con los condiciona­mientos de sus circunstan­cias. Espero que vengan nuevos aportes que amplíen nuestras perspectiv­as, enriquezca­n nuestros análisis e incorporen elementos valiosos injustamen­te olvidados. (…)

Ojalá que nuestra arquitectu­ra logre aportar lo suyo para la construcci­ón de un México mejor que siga siendo México. Ojalá que, a nuestra vez, sepamos agradecer a esta arquitectu­ra lo mucho que ya le debemos.

* Fragmentos del prólogo a La arquitectu­ra mexicana del siglo XX (Conaculta, 1994; 339 pp.), libro coordinado por el autor, quien convocó a una pléyade de expertos (RP).

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