González Gortázar: Visionario, inteligente, seductor
Como persona, Fernando González Gortázar era un “tipazo”. Alegre, reflexivo, cariñoso y contundente, el humanista contemporáneo –como le llamaba la reconocida historiadora del arte Teresa del Conde– vivía en un devenir creativo que no aceptaba fronteras, ni disciplinarias ni jerárquicas.
Disfrutaba y vivía la cultura popular mexicana: conocía muy bien las “cancioncitas” porque su nana le enseñó a cantarlas, sabía de dulces y los convirtió en protagonistas interpretando sus formas en el proyecto de columna monumental “La gran charamusca” de 1975, y en los dos grupos de pequeño formato realizados en piedra volcánica y mármol negro con los que, en 1997, rindió homenaje a El pirulí. Los juegos también fueron protagonistas de su habitar urbano; en 1977, las enormes Canicas del gigante fueron objeto de varios grupos escultóricos.
Pero su lenguaje nunca se basó en la representación figurativa. Gortázar desarrolló un vocabulario abstracto-geométrico que convirtió el cubo, la esfera, el cilindro y los prismas triangulares y rectangulares en protagonistas de formas rígidas –estructuras monumentales del Parque González Gallo, 1972–, formas ondulantes –numerosas techumbres de esculturas arquitectónicas, como en el Centro Universitario de los Altos, Universidad de Guadalajara, en Tepatitlán, Jalisco–, o siluetas que aparentan moverse y hasta bailar con el viento como si fueran serpentinas desenrolladas – Homenaje a lo que crece, 1993, Centro Nacional de las Artes, Ciudad de México-.
Como arquitecto y escultor, González Gortázar fue un artista visionario y atrevido que, con el arte, trató de convertir la urbe en un espacio habitable. Conocedor de las estéticas modernas de la escultura geométrica, desarrolló un concepto creativo que se basó en la integración de la ciudad, el medio ambiente, la tridimensión y la vivencia del espectador. En sus obras, el cielo, el suelo, la luz, las sombras, el entorno y la vivencia de los espectadores se integran en experiencias que transitan entre el juego, la utilidad, la contemplación y la sorpresa.
Creador de una propuesta que se desarrolla en el espacio público expandiéndose entre la arquitectura y la escultura, Gortázar se caracterizó por un pensamiento crítico y una actitud vanguardista que lo llevó a innovar de manera permanente. Irreverente y visionario, desde su tesis de licenciatura evidenció las posibilidades de la reflexión centrada en el humor. En 1966, para obtener el título de arquitecto, proyectó un Monumento Nacional a la Independencia que, lejos de ser político, pretendía que los espectadores se despojaran de las limitantes que impone a la libertad el sistema económico, a través de experimentar nuevas posibilidades de percepción. Constituido por una estructura redonda de largos y altos muros ondulantes que se intersectaban formando pasillos concéntricos para permitir un flujo de entrada y salida, la pieza destaca como pionera de esa poética ahora tan valorada del estadunidense Richard Serra –La materia del tiempo, 1994-2005, Museo Guggenheim de Bilbao.
En el contexto de estas expansiones híbridas, que también han sido nombradas como urbanismo ambiental, resaltan algunas piezas que, a manera de puentes, integran y solucionan diferentes necesidades de tránsito peatonal. Construida en 1991 en San Pedro Garza García, Monterrey, Nuevo León, el Paseo de los Duendes es una pieza espectacular que une, con atractivos puentes elevados, los camellones que están en los costados de una glorieta. Diseñados sin interrupciones, estos puentes permiten que las personas caminen, patinen, corran o anden bicicleta sin el peligro de atravesar entre vehículos en movimiento.
Los emplazamientos monumentales con agua son otra de sus propuestas más interesantes. Numerosas y denominadas como fuentes, todas son espectaculares y diferentes. Trabajada con una estética brutalista que en 1970 generó numerosas críticas, la Fuente de la Hermana Agua, en Guadalajara, es una de las más famosas: constituida por bloques de concreto de distintos tamaños y formas cortantes e irregulares por las que escurre el agua generando distintas tonalidades en el soporte, la fuente o, más bien, el conjunto escultórico se impone entre el tráfico urbano como una ciudad en sí misma.
Ubicada entre edificios sencillos en Fuenlabrada, Madrid, la Fuente de las Escaleras destaca por el potente impacto visual que adquiere el agua al caer por las escaleras que configuran el cuerpo de los distintos y enormes prismas triangulares. Contrastante por la austeridad del entorno, el agua se convierte al final de su caída en una extraña y escueta cascada.
Creador de una abstracción geométrica que fusionó la rigidez con una sensualidad que es muy evidente en las formas ondulantes –tanto en emplazamientos urbanos como en las pequeñas esculturas denominadas Desconfines que realizó entre 2001 y 2002–, Gortázar fue también escritor de libros de arquitectura, defensor del arte urbano y la cultura ambiental, sembrador de cactus y otras plantas tan exóticas como la flor murciélago. Entre sus obras más lúdicas se encuentra la muy alta banca para ver desfiles que está ubicada en Reforma, esquina con Insurgentes, en la Ciudad de México.
Cultivador de sus pasiones, viajero y conversador muy seductor, el humanista contemporáneo, que nació un 19 de octubre de 1942 en la ciudad capital, creció en Guadalajara y partió el pasado 7 de octubre a consecuencia de un infarto cerebral, escribió en 1993: “Sólo aquello que propicie la felicidad es moralmente válido. Tenemos que concebir el trabajo, el arte, la arquitectura, la ciudad y el urbanismo como una promesa de felicidad”.