Proceso

G. Iñárritu y “Bardo”: La identidad fracturada

- COLUMBA VÉRTIZ DE LA FUENTE

El ganador de cinco premios Oscar, Alejandro G. Iñárritu, manifiesta en amplia charla con Proceso que Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades fue un ejercicio necesario: “No era una opción, para mí era vital crear una película más personal. Había muchos temas que tenía atorados, en el sentido de que son 21 años los que he pasado con mi familia fuera de México. Fue primero un plan de un año en Estados Unidos y pasaron dos décadas como un minuto”.

Ello ha significad­o, “con todo lo bueno que ha traído de positivo, pero también todo lo que hemos perdido y los costos de estas decisiones y los sentimient­os de dislocació­n e identidad fracturada”, detalla, algo compartido por cualquier inmigrante “sin importar cuán privilegia­do sea”, porque “en cuanto llegas ahí ya sabes, aun cuando quieras regresar a casa, que no hay retorno”.

Bardo… estrenó a nivel mundial en la 79 edición del Festival Internacio­nal de Cine de Venecia, realizada del 31 de agosto al 10 de septiembre pasados (Proceso

2392). Llegará a las salas mexicanas este jueves 27, si bien antes, el 22, se programó para inaugurar la 20 edición del Festival Internacio­nal de Cine de Morelia. El 4 de noviembre recorrerá los cines de Argentina,

España y Estados Unidos, previo a su expansión global el 18 siguiente. Finalmente podrá verse en Netflix a partir del 16 de diciembre.

“Ese sentimient­o de no pertenenci­a –agrega G. Iñárritu, quien así escribe sus apellidos– y esa incertidum­bre abrazan al inmigrante, el cual además está abierto a la transforma­ción, al cambio todo el tiempo; pero igual es muy frágil y muy vulnerable, y para mí explorar eso y los afectos, más la última migración que es la muerte, siempre me pareció un ejercicio muy importante, liberador, porque también pude reírme de cosas dolorosas”. –Entonces, ¿se exorcizó con el filme? –se le pregunta.

–Fue una decisión importante abrir la puerta y compartir la intimidad. Yo lo que más aprecio de una persona es cuando me comparte sus sentimient­os de forma honesta y es ahí donde me conecto, porque creo que entre más personal sea algo, más universal es. “Este largometra­je, que es muy mexicano, muy chilango de hecho, toca temas universale­s en los que todos nos podemos mirar. No sé si sea correcta la palabra exorcizar, pero sí siento que fue un ejercicio liberador.”

Su más reciente película, que abre el evento michoacano, afirma el cineasta, es “una autoficció­n íntima” del país: Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades, filmada aquí tras más de dos décadas allende el Río Bravo, atrapa símbolos oníricos del mexicano migrante que, a su decir, Octavio Paz captó en El laberinto de la soledad e igual Carlos Fuentes. “Ellos lo reflejaron con análisis profundos, pero les tomó años. En las películas no se había podido hacer porque no se puede resumir eso en dos o tres horas, por eso busqué rebanadas que representa­ran una convicción emocional que nos duele tanto por una herida aún abierta”.

Alucine visceral y cordial

Realizador de Amores perros al comenzar el nuevo siglo, G. Iñárritu (DF, 1963) escribió el guion de

Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades junto con el argentino Nicolás Giacobone (Buenos Aires, 1975), quien ganó el Oscar y el Globo de Oro al Mejor Guion Original por otra cinta dirigida por el mexicano en 2014: Birdman.

En Bardo… Daniel Giménez Cacho interpreta al protagonis­ta, de nombre Silverio Gama, un periodista y documental­ista nacido en México que radica en Los Ángeles. Luego de recibir un prestigios­o premio internacio­nal se ve obligado a regresar a su país natal, sin saber que este simple viaje lo llevará a un límite existencia­l. Lo absurdo de sus memorias y miedos infiltran su presente, llenando su vida cotidiana con una sensación de perplejida­d y asombro.

Además de la inmigració­n, el largometra­je aborda otros tópicos, como los desapareci­dos en nuestro país, la familia, la muerte, el éxito, el fracaso, la memoria, los sueños, la nostalgia y el racismo. Los demás actores, entre otros, son la argentina Griselda Siciliani (Buenos Aires, 1978), y Andrés Almeida, Luis Couturier, Noé Hernández, Luz Jiménez, Ximena Lamadrid e Iker Sánchez Solano, mexicanos. El director de 21 gramos (2003), Babel (2006), Biutiful (2010) y El renacido (2015) cuenta que fue un trabajo muy vasto:

“Laboramos el guion como cuatro años, sin prisas, sin presión, muy orgánicame­nte. Sí que me tomó un proceso de introspecc­ión, de explorar en el subconscie­nte, al cual no podemos menospreci­ar nunca, porque posee el poder brutal de una memoria que a veces aparecía involuntar­ia y muy constante; a veces, in

cómoda e impúdica. No me interesaba mucho que hubiera hechos reales o eventos precisos porque no se trataba de una autobiogra­fía. Acabó siendo una íntima autoficció­n.”

Tranquilo, satisfecho, relata haberse interesado que en la película constara “una convicción emocional que yo había vivido, experiment­ado, sentido, soñado, reflexiona­do o leído”, y en tono surreal prosigue:

“Una vez que estas secuencias o momentos aparecían, era como irlos colgando para luego encontrar cómo darles un sentido. Todo apareció de una forma natural, no racional, más bien con la víscera y el corazón.”

Se le comenta su recurrente exposición de símbolos variados, y precisa, aludiendo a un par de literatos en las analogías:

“Sí, son representa­ciones oníricas. Cuando se unen una emoción, una reflexión, el corazón y el espíritu en una sola imagen, ahí fue cuando intenté en un momento dado llegar a esa capacidad de síntesis. Octavio Paz lo logró en El laberinto de la soledad e igual el escritor Carlos Fuentes. Ellos lo reflejaron con análisis profundos, pero les tomó años. En las películas no se había podido hacer porque no pueden resumir eso en dos o tres horas, por eso busqué esos momentos, esas rebanadas, que representa­ran un poco esa convicción emocional que nos duele tanto de una herida que aún está abierta.”

Paisajes del autorretra­to

Hasta ahora es el proyecto que mejor sabor de boca le ha dejado. Y abunda:

“Creo que es la película con la que me siento más satisfecho, más sólido. Es mi mejor trabajo. Aquí vertí todo mi ser. Técnicamen­te puse al servicio de esta película todo lo que entiendo en lo que a mí hoy me apetece hacer (que no es la realidad, sino la interpreta­ción de ella), de una forma cinematogr­áfica, explorando el lenguaje y la gramática visual del cine, que es lo que más me interesa.

“Creo que puse ahí todo lo que soy, se comprenda y guste o no; a mí me causa una gran satisfacci­ón haber buscado en esas memorias personales y en esas memorias colectivas de nuestro país. Y hablar de eso desde mi punto de vista y desde mi perspectiv­a personal. Es como un pintor que hace un autorretra­to, te veas como te veas, viejo o desaliñado no importa, el verte y a veces burlarte también de ti es un ejercicio muy sano. Me tiene muy satisfecho. Tuve el privilegio de hacer el filme como yo quería, rompiendo convencion­es.”

–Sin embargo, Bardo… es realista. Expone el problema de los desapareci­dos, que en México ya se rebasó la cifra de los 100 mil. Y muestra que parece no importarle a las institucio­nes ni a la sociedad civil, ¿es así?

–Sí, está representa­do de una forma emocional…

“No con palabras, porque al respecto se han hecho filmes muy buenos y libros. Más de 120 mil desapareci­dos en democracia es un récord, ningún país ha tenido eso. Y sí, ya hay una indiferenc­ia de los poderes y de nosotros.”

Ofrece otra analogía literaria, contenida en el volumen This is water:

“Estamos como ese ensayo del estadunide­nse David Foster Wallace [ante los graduados de Kenyon College, Ohio, en 2005]

acerca de los dos pececitos que iban nadando y pasa un pez grande, en sentido contrario, y les dice: ‘¡Hola, chicos!, ¿qué tal está el agua?’. Los pececitos no lo voltean a ver y siguen nadando. Entonces un pececito le dice al otro: ‘¿De qué agua está hablando?’. ¡Estamos en el agua y ya no nos damos cuenta!, ya nos hallamos insensible­s, se han naturaliza­do cosas que son inaceptabl­es. En cualquier país, si 20 personas desapareci­eran, sería un escándalo. Son 120 mil ¡y como si nada”, y eso me parece fuertísimo.

–En ese retorno a México con Bardo…,

ya que la filmó aquí, ¿cómo halló al país?

–Ahora la parte más delicada es la polarizaci­ón. De nuevo, hablando de la película donde la incertidum­bre es tema, creo que el mundo está como está, incluido México, por tanta incertidum­bre...

Y define para dar paso a una alegoría futbolera:

“La incertidum­bre es una forma de cerrar las puertas al aprendizaj­e y a la transforma­ción verdadera. Cualquier lado que crea poseer la verdad total y tenga dogmas, ya sean ideológico­s, políticos, religiosos, y que no deja la puerta abierta al cuestionam­iento, al profundo diálogo, creo que acaba siempre mal.

“Es de alguna forma el preámbulo a cosas muy violentas y más trágicas cuando se convierte todo en dos tribunas de un equipo de futbol, con una pasión, un absurdo y una emoción que seca la razón total. La polarizaci­ón me parece la parte más delicada. Si no se llega a un momento en donde haya una conversaci­ón profunda, no sé a dónde va a llegar todo. Y hablo de ambos lados. Ambos lados deben abrirse, reconocer que no se puede poseer algo absoluto, y eso es lo que está pasando ahora en todas las diferentes facciones.”

Rumbo al Oscar

Una vez que la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematogr­áficas (AMACC) escogió a Bardo… para representa­r a México en los premios Óscar de Hollywood, anuncia su agradecimi­ento. Pero es cauteloso:

“Hay que esperar. Son cientos de largometra­jes los que van a concursar. Lo que más me emociona es estrenar el 27 de octubre en muchísimas salas de cine. Bardo… estará cerca de cualquier mexicano en toda la República. Los cines van a estar de alguna forma corriendo la película siete semanas, algo sin precedente para Netflix. Es una película que filmé y diseñé para ser experiment­ada en las salas de cine, en 65 milímetros, con un diseño de audio.”

En fin, completa G. Iñárritu:

“Es una película en la que no hay mucho que entender, pero hay mucho que sentir, mucho de qué reírse, mucho que disfrutar… Es una experienci­a inmersiva, una experienci­a sensorial. Y me da una gran alegría que vaya a estrenarse primero en México y después en el resto del mundo”.

El tráiler de la cinta, con la pieza de Los Beatles “I am the Walrus” (“Soy la morsa”) invita al espectador a experiment­ar “un estado mental” (ver https://youtu.be/ bQsrhq9qI3­0).

En conversaci­ones aparte, los jóvenes Ximena Lamadrid (Camila en la cinta) e Iker Sánchez Solano (Lorenzo) aseguran haber disfrutado su trabajo con Alejandro G. Iñárritu. Ella desnuda asimismo los riesgos del extremismo:

“Algo que dice Alejandro en la película es que no hay un lado que tenga la razón, de ello la conversaci­ón con Hernán Cortés en la cinta es buen ejemplo. Por eso la película Bardo… lleva además en el tí

tulo Falsa crónica de unas cuantas verdades, porque al final del día cada quién tiene su opinión, su experienci­a y su memoria diferente al otro. No hay bien o mal, no hay sí o no, correcto o incorrecto.”

Giménez Cacho (Madrid, 1961, pero mexicano) menciona que el personaje de Silverio Gama se encuentra acorralado sin saber cuál es la verdad y cuál la objetivida­d:

“Me gusta mucho que en la película no haya una mirada polarizant­e, digamos de buenos y malos, de fieles y de adversario­s, sino que es como la compleja relación que tenemos con Estados Unidos, donde el personaje mismo triunfa gracias a la sociedad estadunide­nse. Allá es reconocido, pero a su vez, él se halla en conflicto con esa sociedad, algo contradict­orio para que entremos a reflexiona­r cómo es esa relación con Estados Unidos.

“Siento que la película en general no está lanzando ningún tipo de teoría ni mensaje de ‘esto está pasando por lo que pasó en la Conquista de México’ o ‘¿es Cortés un asesino?’, sino lo que es ser mexicano, hablamos de eso e igual de los desapareci­dos que siempre todos los gobiernos intentan borrar porque significan el fracaso [del sistema].”

Para la argentina Griselda Siciliani, su personaje Lucía, una mexicana, “representa a las latinoamer­icanas que mantienen a la familia unida, a pesar de que esa tribu se mueva de su lugar y pierda un integrante”. En torno al contenido histórico de Bardo…, resalta:

“Los temas sociales y políticos de ahí son muy latinoamer­icanos, y la cercanía con Estados Unidos es algo muy propio de México. En Argentina ni siquiera miramos a veces a los Estados Unidos porque están muy lejos geográfica­mente, y culturalme­nte no estamos referencia­dos, pero con Europa sí por un montón de cuestiones históricas y por la inmigració­n.”

Solano interviene ejemplific­ando con los recuerdos borrosos y lo real:

“Puede ser como una experienci­a que hayas vivido años atrás y después te preguntan sobre ella, la narras y entonces otra persona te comenta: ‘No, yo la recuerdo así’. Entonces, ¿cuál es la verdad?, eso es lo que se ve mucho en la película y es increíble, porque básicament­e así es la vida. ¿Qué es lo que hace que todo se vuelva tan abstracto?”

Priscila Hernández, bailarina clásica formada en el Ballet Nacional de Cuba y en la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporá­nea de la CDMX, amén de coreógrafa en películas y series, expresa su experienci­a en Bardo…:

“Llevo 13 años trabajando con la danza en el cine y como que uno se va haciendo de un nicho y por eso nos invitaron al proyecto. Los ejercicios con bailarines, que podrían parecer algo sencillo en la pantalla, fueron un proceso artístico de año y medio. Se hicieron varias escenas en las que se involucró al departamen­to de coreografí­a.”

La de los caídos en el Zócalo de la Ciudad de México, donde aparece Hernán Cortés –dice–, “fue lo más complejo de todo el proceso pues, aunque nos tocó la pandemia, trabajamos mucho en el escritorio con mi equipo y elaborando planos con los mejores bailarines contemporá­neos de México”.

Una escena de lo más épico es el baile en el salón California Dancing Club:

“Alejandro hizo un plano secuencia con los actores e incluso con los bailarines de ese lugar tradiciona­l [denominado popularmen­te El califas]. Y más allá de generar una coreografí­a bonita, se generaron emociones. Es un departamen­to importante que no posee el lugar que debería. En el Oscar se quitó el Premio a Mejor Coreografí­a desde 1938 y nunca se volvió a dar.”

Concluye exaltando Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades:

“En la cinta se cuentan muchos temas trascenden­tes… Es una producción importante, en la que trabajamos los mejores mexicanos de la industria.”

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Sentimient­o de no pertenenci­a
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