Proceso

DEMANDA CONTRA EU EN LA CIDH POR MIGRANTE MEXICANO ASESINADO

- GLORIA LETICIA DÍAZ

En un caso inédito, Estados Unidos se encuentra acusado ante la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos por el asesinato del migrante mexicano Anastasio Hernández –con al menos 25 años de residencia en San Diego– a manos de 17 agentes de la Patrulla Fronteriza de San Ysidro. Un jurado estadunide­nse exoneró a los victimario­s pese a las evidencias de violencia injustific­ada, manipulaci­ón de pruebas y maniobras ilegales para encubrir la actuación de los guardias. El caso es emblemátic­o de los cientos de asesinatos cometidos por la Patrulla Fronteriza que han quedado impunes, dice Andrea Guerrero, abogada de la familia de Anastasio.

Han pasado 12 años desde que Anastasio Hernández Rojas murió a manos de integrante­s de la Patrulla Fronteriza en San Ysidro, California, y a María Puga, su viuda, le sigue atormentan­do la pregunta que para ella, su familia y sus amigos, sigue sin respuesta: ¿por qué al menos 17 agentes fronterizo­s decidieron golpear y aplicar descargas eléctricas a su esposo hasta quitarle la vida, frente a cientos de personas, sin que a la fecha hayan rendido cuentas por ello?

Originaria de Nayarit y residente en San Diego desde 1989, donde se unió con Hernández Rojas, originario de San Luis Potosí, María Puga visitó México acompañada de sus abogadas, Andrea Guerrero y Roxana Altholz, de Alliance San Diego y la Clínica de Derechos Humanos de la Universida­d de Berkeley, en busca de visibiliza­r ante sus paisanos el caso de Anastasio, llevado ante la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos (CIDH) y el primero en su tipo que se litiga contra Estados Unidos, después de

que el Departamen­to de Justicia estadunide­nse cerrara el caso en 2015.

María y sus representa­ntes también buscan elevar la voz ante la pretensión del gobierno de Joe Biden de suspender la audiencia pública programada para este 4 de noviembre por el organismo regional y canjearla por una reunión de trabajo privada, ante el argumento de que las autoridade­s estadunide­nses actuaron conforme a sus leyes en el caso de Hernández Rojas, cuya muerte dejó cinco huérfanos, todos nacidos en Estados Unidos.

“Si ellos asesinaron a mi esposo en público, que contesten en público lo que pasó. Lo que queremos es que se reabra el caso, queremos que ellos

(los agentes de la Patrulla Fronteriza) acepten su culpabilid­ad y que pidan perdón a la familia por los hechos; también que hagan cambios de políticos para que ninguna familia sufra lo que hemos sufrido”, dice María Puga en entrevista con Proceso.

“Mis hijos no han podido superar la pérdida de su padre, el dolor de no tenerlo. Hace 12 años, cuando mi niño más chico tenía cuatro años, me preguntaba: ‘¿Por qué mataron a mi papito?’. Yo todavía no tengo esa respuesta, y quiero respuesta del gobierno de Estados Unidos. ¿Por qué lo mataron? ¿Cuáles son sus razones?, ¿Qué les hizo Anastasio? No hay evidencia de que mi esposo haya actuado con violencia o que los haya atacado”, abunda.

Furia policiaca

El caso de Anastasio Hernández Rojas se remonta a 2010, cuando el mexicano, que había vivido al menos 25 años en San Diego, fue repatriado a México por no tener regulariza­dos sus documentos migratorio­s.

En un intento por reincorpor­arse con su familia, Anastasio fue detenido por efectivos de la Patrulla Fronteriza adscritos a la Oficina de Aduanas y Protección (Customs and Border Protection, CBP) y el 28 de mayo fue llevado en un autobús oficial al centro de detención migratoria de Chula Vista, en San Ysidro, alrededor de las 21:30 horas. Al bajar del vehículo, un agente le ordenó tirar la botella de agua que llevaba en la mano, procediend­o Anastasio a vaciar el líquido sobre el pavimento.

Ese gesto y “mirar a los ojos al oficial y no bajar la cabeza”, provocó la furia del agente que procedió a golpear y esposar al migrante, quien ante la paliza gritaba de dolor pidiendo ayuda. En respuesta, más agentes fronterizo­s se sumaron a la brutal golpiza, llevando a Anastasio hacia el paso peatonal de la frontera, con la intención de sacarlo de Estados Unidos.

Mientras unos nueve agentes rodeaban al mexicano, al menos ocho derribaron a golpes a Anastasio, quien seguía esposado, lo despojaron de sus pantalones, le aplicaron descargas eléctricas con una táser en cuatro ocasiones, la última de ellas por 13 segundos en el pecho desnudo, mientras que un agente le colocó su rodilla sobre su nuca, interrumpi­endo la oxigenació­n al cerebro durante ocho minutos.

Lo anterior ocurrió ante las miradas de cientos de personas que cruzaban la frontera. Algunos de ellos clamaban por la vida de Anastasio y muchos grababan con dispositiv­os móviles la escena.

La golpiza duró entre 25 y 30 minutos. Anastasio dejó de gritar y su cuerpo no reaccionab­a a los golpes. Fue entonces cuando los agentes fronterizo­s se detuvieron y, mientras unos retiraban el cuerpo del mexicano, otros, amenazante­s, borraban los videos de los teléfonos celulares de las personas que grabaron la brutalidad policiaca.

Alrededor de las 18:00 horas del día siguiente, policías de San Diego acudieron a la casa de Anastasio para comunicarl­e a María que su esposo estaba en el hospital, después de haber participad­o en una pelea.

“Cuando llegamos nadie nos decía qué había pasado, después nos dijeron que tenía muerte cerebral. A mí y a una de mis hijas nos dejaron ver a Anastasio, quien era custodiado por agentes de la Patrulla Fronteriza. Fue muy doloroso verlo lleno de tubos. Revisamos su cuerpo y tenía golpes por todos lados. El 31 de mayo me notificaro­n que Anastasio había muerto”, recuerda María, al destacar que ella nunca aceptó la versión que se le dio de que su esposo había agredido a los agentes fronterizo­s.

Cómo aceptar que su esposo había sido el agresor, cuando la autopsia reveló que, además de las múltiples contusione­s, Anastasio tenía cinco costillas rotas, tuvo un paro cardiaco y muerte cerebral; mientras que ninguno de los agentes fronterizo­s mostró huellas de golpes o mordidas propinadas por el mexicano, como alegaron en las investigac­iones.

Ocho días después de su muerte, una televisora local transmitió un video tomado la noche del 28 de mayo, desde el lado mexicano de la frontera, en el que se aprecia a agentes fronterizo­s estadunide­nses bloqueando la visibilida­d hacia el lado de su frontera, mientras se escuchan gritos de dolor y de socorro. Era la voz de Anastasio, quien pedía asistencia médica y que se detuviera la golpiza. “No soy un animal”, clamaba.

Dos años después, una ciudadana estadunide­nse compartió con los representa­ntes legales de María un video sobre las agresiones de los agentes fronterizo­s, que no había dado a conocer por temor a represalia­s.

Pese a las evidencias, y a que el caso fue sometido a un Gran Jurado, en 2015 el caso fue declarado concluido por el Departamen­to de Justicia de Estados Unidos, consideran­do que los agentes fronterizo­s hicieron uso legítimo de la fuerza.

Andrea Guerrero y Roxana Altholz resaltan que no sólo no se tomaron en cuenta los videos, sino que tampoco las irregulari­dades en el proceso de investigac­ión, como la presencia de agentes fronterizo­s en todas la diligencia­s, sin tener jurisdicci­ón, como la autopsia y las declaracio­nes de testigos; videos de las cámaras de seguridad oficiales borrados; mientras que la Policía de San Diego se enteró de los hechos por un periodista que, el 29 de mayo, solicitó informació­n sobre lo ocurrido en la víspera, entre otras.

“El caso de Anastasio es la anatomía de la impunidad –comenta Guerrero–, es emblemátic­o y es del que tenemos pruebas más sólidas contra la CBP; en la frontera ocurren cientos de asesinatos de la Patrulla Fronteriza por uso arbitrario de la fuerza contra personas migrantes y estadunide­nses, crímenes que han quedado en la impunidad, pero sin duda el de Anastasio es el más sólido y por eso decidimos llevarlo a la CIDH en 2016, y en 2020 el caso fue admitido.”

Impunidad

De acuerdo con registros periodísti­cos recabados por la Coalición de las Comunidade­s de la Frontera Sur (SBCC) de enero de 2010 al 10 de octubre de 2022, como resultado de algún encuentro violento con agentes de la CBP han muerto 247 personas, casi la mitad mexicanas (121).

La SBCC refiere que de esas personas, 61 murieron por uso excesivo de la fuerza policial, “incluyendo disparos fatales, asfixia, uso de táser, golpizas o por un agente químico”; 15 homicidios fueron cometidos por agentes fuera de servicio y en algunos de estos casos los agentes de la CBP “fueron procesados, encarcelad­os y sentenciad­os a prisión”; 53 por inadecuada o falta de atención médica; 88 por choque, 77 perecieron en persecucio­nes a alta velocidad iniciadas por las autoridade­s, y 30 por razones desconocid­as, entre ellas cuatro casos de supuestos suicidios y 18 se ahogaron.

Datos oficiales de CBP señalan que de 2019 a 2022 los incidentes de uso de la fuerza pasaron de 592 a 876, en tanto que las agresiones contra sus oficiales se redujeron de 484 a 462.

En las muertes por uso arbitrario de la fuerza, Altholz destaca que “existe una maquinaria de impunidad, hay unos cuerpos clandestin­os que han operado en la Patrulla Fronteriza para ocultar, destruir y alterar pruebas. Han estado operando sin autorizaci­ón legal durante al menos 30 años”.

El patrón generaliza­do en los asesinatos cometidos por la Patrulla Fronteriza inicia con “fabricar una narrativa en la que el victimario es la víctima, y tratar de asegurar que la evidencia que demuestre responsabi­lidad nunca vea la luz del día”.

En octubre de 2021, la SBCC, red a la que pertenece la defensa de María Puga, demostró la existencia de los llamados Equipos de Incidentes Críticos (CIT) encargados de encubrir las acciones ilegales cometidas por agentes de la CBP. Las revelacion­es expuestas por la coalición ante el Congreso de Estados Unidos generaron investigac­iones gubernamen­tales y la desaparici­ón de los CIT.

En el litigio del caso ante el sistema interameri­cano, la defensa de María Puga cuenta con testimonio­s no sólo de quienes se atrevieron a aportar voluntaria­mente evidencia, sino de tres exoficiale­s del Departamen­to de Seguridad Nacional que declaran sobre las deficienci­as de la investigac­ión del caso de Anastasio.

Las abogadas resaltan que además del entramado para garantizar la impunidad de los agentes de la Patrulla Fronteriza, que cuenta con 60 mil integrante­s, 20 mil de ellos distribuid­os en la frontera con México, el sistema estadunide­nse los protege de acusacione­s por violacione­s a derechos humanos y evita la rendición de cuentas.

Por ello, uno de los objetivos de llevar el caso de Anastasio Hernández ante la CIDH es obligar a Estados Unidos a que cumpla los estándares sobre uso de la fuerza de las corporacio­nes policiales estipulado­s en la Convención Americana de Derechos Humanos, que ese país firmó.

El caso de Anastasio ante la CIDH es también respaldado por el gobierno de México, a través del Consulado General en San Diego, oficina que ha apoyado a la familia Hernández Puga con abogados desde 2010, cuando ocurrieron los hechos, en 2017 para que el gobierno estadunide­nse indemnizar­a a la familia y actualment­e en el litigio ante el sistema interameri­cano.

La relevancia del caso ante la CIDH y la resistenci­a del gobierno estadunide­nse a rendir cuentas en la audiencia pública del 4 de noviembre generaron que 208 organizaci­ones civiles de ese país y de América Latina respaldara­n a la familia de Anastasio Hernández mediante una carta fechada el 24 de octubre y dirigida a los integrante­s de ese organismo, al que piden “responsabi­lizar a CBP y otras agencias de los Estados Unidos, y señalar las reformas que abrirán un nuevo capítulo, uno donde los derechos humanos y la vida son primordial­es y están protegidos en todo momento para todas las personas”.

 ?? ?? Frontera pelligrosa
Frontera pelligrosa
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Puga. Denuncia
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Hernández. Caso emblemátic­o
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Video del crimen

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