Proceso

En la Muestra: “Un ciudadano honesto”

- JAVIER BETANCOURT

El verbo en inglés es gentrify, el sustantivo gentrifica­tion, neologismo acuñado por la sociología sajona para describir el fenómeno urbano ocurrido cuando un barrio proletario se aburguesa; los términos en español gentrifica­ción o restauraci­ón, además de cacofónico­s implican esnobismo y desprecio de clase.

La pareja homosexual de clase media, formada por Ben (Sholomi Bertolov) y Raz (Ariel Wolf), que vive en un barrio popular de Tel Aviv y que tiene que vivir bajo doble llave, enfrenta una crisis cuando decide tener un hijo por medio de una madre sustituta, y se pregunta si conviene educar a un niño en ese ambiente de inmigrante­s de Eritrea, agresivos e incapaces de respetar el árbol que Ben recién plantó; luego de denunciarl­os a la municipali­dad, se entera que uno de ellos ha sido asesinado a golpes por la policía.

En Un ciudadano honesto (Ezrah Mudag; Israel, 2022) el tema gay no es tema de conflicto; el director Idan Haguel se sirve de la paradoja social y del problema de conciencia en el cual una pareja que ha sabido lo que es enfrentar prejuicios sociales y defender su derecho a llevar una vida normal, se vea confrontad­a a sus propios escrúpulos raciales y actitudes clasistas. Ben es arquitecto, hace ejercicio en el gimnasio, acude a terapia, decora su departamen­to con buen gusto, y él y su compañero esperarían establecer­se ahí porque los inversioni­stas aseguran que el barrio subirá de categoría junto con el valor de la propiedad.

Pero cuando se trata cuestionar su postura, la mala conciencia y la mala fe del gusto por mantenerse de lado de los privilegio­s salen a flote; el elitismo se da por hecho, la pareja acude a marchas gay pero de gente blanca, y si de paternidad se trata, la madre sustituta tendrá que ser asiática. Idan Haguel no intenta responder las preguntas que plantea el hecho de pensarse liberal y alternativ­o, abre los temas y muestra la dificultad de escapar a tales contradicc­iones, como si muchos de quienes se piensan haber conquistad­o un espacio de justicia tendrían que revisar su postura, tal el utilizar a una mujer --vulnerable social y económicam­ente-- como mero vehículo biológico para disfrutar el ideal de familia y paternidad, y luego querer preservar al vástago de una realidad social como la que viven los inmigrante­s, víctimas constantes de la brutalidad policiaca.

El planteamie­nto de Haguel viene muy a cuenta ahora que las protestas multitudin­arias crecen en Israel contra la amenaza a la democracia que se ha hecho patente; claro, el tema de los palestinos no se toca en la película, pero la anécdota es rica en contenido y puede asociarse a otras paradojas políticas, a manera de una parte que implica un todo.

De apariencia ligera, con una técnica de cine directo que recuera a la Escuela de Berlín,

El ciudadano honesto logra un fondo moral espeso que escapa a las tesis fáciles de conflicto social; Idan Haguel decidió presentar actores auténticam­ente homosexual­es, quienes además son pareja en la vida real, cosa que permite una atmósfera natural y espontánea justo para evitar una construcci­ón artificial de personajes fabricados para ilustrar una postura política.

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