México: una permanente crisis política
AMLO y los morenistas tienen la idea de que la historia de México es cíclica. (En esto también copiaron a los priistas.) Que periódicamente se dan movimientos renovadores y libertarios. Que antes de ellos se habían llevado a cabo tres grandes transformaciones. Consideran ser los iniciadores y realizadores de la cuarta. Hablan por hablar. No hay tal. No ha habido tres transformaciones; la de ellos tampoco es una más.
Cuando menos durante el siglo XIX y hasta 1930, en el ámbito político, hubo de todo y sin reposo. Así lo refiere la historia y lo reconocen connotados intelectuales. Dos grandes pensadores políticos del siglo XIX vieron a México en un estado permanente de crisis política. Así lo calificó don Lucas Alamán, en los primeros años de nuestra Independencia; y así lo confirmó don Emilio Rabasa, cien años después de iniciado el movimiento de Independencia:
“La historia de México desde 1822, pudiera llamarse con propiedad la historia de las revoluciones de Santa Anna. Ya promoviéndolas por sí mismo, ya tomando parte en ellas excitado por otros; ora trabajando para el engrandecimiento ajeno, ora para el propio proclamando hoy unos principios y favoreciendo mañana los opuestos; elevando a un partido para oprimirlo y anonadarlo, después levantar al contrario, teniéndolos siempre como en balanza”. Arturo Arnáiz y Freg, Lucas Alamán, Semblanzas e ideario, UNAM, México, 1963, pag. 140.
Don Emilio Rabasa sostenía parecido punto de vista. Él inicia su obra La Constitución y la dictadura diciendo: “En los veinticinco años que corren de 1822 adelante, la Nación mexicana tuvo siete Congresos Constituyentes que produjeron como obra, una Acta Constitutiva, tres Constituciones y una Acta de Reformas, y como consecuencia, dos golpes de Estado, varios cuartelazos en nombre de la soberanía popular, muchos planes revolucionarios, multitud de asonadas é infinidad de protestas, peticiones, manifiestos, declaraciones y de cuanto el ingenio descontentadizo ha podido inventar para mover al desorden y encender los ánimos”. (México, 1912, Tip. De Revista de Revistas, p. 9).
En ese contexto, lo que la historia dice es que, de manera permanente, cada vez que existía una gran concentración de poder y de riqueza en un reducido número de personas, cuando se cerraban a terceros interesados las posibilidades de participar en su ejercicio y de gozar de los beneficios que el Poder implica, los preteridos procuraron, mediante la violencia, desplazar a los gobernantes o hacerse un lugar dentro del sistema. Se trata de algo muy simple: desplazamientos permanentes de elites gobernantes.
El movimiento de independencia se inició para evitar ser gobernados por un miembro de la familia Bonaparte; los criollos, que estaban excluidos del poder, lo aprovecharon para participar en su ejercicio y excluir a los peninsulares. Recurrieron a Agustín de Iturbide para someter a los insurgentes. Éste los traicionó y asumió la titularidad del poder.
Una vez que se consumó la Independencia, los insurgentes excluidos del poder desplazaron a Iturbide e instauraron una república federada y democrática. En 1835, los excluidos, entre ellos Antonio López de Santa Anna y los conservadores, promovieron otra revuelta; al triunfar establecieron una república centralista. Dividir el territorio nacional en departamentos permitió a los triunfadores una mayor concentración de poder. “El gobierno interior de los departamentos estará a cargo de los gobernadores, con sujeción al gobierno general”, disponía el artículo 4º de la sexta Ley de la llamada Constitución de 1836. Los conservadores y la Constitución no dieron paz y orden a la sociedad.
Sin que cesara la violencia y la inseguridad, con el pretexto de poner fin a los excesos de Antonio López de Santa Anna, se inició la revolución de Ayutla; sus promotores, a la vez que procuraban el desplazamiento del dictador, propugnaron por la libertad del comercio y por eliminar las aduanas interiores. En ese sentido fueron revolucionarios.
El patricio únicamente tenía ambición de poder. Siguió en el cargo a pesar de que había concluido el lapso para el que había sido electo. El 7 de septiembre de 1861, 51 diputados al Congreso de la Unión le exigieron separarse del cargo. Ese mismo patricio, en 1867, trató de reformar la Constitución de 1857, al margen del procedimiento que ella misma establecía. Juárez nació para ejercer el poder; lo detentó mientras vivió.
No se puede afirmar que las crisis políticas son cíclicas. No hay tal. Fueron permanentes, cuando menos hasta el porfiriato. Se presentaron de manera recurrente.
Porfirio Díaz, a pesar de estar viejo y sordo, pretendió eternizarse en el poder; de su contumacia derivó, primero, la rebelión de Francisco I. Madero, pues no puede llamarse revolución a una empresa bélica que estuvo encaminada a desplazar a Díaz del poder sin haber de por medio un programa de reformas sociales o económicas de fondo. No lo fue su lema sufragio efectivo y no reelección. El movimiento encabezado por Venustiano Carranza, de alguna manera, fue revolucionario; sus seguidores, sobre la marcha, plantearon una reforma agraria y el reconocimiento de derechos a favor de los trabajadores.
Quienes ambicionan el poder no dicen cruda y llanamente: quiero ejercer el poder o participar en su ejercicio para gozar de los beneficios que derivan de su titularidad. No, disfrazan sus ambiciones privadas, para ello recurren a una ideología. Es ésta la que justifica la violencia que se ejerce para alcanzarlo y la que practican para no perderlo.
AMLO es poco original cuando pretende que sea la ciudadanía la que elija a los ministros de la Corte, magistrados y jueces o la realización de obras públicas faraónicas. Las consultas a mano alzada o mediante procesos electorales amañados son actos de demagogia para consolidar en el poder en sus manos y en las de sus cómplices. La supuesta anuencia que deriva de consultas a la ciudadanía viciadas o a mano alzada, atenta contra los principios democrático y representativo.
Lo que en 2018 planteó AMLO, lo que ha hecho durante el tiempo que lleva en la Presidencia y lo que promete hacer es simple: consolidarse en el Poder y evitar ser desplazado por la vía del voto. A través de dádivas se ha ganado la voluntad de las clases bajas de México. Su ambición y su egolatría son ilimitadas. En esto más se parece a Santa Anna y a Díaz, que a Juárez y Madero.
Juárez no fue un revolucionario ni un transformador. Lo fueron las circunstancias, el grupo de liberales que lo rodeaban y los militares; ellos lo obligaron a expedir lo que se conoce como Leyes de Reforma.