¿QUÉ NOS DEJÓ EL SEGUNDO DEBATE PRESIDENCIAL?
Estos dos primeros debates, bajo un nuevo y más dinámico esquema, sin duda, pasarán a la historia y se convertirán en referentes. México es una democracia relativamente joven, apenas hace casi dos décadas llegó la alternancia a nuestro país. Por fin los votos cuentan y se cuentan; los ciudadanos confirmamos que la democracia va más allá de acudir a las urnas, es una combinación de principios, instituciones y mecanismos que maximizan la participación ciudadana en la toma de decisiones; hace un par de décadas era impensable que pudiéramos ejercer nuestro derecho a ser escuchados a través de referendos, las consultas públicas, y a gozar de la transparencia, el acceso a la información y a la libre expresión.
Sin embargo, un elemento fundamental de la democracia consiste en conocer las propuestas de los candidatos para tomar la mejor decisión; los debates bien podrían sustituir los miles de millones de pesos gastados en propaganda con ese objetivo, porque cumplen con la función de llegar a los ciudadanos e informarlos sobre cuáles son las prioridades en la agenda nacional y cómo hacer los cambios que la nación necesita.
Los debates presidenciales son una herramienta clave que permite el contraste de ideas (siempre y cuando los candidatos estén dispuestos a que eso ocurra); en América Latina a mediados de la década de los años ochenta y principios de los noventa se tuvieron las primeras experiencias entre candidatos presidenciales, en México ocurrió en 1994, sin embargo, uno de los problemas era el formato “acartonado” pues no permitía una interacción real y sólo daban paso a una especie de discursos tipo
spot bien armados y una que otra descalificación. Pese a ello, nadie olvida el extraordinario papel de Diego Fernández de Cevallos como candidato del PAN en ese debate.