¿DEBEN TRANSFORMARSE LOS PARTIDOS POLÍTICOS TRAS LOS RESULTADOS ELECTORALES?
Los resultados de la pasada elección hablan de una sola cosa: el descontento de la ciudadanía con el sistema político, pero lo contradictorio es que la solución por la que optaron fue la de concentrar el poder en un partido hegemónico, es decir, que tendrá en buena medida el control del Ejecutivo federal y del Congreso, un esquema similar al que se buscó desterrar desde la gradual transición democrática que vivió México desde 1989. Es claro también que hay “un divorcio” entre los representantes y los representados, que se profundizó por los escandalosos casos de corrupción expuestos en los medios de comunicación que generan la percepción de que quienes toman las decisiones en el país no defienden los intereses del electorado, sino de grupos de poder.
La contundencia de la victoria de Morena ha cimbrado a todos los partidos políticos pues disminuyó su presencia en el Congreso, lo que genera dos preocupaciones en el sistema democrático: la posibilidad de reformar leyes a capricho del Presidente de la República y un poder legislativo donde la oposición está disminuida quedando casi anulada la posibilidad de que sea contrapeso eficaz.
La ineficiencia y corrupción del gobierno de Peña Nieto destruyeron al PRI, un partido que pasó del cielo al infierno en menos de dos sexenios, pues pasó en 2012 de hacerse de la presidencia con el 38.20% de los votos, alcanzando 212 diputados; para casi 6 años después sufrir la más estrepitosa derrota el primero de julio que le dejó apenas el 16.40% de los votos y se proyecta a contar con 47 curules, algo similar a las 55 que tendrá el Partido Encuentro Social.
Los bastiones electorales del PRI, como Atlacomulco, cuna del actual Presidente de la República, dejaron de serlo tras 89 años ininterrumpidos, pues arrasó Morena, lo que significa dos cosas: hubo un voto de castigo masivo y de forma simultánea se abrió la puerta al pragmatismo entre los líderes nacionales y regionales del tricolor que usaron la “maquinaria” priista a favor del candidato morenista. Por lo tanto, no es descabellado afirmar que el dinosaurio cambió solamente el color de su playera.
Como saldo de esta elección también está la pérdida del registro de dos partidos: Nueva Alianza y Encuentro Social; el primero de ellos nacido en 2004 del sindicalismo magisterial con el objetivo de perpetuar la representación política de Elba Esther Gordillo. Sin embargo, nunca pudo consolidarse como un partido con fuerza en el Congreso, alcanzando apenas 10 diputados y 1 senador con aportaciones marginales a la vida social y política de México pero con habilidad para construir coaliciones electorales a nivel nacional y estatal que ahora les dejaron de funcionar. En 2018, apenas alcanzó 0.9% en la elección presidencial, 2 senadores y 2 diputados.
Por su parte, Encuentro Social es un partido surgido en el norte del país con presencia en Baja California que en 2014 alcanzó su registro como partido nacional; en las elecciones federales de 2015, obtuvo 8 diputados plurinominales. Su alianza con Morena en 2018, aunque apenas le permitió conseguir el 2.7% en la elección presidencial, sí le dará 55 diputados y 8 senadores, perderán el registro pero serán posiblemente legisladores que, sin que así lo quisiera expresamente el electorado, terminarán alineados con Morena por 3 o 6 años.
En Acción Nacional el panorama no nos desalienta, pese a haber tenido un proceso electoral adverso. Primero, porque estamos claros que fuimos presas de aquello por lo que siempre hemos luchado, fuimos víctimas del uso faccioso de las instituciones, pero eso nos anima con mayor fuerza a redoblar el paso y ser la oposición que el país requiere.