ENTENDER AL CRIMEN
Bastaron unos minutos, cinco personas, esperar la hora de apertura y conocer dónde estaba el botín, para que cinco delincuentes robaran mil 500 centenarios de oro en pleno Paseo de la Reforma. Aunque se quiso avivar el interés del crimen comparándolo con la historia de una popular serie de video, la realidad es que el asalto a la sucursal de la Casa de Moneda tiene poco que ver con la ficción y mucho con la manera en que opera la delincuencia. Primero, no era de extrañar que dos de los tres ladrones vistieran como oficinistas comunes a la hora de esperar a que se abrieran las puertas del establecimiento. Una regla básica de los delincuentes es tratar de pasar desapercibidos y adecuarse al sitio donde cometerán el crimen. Así pueden huir o mezclarse entre la gente, mientras se deshacen de alguna o varias prendas. Así que no había sorpresa con la indumentaria. Si el delito requiere vestirse de esmoquin, el ladrón irá a rentar uno. El crimen es un negocio, y como todo negocio, el delincuente se adapta, es flexible y hace lo que sea necesario para lograr su objetivo. En segundo lugar, siempre tuvieron información de inteligencia, es decir, ya sabían que ese día había esa cantidad de monedas, en dónde y qué se necesitaba para sustraerlas; incluso se han hecho públicas imágenes que señalan que uno de los rateros recibía instrucciones por medio de un dispositivo manos libres. Tener esos datos no es sencillo, por lo que en la mayoría de este tipo de robos existe una fuente interna que los proporciona. No hay delincuentes con visión de rayos X ni con superpoderes, necesitan cómplices adentro y afuera para tener éxito. Tanto los protocolos de seguridad, como otras previsiones no se siguieron, lo que hace sospechar aún más de cierta colaboración interna.