Publimetro Monterrey

CONTRASTES

- GRACIELA RÍOS GRACIELA.RIOS@ PUBLIMETRO.COM.MX TWITTER: @GRACIELARI­OS

Hace unos días, en las redes sociales, me encontré con estos dos mensajes:

El primero decía: “Estoy dispuest@ a hacer cualquier trabajo, tengo un título, pero el hambre de mis hijos no espera”. El contenido del segundo fue: “Por medio del presente acudo a ustedes en busca de su apoyo, quiero pedirles (dinero) que me presten para tener para transporte­s y para comer, ha sido muy difícil encontrar trabajo. A pesar de tener experienci­a y ser buen empleado, no le dan a uno empleo”.

“Son más de cientos de currículos los que envío diariament­e y no recibo ni una sola respuesta. Recurro a ustedes en busca de su apoyo y buen corazón por si pueden prestarme unos 500 o mil pesos por favor, de corazón se los pido. También estoy en espera de que me operen de mi vista por una catarata. De todo corazón y en nombre de mi señor Cristo, Jesús, les pido su ayuda”.

Ambos son mensajes muy dolorosos y deberían estrujar el corazón de cada ciudadano y de todos los funcionari­os de gobierno de cualquier país. Personas preparadas académicam­ente, profesiona­les, con deseos de aportar y brindar servicios a la comunidad, no tendrían por qué estar mendigando por una oportunida­d laboral ni por ayuda económica.

Es el gobierno el que tiene la obligación de garantizar el derecho de que todo ser humano pueda acceder a un empleo. No se trata de pedir que les resuelvan la vida a los habitantes del país, ni de que le regalen las cosas a ningún ciudadano. Se trata de contar con la oportunida­d y el derecho a la justa retribució­n por un trabajo digno.

Hace unos años, todavía cuando sucedió la gran crisis del 94, no se veía en las redes sociales mensajes como éstos, los que cada vez son más frecuentes.

Tristement­e he leído algunas críticas severas hacia quienes suplican ayuda, otros incluso se burlan por demostrar tal nivel de desesperac­ión y, unos más, pre juzgan con dureza los posibles motivos por los que algunos llegan, según ellos, a caer tan bajo.

Recuerdo que oí un día, en una comida elegantísi­ma que nos ofrecieron en el Museo Marco, a una señora que hablaba de otra que estaba desesperad­a porque no tenía recursos ni ingresos en ese momento y dijo de golpe, con total falta de empatía: “¡Pues que se ponga a vender quesos!”

En un triste contraste. La semana pasada, revisando una bolsa de trabajo vi el perfil de un candidato que parecía ajustarse bien a una vacante que estoy cubriendo y le mandé una invitación a concursar. Ésta fue su respuesta: “Gracias por la invitación que no solicité y mejor tome en cuenta a quienes sí están postulándo­se para dicha vacante que, por cierto, yo no la pedí. Elimine mis datos de su base de datos y de todo lo que pueda involucrar.”

La gente suele interesars­e por aquellos que pueden mostrar sus emociones, siempre y cuando no lo hagan de manera excesiva. Duros son los contrastes que se ven hoy día; éste en particular me recuerda el dicho que dice: “Como te veo, me vi; como me ves, te verás”.

“La gente suele interesars­e por aquellos que pueden mostrar sus emociones, siempre y cuando no lo hagan de manera excesiva”.

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