HOY SOMOS MÁS FUERTES
Qué revoltijo de sensaciones las vividas desde este pasado 19 de septiembre. Amanecimos izando la bandera, con un homenaje a las víctimas del terremoto de 1985 en la Ciudad de México y con el simulacro cantado desde días antes, como protocolo que cada seis meses en promedio se debe seguir en los puntos de riesgo de sismos. Y qué ironía, qué bofetada de la vida la que recibimos poco más de dos horas después, con el fatídico sismo de 2017.
Más de 200 muertos a consecuencia, más de 40 edificios colapsados, dos escuelas derrumbadas, calles abiertas, explosiones, y la cifra no se acerca ni un poco a los casi 10 mil que se estimaron en el 85. Pero duele, y duele mucho, quizá igual, quizá peor, porque no somos sólo números y porque fue una herida nueva sobre la cicatriz de aquella herida del devastador “Sismo del 85”.
Esa herida costó ser el desastre con mayores pérdidas económicas hasta 2010. Le siguió el huracán Álex, pero ¡qué va!, fue material, de eso nos repusimos. Con dolor, pero aquí estamos. ¿Se acuerda? Hasta los 90’s todavía algunas edificaciones de las más de 6 mil que cayeron volvieron a ponerse en pie, y de nuevo seguramente tardará. Pero nuestro México siempre se pone de pie, y yo me pongo de pie para aplaudirlo.
Pero ya sabe, es un aplauso entre lágrimas. No puede evitar ser doloroso pensar en cada una de las miles de historias que se escriben de nuestra gente sin saber de los suyos, presos de la maldita incertidumbre de qué pasará mañana con ellos o con sus hijos, nuestros niños, que se quedaron sufriendo entre la frialdad del escombro. Nuestras madres de familia deshechas y desesperadas por no tener la fuerza inquebrantable para poder quitar esas toneladas de piedra para salvar a sus pequeños. Les admiro porque aún no sé cómo se mantienen de pie.
Me quiebro, como muchos, viendo sufrir a hermanos que no se lo merecen, como nadie. Pero que, ante todo, están expuestos, como estamos todos a los embates de la naturaleza.
Se acumula la energía, se acumula la tristeza. ¿Y saben qué hago? La compacto, hasta que la vuelvo energía que me lleve a tope para seguir apoyando, informando o haciendo lo poco o mucho que está en mis manos.
Yo creo que más o menos así se siente lo que mueve a miles de voluntarios y hombres y mujeres pertenecientes a los cuerpos de auxilio que instintivamente llevan su vocación de servicio y sus ganas de ayudar al límite.
Es indescriptible el golpe de esperanza que se siente cuando veo la concentración de lo mejor de cada uno de los mexicanos que están ayudando y que no pierden el enfoque.
Sigámoslo haciendo, sigamos sin perder la capacidad de asombro y la sensibilidad ante lo que nos puede pasar a todos. Acudamos a centros de acopio, colaboremos en cadenas de comunicación, carguemos comida, demos asilo a quien se pueda y, si tenemos un conocimiento que pueda sumar, hay que compartirlo. “Si un don no se comparte, no sirve” dicen por ahí.
Restauremos la fe en que somos más los buenos. Hoy tenemos la fortuna de poder tender la mano.
Seguimos vivos. ¿Qué vamos a hacer para sumar hoy?
“Restauremos la fe en que somos más los buenos. Hoy tenemos la fortuna de poder tender la mano. Seguimos vivos. ¿Qué vamos a hacer para sumar hoy?”