SABOR A POLVO
Los ricos, que cada día se hacen más ricos, cuentan ahora con más poder adquisitivo e influencias políticas, por lo que se han adueñado de nuestra ciudad. Coludidos con las autoridades, a quienes mantienen a raya con sus dádivas y sus mordidas, obtienen los permisos necesarios para construir en Monterrey y sus alrededores.
No hay lugar que se salve. En todos lados están rotas las calles y las banquetas, se observa tubería, varilla y escombros tirados como si fueran zonas de desastre. Están en construcción docenas y docenas de edificios de departamentos, centros comerciales y oficinas en cada rincón que están acabando con el Monterrey que conocíamos.
No más áreas verdes, avenidas espaciosas, belleza, poco tráfico, limpieza, seguridad. No más un amplio silencio nocturno para el descanso.
Camiones de materiales abundan a cualquier hora del día o de la noche. Centenares de trabajadores levantando tierra, colando arena, vaciando cemento, cimentando, impermeabilizando, han comprometido al medio ambiente en un embudo de polvo y mugre que está dañando la salud de los habitantes.
Tráfico pesado, notable incremento en el uso de transporte público y taxis, causan embotellamientos, contaminación y generación de basura, los que son ya un problema inmenso.
“Según la Organización Mundial de la Salud, la contaminación implica contraer cáncer de pulmón, tener enfermedades respiratorias, sufrir derrames cerebrales o padecer problemas cardiacos” (Olivia Martínez).
El crecimiento demográfico ha sido enorme. Se están acabando las áreas verdes, las montañas y la fauna. Las “prohibiciones” o regulaciones a las pedreras han sido un mal chiste para la ciudadanía que se ahoga todos los días entre el polvo y la impureza del aire que respira. Por las mañanas, sin excepción, los carros amanecen cubiertos de arena o gránulos, como si no se hubiesen lavado en días.
No más niños jugando al aire libre. No más zonas seguras o protegidas. Las infecciones respiratorias agudas aumentaron 37% en el primer bimestre de este año 2017.
¿Pero a quién le importa esto? ¿Cómo detener el “progreso”? ¿Cómo evitar que una ciudad “evolucione”? El problema se agrava si se toma en cuenta que no todo lo que se construye es necesario ni símbolo de crecimiento.
Se quitan banquetas para ampliar un carril en una avenida y, en el siguiente turno de gobierno, se quita el carril para ampliar las banquetas. Se construyen puentes que después se eliminan. Se angostan glorietas para después ensancharlas y decir que se amplían las áreas verdes en favor de la ciudadanía. Se pavimentan las calles, para después romperlas y cambiar tuberías.
Pero curiosamente, seguimos viendo los mismos postes de madera viejos e inclinados que se instalaron hace más de setenta años. Los nudos de cables viejos anidados en cada esquina de cualquier parte de la ciudad siguen ahí, cuando muchos de esos cables ya ni siquiera están conectados o resultan útiles para nadie.
El famoso pa’ya y pa’acá que el ex gobernador Rodrigo Medina instituyó en las avenidas Constitución y Morones Prieto, después del desastre del huracán Álex, fue una mala solución temporal que sigue ahí sin ser comprendido ni atendido por nadie.
Monterrey, y específicamente la zona sur de la ciudad, empieza a parecerse a ciudades como Hong Kong, Nueva York, Dubai o Chicago. Por supuesto, guardando proporción y elegancia.
Entiendo que nos faltan muchos años para igualarlos en cuanto al número de rascacielos, pero me pregunto si todos esos años que nos faltan, los pasaremos con sabor a polvo en la lengua, inundados de cascajos, contaminación y partículas sólidas flotando en el aire y que afectan el corazón, los bronquios y los pulmones de quienes vivimos en esta ciudad.
“En todos lados están rotas las calles y las banquetas, se observa tubería, varilla y escombros tirados como si fueran zonas de desastre”